Thomas Jefferson, honesto defensor de la tolerancia religiosa y de los derechos humanos, inauguró a principios del siglo diecinueve una costumbre singular, que incluso en la actualidad, y más aún tras los atentados contra las Torres Gemelas, sigue siendo considerada por los conservadores norteamericanos como un insulto a la nación. Se trata de la costumbre de celebrar en la Casa Blanca el ramadán, sacramento musulmán en recuerdo del mes en el que fue revelado al mundo el Corán. Durante el evento, el presidente electo inaugura el acto y saluda a los siete millones de musulmanes que residen en Estados Unidos. Obama continuó con esta tradición, añadiendo como ingrediente novedoso haber sido el primer presidente en utilizar la palabra musulmán (muslim) en su primer discurso como dirigente. A este hecho hay que añadir que el padrastro de Obama era mahometano y que el presidente norteamericano vivió parte de su infancia en Indonesia, un país de cultura eminentemente islámica.
En el discurso de este año, Obama subrayó la necesidad de hacer compatibles los ideales del Islam con los principios democráticos de respeto, tolerancia, paz y justicia. Un objetivo de su administración ha sido desde su inicio intentar mitigar la popular asociación reduccionista de musulmán con terrorista, reforzada tras los atentados del 11-S. Los conservadores ven con malos ojos esta actitud de acercamiento hacia la comunidad islámica, aún con más encono tras la decisión por parte de Obama, aprovechando la citada celebración del ramadán, de apoyar la construcción cerca de la llamada zona 0 -suelo santo para los estadounidenses- de una mezquita. Por supuesto, los conservadores están haciendo lo imposible para que esta edificación no se lleve a cabo, utilizando todo su armamento político, jurídico y mediático. De hecho, la opinión pública está dividida. Un 53% rechaza la decisión de Obama, aunque la propuesta cuenta con el apoyo del alcalde de Nueva York. Obama defiende su decisión, alegando razones constitucionales. Estados Unidos es aconfesional y debe tratar en igualdad de condiciones todo tipo de religión o de increencia que sus ciudadanos quieran confesar. "Somos una nación de cristianos, de musulmanes, de judíos y de hindúes. Y también de no creyentes". Este discurso a favor del pluralismo religioso contrasta con la defensa por parte de su antecesor, George W. Bush, de una América fuertemente anclada en valores cristianos. La republicana Sarah Palin no ha tardado en responder, utilizando la red social Twitter para calificar la actitud de Obama como de "sacrilegio". Para los conservadores, es moralmente incompatible hacer convivir la memoria de los caídos el 11-S con la construcción en las cercanías de la zona 0 de una mezquita. Viene a ser, a los ojos de los republicanos, como un insulto a los familiares. No en vano, algunas asociaciones de víctimas del terrorismo se han pronunciado también en contra de Obama.
No hay que olvidar que en política no siempre las razones coinciden con las explicaciones. Así, Obama, aunque esté convencido sinceramente de que el pluralismo religioso debe ser respetado -actitud que ya denota un talante aperturista en todo lo referente a costumbres culturales, inexistente en anteriores administraciones-, sus intenciones políticas bien podrían responder a la voluntad de dar una imagen abierta y tolerante de cara a la comunidad islámica, haciendo un gesto de acercamiento hacia los grupos musulmanes más moderados a fin de propiciar un diálogo no beligerante. Obama, ya desde el proceso electoral que la llevó a la Casa Blanca, dejó clara su intención política de intentar conseguir el ideal de paz perpetua entre ambas culturas, aparentemente irreconciliables.
El gesto de colocar una mezquita en el centro simbólico del dolor colectivo norteamericano viene a reforzar la estrategia moral y política de la administración de Obama según la cual es esencial buscar puntos de encuentro, aunque en principio sean sólo eso, gestos. El apoyo de Obama a esta iniciativa es un ademán valiente y arriesgado, ya que tiene en su contra la corriente que marca la opinión pública. Sin embargo, supone una oportunidad única para lanzar a los norteamericanos y a la comunidad islámica un mensaje de confraternización en el dolor por la pérdida de aquellos que el sinsentido del terrorismo dejó en el camino. No hay que olvidar que la zona 0 se ha convertido en la mirilla sobre la que están puestos todos los ojos del mundo. Una presión mediática aún más fuerte encontró Mandela cuando intentó acercar hacia un futuro pacífico a víctimas y verdugos que durante décadas habían jurado no olvidar. El caso del 11-S exige a la ciudadanía norteamericana, y por extensión al resto del mundo azotado por el terrorismo, una reflexión serena que evite la injusticia de tomar la parte por el todo, de creer que todo aquello que represente al Islam deviene instantáneamente en reflejo euclidiano de maldad, un axioma que la administración de Bush inoculó hasta la saciedad a la población estadounidense y que ahora costará purgar.
Sin embargo, no pensemos los españoles que una noticia así en nada tiene que ver con nosotros. La demonización de determinadas culturas, grupos étnicos o rasgos raciales es también una lacra que afecta de manera patente a la sociedad europea. Casos recientes como el de Najwa, la alumna de 4º de ESO que se negó a quitarse su hiyab para asistir al instituto, no solo abrieron un debate acerca de la legitimidad de los símbolos religiosos, sino que también despertaron no pocas suspicacias racistas hacia la comunidad musulmana, devolviéndonos de nuevo a la España de moros y cristianos. La determinación moral de Obama debería servirnos para empezar a pensar si no es más sostenible a largo plazo invertir en tolerancia y diálogo que ceder a la autocomplaciente salida que sólo conduce a perpetuar un odio inclemente e irracional. Obviar esta oportunidad de edificar la paz sobre cimientos sólidos es otorgar razones a quienes realmente no las tienen y esperan pacientemente que nuestro dolor acabe dividiéndonos y debilitando nuestra voluntad.
En el discurso de este año, Obama subrayó la necesidad de hacer compatibles los ideales del Islam con los principios democráticos de respeto, tolerancia, paz y justicia. Un objetivo de su administración ha sido desde su inicio intentar mitigar la popular asociación reduccionista de musulmán con terrorista, reforzada tras los atentados del 11-S. Los conservadores ven con malos ojos esta actitud de acercamiento hacia la comunidad islámica, aún con más encono tras la decisión por parte de Obama, aprovechando la citada celebración del ramadán, de apoyar la construcción cerca de la llamada zona 0 -suelo santo para los estadounidenses- de una mezquita. Por supuesto, los conservadores están haciendo lo imposible para que esta edificación no se lleve a cabo, utilizando todo su armamento político, jurídico y mediático. De hecho, la opinión pública está dividida. Un 53% rechaza la decisión de Obama, aunque la propuesta cuenta con el apoyo del alcalde de Nueva York. Obama defiende su decisión, alegando razones constitucionales. Estados Unidos es aconfesional y debe tratar en igualdad de condiciones todo tipo de religión o de increencia que sus ciudadanos quieran confesar. "Somos una nación de cristianos, de musulmanes, de judíos y de hindúes. Y también de no creyentes". Este discurso a favor del pluralismo religioso contrasta con la defensa por parte de su antecesor, George W. Bush, de una América fuertemente anclada en valores cristianos. La republicana Sarah Palin no ha tardado en responder, utilizando la red social Twitter para calificar la actitud de Obama como de "sacrilegio". Para los conservadores, es moralmente incompatible hacer convivir la memoria de los caídos el 11-S con la construcción en las cercanías de la zona 0 de una mezquita. Viene a ser, a los ojos de los republicanos, como un insulto a los familiares. No en vano, algunas asociaciones de víctimas del terrorismo se han pronunciado también en contra de Obama.
No hay que olvidar que en política no siempre las razones coinciden con las explicaciones. Así, Obama, aunque esté convencido sinceramente de que el pluralismo religioso debe ser respetado -actitud que ya denota un talante aperturista en todo lo referente a costumbres culturales, inexistente en anteriores administraciones-, sus intenciones políticas bien podrían responder a la voluntad de dar una imagen abierta y tolerante de cara a la comunidad islámica, haciendo un gesto de acercamiento hacia los grupos musulmanes más moderados a fin de propiciar un diálogo no beligerante. Obama, ya desde el proceso electoral que la llevó a la Casa Blanca, dejó clara su intención política de intentar conseguir el ideal de paz perpetua entre ambas culturas, aparentemente irreconciliables.
El gesto de colocar una mezquita en el centro simbólico del dolor colectivo norteamericano viene a reforzar la estrategia moral y política de la administración de Obama según la cual es esencial buscar puntos de encuentro, aunque en principio sean sólo eso, gestos. El apoyo de Obama a esta iniciativa es un ademán valiente y arriesgado, ya que tiene en su contra la corriente que marca la opinión pública. Sin embargo, supone una oportunidad única para lanzar a los norteamericanos y a la comunidad islámica un mensaje de confraternización en el dolor por la pérdida de aquellos que el sinsentido del terrorismo dejó en el camino. No hay que olvidar que la zona 0 se ha convertido en la mirilla sobre la que están puestos todos los ojos del mundo. Una presión mediática aún más fuerte encontró Mandela cuando intentó acercar hacia un futuro pacífico a víctimas y verdugos que durante décadas habían jurado no olvidar. El caso del 11-S exige a la ciudadanía norteamericana, y por extensión al resto del mundo azotado por el terrorismo, una reflexión serena que evite la injusticia de tomar la parte por el todo, de creer que todo aquello que represente al Islam deviene instantáneamente en reflejo euclidiano de maldad, un axioma que la administración de Bush inoculó hasta la saciedad a la población estadounidense y que ahora costará purgar.
Sin embargo, no pensemos los españoles que una noticia así en nada tiene que ver con nosotros. La demonización de determinadas culturas, grupos étnicos o rasgos raciales es también una lacra que afecta de manera patente a la sociedad europea. Casos recientes como el de Najwa, la alumna de 4º de ESO que se negó a quitarse su hiyab para asistir al instituto, no solo abrieron un debate acerca de la legitimidad de los símbolos religiosos, sino que también despertaron no pocas suspicacias racistas hacia la comunidad musulmana, devolviéndonos de nuevo a la España de moros y cristianos. La determinación moral de Obama debería servirnos para empezar a pensar si no es más sostenible a largo plazo invertir en tolerancia y diálogo que ceder a la autocomplaciente salida que sólo conduce a perpetuar un odio inclemente e irracional. Obviar esta oportunidad de edificar la paz sobre cimientos sólidos es otorgar razones a quienes realmente no las tienen y esperan pacientemente que nuestro dolor acabe dividiéndonos y debilitando nuestra voluntad.
Ramón Besonías Román
No entiendo como pueden tener las santas narizes de intentar construir la mezquita cerca de la zona 0, no es oponerse a la libertad religiosa, Es de tener muy poca sensibilidad construirla en ese lugar.
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