Por mucho que el señor Pons y la señora Cospedal intenten meter a la ciudadanía el miedo por cuerpo y alma, la última encuesta del Eurobarómetro de la Comisión Europea concluye que el 47% de los ciudadanos de la UE creen que la crisis solo acaba de empezar, un porcentaje similar al que suma la sociedad española (53%). El medidor del grado de esperanza o miedo de los europeos en relación a la crisis económica es similar en todos los países miembros. Los conservadores intentan, sin embargo, subir el termómetro de incertidumbre y ansiedad sociales, alentando el desencanto y el escepticismo, esperando con ello sacar crédito de cara a las primarias. Pese a que es evidente que a la ciudadanía le parece mezquino y tramposo el uso político del miedo como estrategia electoral, el PP insiste en forzar la paciencia de la ciudadanía, en vez de mostrar de una vez por todas sus cartas programáticas, sus mandamientos salvíficos para sacarnos de la crisis de un plumazo. El propio el rey lo ha dicho bien claro: poneros de acuerdo en lo básico y dejaros de tú hiciste, yo haré.
La crisis económica exige valentía política, poner por un tiempo entre paréntesis los riesgos electorales y sumarse a un pacto conjunto que reactive nuestra economía y genere una imagen sólida y esperanzada respecto a nuestro futuro. Por ahora el único riesgo electoral lo ha demostrado Zapatero, al forzar sus políticas sociales a presión por mera responsabilidad. En ocasiones -esta es una de ellas-, un gobierno debe poner por encima de sus intereses y su programa ideológico el sentido de Estado, por el bien general de la ciudadanía. Hablar hoy en día de responsabilidad y honestidad políticas parece poco menos que estar ante una película de ciencia ficción. Por eso, cuando tiene lugar algún gesto sincero por parte de algún político, éste queda afónico ante las miles de lenguas que piden su cabeza y soliviantan a la población, infundiendo el miedo a un futuro aciago. Es la política escatológica del predicador, que augura el fin de los tiempos y promete a la feligresía que le escucha paz a su congoja y consuelo a su desventura.
Son tiempos de una ciudadanía adulta, crítica, que sabe ver más allá de la salmodia de promesas de aquellos que pretenden que vendamos nuestra primogenitura por un plato de lentejas.
La crisis económica exige valentía política, poner por un tiempo entre paréntesis los riesgos electorales y sumarse a un pacto conjunto que reactive nuestra economía y genere una imagen sólida y esperanzada respecto a nuestro futuro. Por ahora el único riesgo electoral lo ha demostrado Zapatero, al forzar sus políticas sociales a presión por mera responsabilidad. En ocasiones -esta es una de ellas-, un gobierno debe poner por encima de sus intereses y su programa ideológico el sentido de Estado, por el bien general de la ciudadanía. Hablar hoy en día de responsabilidad y honestidad políticas parece poco menos que estar ante una película de ciencia ficción. Por eso, cuando tiene lugar algún gesto sincero por parte de algún político, éste queda afónico ante las miles de lenguas que piden su cabeza y soliviantan a la población, infundiendo el miedo a un futuro aciago. Es la política escatológica del predicador, que augura el fin de los tiempos y promete a la feligresía que le escucha paz a su congoja y consuelo a su desventura.
Son tiempos de una ciudadanía adulta, crítica, que sabe ver más allá de la salmodia de promesas de aquellos que pretenden que vendamos nuestra primogenitura por un plato de lentejas.
Ramón Besonías Román
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