Los dioses envidian la finitud de los mortales. Así describía Yourcenar la triste tragedia de ser dios. Al igual que los ángeles de Wenders en Cielo sobre Berlín, que vagaban su languidez inmortal por los tejados de la ciudad y espiaban invisibles la vida de los humanos, anhelando para sí la incertidumbre y los temores de estos, los dioses sueñan quizá con ovejas de carne y hueso, pastando ufanas por el ancho prado que las circunda. Y pagarían con alivio deshacerse del devenir infinito que les condena a repetir su letanía, y quisieran oler la hierba sin sentirla como una creación, saciar la sed que no tienen o amar con dolor a aquellos que nunca serán sus iguales.
No hay nada más aciago que crear y no ser creado, dictar las horas y sus segundos sin sentir su peso bajo los pies. No ganar la gracia del perdón, ni reír. ¡Qué triste no poder reír!, ni reírse de tu desgracia, ni sentir de la suerte ajena tu propia alegría. Y no poder llorar tu crueldad. Herir y no poder dejar de hacerlo. Porque ese es tu oficio.
No envidio el sino de los dioses, y en mi contra prefiero maldecir la estrechez del calendario a no poder oír el latido de mis miedos. Nada daría por ser un dios solitario y contemplativo. La eternidad no lo compensa.
Ramón Besonías Román
La mirada va de lo perplejo a lo contemplativo, de lo iracundo (a veces) a lo meramente informativo. El blog se está liberando de rabia (en ocasiones la hay) y se está haciendo lírico. Nunca dejó de serlo. Pero la política, amigo Ramón, no sabe de afectos lingüísticos ni de arrullos sentimentales. Y debería.
ResponderEliminarRabia, no, amigo, rabia, no. Nunca. Indignación, mucha. Mi experiencia política (llevo 2 años y un pico en el PSOE) ha sido iluminadora, pero aciaga. Me siento como Platón, visitando de nuevo Siracusa.
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