La de Galdós, ni la de Sófocles ni la de Eurípides. Una Electra española, del diecinueve, también del veintiuno. Ferrán Madico recupera esta obra enterrada en el olvido desde 1901, de la lúcida pluma de Francisco Nieva. Un lujo, un descubrimiento, el escaso teatro de Galdós es un misterio; asociamos su obra casi siempre con su novela social, crónica de una España desgastada, resistente a Europa, resistente a cambiar, a ilustrarse. Pero Electra no escapa tampoco de su ojo incisivo, honesto, también esperanzador.
Una niña huérfana vive recluida en un convento, alejada del mundo exterior, de la España de finales del diecinueve, oscura aún, abotonada por el integrismo religioso y una política alérgica a la Ilustración. Electra apenas recuerda a su madre, mujer de pasado nebuloso, que la alejó del dolor, de la vida. Pero la niña hecha mujer regresa a casa de sus tíos, ávida de verdad, ansiosa por vivir su vida; si le es posible. Todos quieren un futuro para Electra. Unos (Pantoja), recluirla de nuevo bajo el yugo del hábito. Otros (Máximo), verla feliz, dueña de su voluntad, libre, aunque casada. Galdós no oculta sus cartas. Está convencido de que España ha sido secuestrada por una moral inhumana, salvaje y represora, que evita que sus ciudadanos crezcan por ellos mismos. Y así lo entendió el público de 1901, indignado desde sus butacas por la insana crueldad del personaje de Pantoja, despotricando exabruptos contra el clero. Cuentan los historiadores que el público asoció la trama de Electra con un suceso acaecido hacía poco. Al parecer, una mujer casada, tras asistir a unos ejercicios espirituales, decidió dejar a su familia e ingresar como monja. Esta noticia encendió los demonios del respetable, descontentos con la intrusión de la religión en los asuntos privados. Una España vindicativa comenzaba a gestarse desde la calle, alentada por el progresismo liberal, soñando una educación popular, sin catecismos (Canalejas, Giner, Blasco Ibáñez) y la indignación que le producía ver a España hundida tras el 98. Así nos dejaron España curas y monarcas, se decía el pueblo. «España, martillo de herejes, luz de Trento, espada del Pontífice...» Ni siquiera Galdós pensó que su Electra fuera a causar tanto alboroto, pero lo hizo. Aún así, como muchas obras, hijas de su tiempo, fue olvidada en las bibliotecas, a la espera de una resurrección.
La versión de Francisco Nieva recupera la obra de Galdós hoy, siglo veintiuno, tiempos en los que los mandamientos, litigios e imposturas del diecinueve parecen letanías del ayer, eco desgastado de años que ya no volverán (o sí). Nuestra España es moderna, progresista, vacunada contra vendepatrias y sermones redentores. Poseemos una escuela pública gratuita, somos críticos, gente formada, cualificada. Viajamos, vemos mundo, toleramos, aceptamos con sana inteligencia la diversidad de credos, ideas y costumbres. Entonces, ¿por qué Electra? ¿Qué enseñanza o placer puede proporcionar al español del euro, ampliamente liberado de las esclavitudes que empequeñecían a nuestros predecesores, la contemplación de la obra de Galdós? Hoy, una lectura decimonónica del relato podría convertir con facilidad el potencial transgresor de Electra en un viejo folletín costumbrista. Ese fue precisamente el reto mayor de Nieva a la hora de encarar la obra hacia el público actual. Para ello tuvo que subvertir el concepto original de la puesta en escena, incluso tu narrativa -trastoca el texto galdosiano y añade suyo propio-, a fin de acercar al espectador contemporáneo una lectura actualizada de las emociones y deseos de su protagonista.
Francisco Nieva y Ferrán Madico están convencidos de que, a pesar del abismo histórico que separa a la Electra de Galdós de la mujer actual, las presiones sociales siguen condicionando hoy en día, como lo hicieran en 1901, sus actitudes y conductas cotidianas. El sentimiento de no ser libre, de estar obligada a ceder a los reclamos que impone la sociedad para ser guapa, lista, con éxito y amada, es un tema universal; pese a que los lobos hayan cambiado de aspecto, el collar sigue siendo el mismo. Por eso, el texto de Nieva traviste el fondo -escenografía polivalente de Alfonso Barajas-, dejando intacta la erupción de emociones experimentadas por Electra (Sara Casasnovas). Tener la oportunidad de ver y escuchar de nuevo a la Electra de Galdós no solo es un lujo para el aficionado al teatro, sino que nos permite, mientras estamos anclados a la butaca, empatizar con personajes que hace más de cien años latieron con el mismo corazón que hoy lo hacen mujeres de 2010.
Electra, de Benito Pérez Galdós. Adaptación de Francisco Nieva. Dirección de Ferrán Madico. Festival de Teatro Clásico de Mérida. 19 al 22 de agosto.
Una niña huérfana vive recluida en un convento, alejada del mundo exterior, de la España de finales del diecinueve, oscura aún, abotonada por el integrismo religioso y una política alérgica a la Ilustración. Electra apenas recuerda a su madre, mujer de pasado nebuloso, que la alejó del dolor, de la vida. Pero la niña hecha mujer regresa a casa de sus tíos, ávida de verdad, ansiosa por vivir su vida; si le es posible. Todos quieren un futuro para Electra. Unos (Pantoja), recluirla de nuevo bajo el yugo del hábito. Otros (Máximo), verla feliz, dueña de su voluntad, libre, aunque casada. Galdós no oculta sus cartas. Está convencido de que España ha sido secuestrada por una moral inhumana, salvaje y represora, que evita que sus ciudadanos crezcan por ellos mismos. Y así lo entendió el público de 1901, indignado desde sus butacas por la insana crueldad del personaje de Pantoja, despotricando exabruptos contra el clero. Cuentan los historiadores que el público asoció la trama de Electra con un suceso acaecido hacía poco. Al parecer, una mujer casada, tras asistir a unos ejercicios espirituales, decidió dejar a su familia e ingresar como monja. Esta noticia encendió los demonios del respetable, descontentos con la intrusión de la religión en los asuntos privados. Una España vindicativa comenzaba a gestarse desde la calle, alentada por el progresismo liberal, soñando una educación popular, sin catecismos (Canalejas, Giner, Blasco Ibáñez) y la indignación que le producía ver a España hundida tras el 98. Así nos dejaron España curas y monarcas, se decía el pueblo. «España, martillo de herejes, luz de Trento, espada del Pontífice...» Ni siquiera Galdós pensó que su Electra fuera a causar tanto alboroto, pero lo hizo. Aún así, como muchas obras, hijas de su tiempo, fue olvidada en las bibliotecas, a la espera de una resurrección.
La versión de Francisco Nieva recupera la obra de Galdós hoy, siglo veintiuno, tiempos en los que los mandamientos, litigios e imposturas del diecinueve parecen letanías del ayer, eco desgastado de años que ya no volverán (o sí). Nuestra España es moderna, progresista, vacunada contra vendepatrias y sermones redentores. Poseemos una escuela pública gratuita, somos críticos, gente formada, cualificada. Viajamos, vemos mundo, toleramos, aceptamos con sana inteligencia la diversidad de credos, ideas y costumbres. Entonces, ¿por qué Electra? ¿Qué enseñanza o placer puede proporcionar al español del euro, ampliamente liberado de las esclavitudes que empequeñecían a nuestros predecesores, la contemplación de la obra de Galdós? Hoy, una lectura decimonónica del relato podría convertir con facilidad el potencial transgresor de Electra en un viejo folletín costumbrista. Ese fue precisamente el reto mayor de Nieva a la hora de encarar la obra hacia el público actual. Para ello tuvo que subvertir el concepto original de la puesta en escena, incluso tu narrativa -trastoca el texto galdosiano y añade suyo propio-, a fin de acercar al espectador contemporáneo una lectura actualizada de las emociones y deseos de su protagonista.
Francisco Nieva y Ferrán Madico están convencidos de que, a pesar del abismo histórico que separa a la Electra de Galdós de la mujer actual, las presiones sociales siguen condicionando hoy en día, como lo hicieran en 1901, sus actitudes y conductas cotidianas. El sentimiento de no ser libre, de estar obligada a ceder a los reclamos que impone la sociedad para ser guapa, lista, con éxito y amada, es un tema universal; pese a que los lobos hayan cambiado de aspecto, el collar sigue siendo el mismo. Por eso, el texto de Nieva traviste el fondo -escenografía polivalente de Alfonso Barajas-, dejando intacta la erupción de emociones experimentadas por Electra (Sara Casasnovas). Tener la oportunidad de ver y escuchar de nuevo a la Electra de Galdós no solo es un lujo para el aficionado al teatro, sino que nos permite, mientras estamos anclados a la butaca, empatizar con personajes que hace más de cien años latieron con el mismo corazón que hoy lo hacen mujeres de 2010.
Electra, de Benito Pérez Galdós. Adaptación de Francisco Nieva. Dirección de Ferrán Madico. Festival de Teatro Clásico de Mérida. 19 al 22 de agosto.
Ramón Besonías Román
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