Mariano proviene de una tierra en donde el sol visita más bien poco, en donde uno está acostumbrado a bregar con el nublado, sin que por ello se le amargue el alma. Será por eso que su Ejecutivo se empecine en hacer del mal tiempo virtud. «Estamos haciendo lo que tenemos que hacer», sentencia el compostelano. Está tan metido en su disfraz de estadista digno que no se ha ido de vacaciones a Las Bahamas, ni siquiera a Mallorca, no; fiel a sus biorritmos, Mariano solaza su estampa a orillas del río Umia, a la vera de su terruño. Como en casa, en ninguna parte.
Mariano es un espartano patrio. Para correr más rápido, nada como anclarse a los pies dos ruedas de molino. Las adversidades marcan carácter. Álter ego de Agustina, la de Aragón, Rajoy está convencido de que España va bien (teledirigida), pese a que los números y el respetable griten lo contrario. Un líder que se precie de llamarse así, en tiempos del cólera solo debe escuchar su propia voz, ajeno al ruido mediático y las modas. Hacer lo que se debe hacer, y que la Historia le juzgue. Mariano asume la soledad del portero ante el balón.
Embutido en look casual -náuticos, jeans, suéter verde esperanza y camisa azul desteñido-, mira al suelo por no alzar la vista al cielo, arropado por su caterva de sus fieles subordinados. Las crisis se resuelven como quien ve venir tormenta; te resguardas, te aprovisionas y miras caer la lluvia desde el cristal. Eso es todo. Santa Teresa dixit: Nada te turbe, nada te espante. Todo se pasa. La paciencia todo lo alcanza. Mariano seguro que leyó siendo un crío la famosa fábula de Esopo; de ahí su desprecio a la actitud relajada e inconsciente de la cigarra. Ahorrar, he ahí la cuestión. ¿Qué debe más dignamente optar el alma noble?¿Sufrir de la fortuna impía el porfiador rigor, o rebelarse contra un mar de desdichas, y afrontándolo desaparecer con ellas? No lo dude, perplejo lector, don Mariano sabe a ciencia cierta que con su obstinación caba su tumba política, yace cadáver antes de haber vivido. Claro que los grandes hombres, sordos al vocerío estéril del pueblo, pero leales servidores de la eternidad, deben persistir, atar su alma a un poste, a la espera de que enmudezcan las sirenas del presente.
Ramón Besonías Román
Es un cruzado. No vive, no se duele, no se amilana en su empeño. El Juramentado.
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