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El País vuelve a publicar los resultados mensuales de intención de voto. Es injusto hacer una lectura largoplacista de una encuesta que solo pretende medir los ánimos de un momento. La liga mayor se juega en las urnas. Pero puede servirnos de ejercicio sociológico, reflexión provisional.
De primera, el repunte del PP revela que la ciudadanía es sensible en tiempos de crisis a cualquier mínimo cambio de temperatura política. Los sistemas de compensación, refuerzo y contraste funcionan como agitadores de confianza. Poco nos importan los debates de relleno; lo esencial es saber qué va a ser a corto plazo de nuestra hacienda, la de cada uno, la de cada casa, no la macroeconómica. Pese a ello, el Ejecutivo (léase PP) sube un 4% en intención de voto, y la imagen de su líder solo es desbancada por Díez. La izquierda se lleva las manos a la cabeza. ¿Cómo puede ser que con la que está cayendo la ciudadanía aún siga confiando en el Gobierno? El ruido mediático no parece ser detonante suficiente como para virar la intención de voto.
Rubalcaba, y por extensión el PSOE, es el líder peor valorado; y lo es no tanto por su verbo cuanto por la herencia que representa. Rubalcaba es una metáfora andante. Ya puede tener un proyecto atractivo que el poder connotativo de su perfil mitiga las virtudes del partido. El mensajero destruye las bondades del mensaje. Y el PSOE (el núcleo duro del partido, para ser más preciso) insiste en presentar su plan reformista sin cambiar de traje. El potencial electorado prefiere ser sometido a la dieta dura del Ejecutivo que probar nuevos platos.
El 93% de los encuestados percibe la situación económica como mala, pero el Ejecutivo sería a día de hoy la fuerza política más votada; eso sí, sin siquiera acercarse a la ansiada mayoría. La participación en los comicios bajaría al 71,7%.
No tenemos los ciudadanos la impresión de que el PSOE haya realizado los cambios necesarios como para empujar al escéptico progresista hacia sus faldas. Se confía demasiado en que el manejo de las revueltas sociales acabe por mutar la intención de voto, pero no funciona. A los hechos me remito. La vieja sinergia entre protesta e izquierda ya no funciona. Una nueva ciudadanía desvincula su cabreo del trasunto ideológico. Tiene más fuerza la esperanza en que el Ejecutivo remolque el país que la búsqueda de nuevos capitanes que la dirijan. Lo malo conocido que lo mediocre por conocer.
Ferraz confía demasiado en la parábola del hijo pródigo, en el regreso del primogénito a la vera de su padre. Un órdago que sigue revelándose, a la luz de los datos, como un imponderable. Reducir la precampaña al desgaste del Ejecutivo, la pirotecnia pseudo reformista y las rentas (exiguas) de la protesta social, es más que menos. Nada.
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