Son multitud



Esta reflexión responde a una noticia leída en un diario nacional (Un mensaje de Facebook movilizó 340.000 votos en un solo día, El País, 13 de septiembre de 2012), según la cual, como reza su título, la red tiene la virtud prodigiosa de movilizar voluntades a través del poder mágico de un solo mensaje de Facebook. La idea proviene de un experimento científico de una Universidad norteamericana, que deseaba comprobar empíricamente sus sospechas sobre el poder subyugante de la red a la hora de reconfigurar la voluntad política del electorado. Un ejemplo de optimismo conductiva, que de seguro complacerá a más de un político y, sobre todo, a las numerosas empresas de márquetin político que comienzan a pulular no solo en Estados Unidos, sino también aquí, en España, y que sustituyen a las formas clásicas de autopromoción y captación de votos en las campañas electorales. 

Nadie puede negar la influencia que poseen las redes sociales a la hora de reconfigurar la relación entre los partidos políticos y su potencial electorado. La ciudadanía tiene acceso directo y rápido a las noticias, por lo que a la clase política se le hace más difícil, cuando no imposible, controlar y manipular la información. Asimismo, Internet es un vehículo privilegiado para la movilización ciudadana. Permite con rapidez y cierta eficacia reunir a numerosos ciudadanos en torno a un objetivo común, así como reproducir viralmente mensajes vindicativos a fin de crear conciencia sobre determinados asuntos de interés público. Y todo esto sin la mediación o control de las instituciones y ajenos a los medios de comunicación tradicionales. Esto ha generado en un gran número de ciudadanos, especialmente entre la clase media ilustrada, una conciencia social y política resucitada.

Ahora bien, no debiéramos frotarnos las manos, como hacen los científicos de la Universidad de California, y pensar ingenuamente que Internet tiene poderes telúricos que si son reconducidos con inteligencia, pueden proporcionar a los políticos un éxito seguro. Más quisieran. La viralidad de las redes sociales es un hecho, pero no así la seguridad de predecir su direccionalidad y consecuencia sobre determinados comportamientos. Internet opera como un sistema cuántico. Podemos provocar una cadena de reproducción de mensajes a través de la red, incluso tener seguridad del éxito de su viralidad, si tenemos los medios necesarios para provocarla, pero en ningún caso podemos predecir el impacto y la influencia de este fenómeno más allá de un campo de influencia limitado. Es tal la cantidad de interacciones que provoca una información y su caótica interacción con otros mensajes (incluso contradictorios), que nadie puede determinar la dirección y efecto final sobre la ciudadanía, y menos aún augurar el impacto que tendrá sobre las urnas. 

Esta indeterminación no resta importancia a la red como un campo de pruebas idóneo para que los partidos políticos puedan observar las intenciones o expectativas de un limitado espectro de su electorado. Pero prever actitudes no es lo mismo que determinar conductas. A eso le sumamos que en las redes sociales no siempre coinciden las opiniones o intenciones con los comportamientos reales de quienes las emiten. Hoy por hoy no existe ningún detector de mentiras digital que nos asegure que el internauta se comporta siguiendo un sistema estable de coherencia interna.

La actual crisis económica ha desestabilizado los medidores de predicción políticos. El voto que importa se sitúa en un espacio intermedio e indeterminado que obliga a los partidos políticos a reajustar su discurso con el fin de contentar a una mayoría insatisfecha que ya no fideliza su voto en función de una ideología tradicional, sino atendiendo a múltiples factores, imposibles de cuantificar o prever. Si leemos con atención la voz popular en la red, comprobaremos que está plagada de maximalismos cargados de reproche y cabreo hacia la clase política. Abunda más el desencuentro y la indignación que los credos fieles a un partido. Es más, las redes sociales han propiciado dentro de los mismos partidos políticos la exteriorización de las ideas de la militancia, a menudo en contraposición con los órganos de dirección. Esto obliga a los partidos a jugar con doble baza, deshojando margaritas con su potencial electorado. Por un lado, pretenden ganarse a duras penas el crédito de sus correligionarios y por otro, alentar la idea de un centrismo complaciente. Hace una década, los indecisos eran minoría, hoy son multitud.

Ramón Besonías Román 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

la mirada perpleja © 2014