I
Me alegro que hayan salido tan diferentes -dijo el padre, refiriéndose a sus dos mellizos-. El pequeño es más competitivo, quiere ser mejor en todo a su hermano. Eso es bueno. Ha llegado a superarle. Al principio, no sabía leer como el hermano. Hoy sabe leer mucho mejor que él. ¡Ven, Borja, léele esto al señor!
II
Yo le digo que si le pegan, que pegue más fuerte. ¡Hay cada niño por civilizar! Que nunca empiece él la pelea, pero si le pegan, que no se quede atrás. Como no te impongas, como te vean débil, estás perdido. Hay que ser bueno, pero no tonto.
III
A mi hija la he apuntado a ballet, a inglés y a natación. Lunes y miércoles, a ballet de cinco a seis y media. Martes y jueves, a inglés de seis a siete. Y el viernes va a la piscina cubierta un par de horas. Estoy agotada. Pero es que si no, qué haces con ella, todo el día metida en casa. Merece la pena.
Ramón Besonías Román
Es importante saber si quien escribe esto tiene hijos o no. Es diferente la perspectiva y el que lo recibe lo entiende de un modo diferente según sea la respuesta.
ResponderEliminarQuien escribe, Joselu, es padre.
ResponderEliminarEl tríptico responde a tres experiencias reales, extraídas de conversaciones cogidas al vuelo. Aún así no es raro oír estos comentarios a muchos otros padres.
El oficio de ser padre saca de nosotros lo que hay: manías, esperanzas, odios, expectativas no cumplidas, ideas insobornables, costumbres... que nos encargamos de inocular inconscientemente a nuestros zagales. Cada cual tenemos las nuestras, aunque algunas son lugares comunes en nuestra sociedad.
Aunque la realidad va moldeándose de tal modo que vemos que nuestros hijos no responden a nuestras expectativas, y nuestra labor de padres es aceptar ese otro proyecto que tal vez no era el nuestro pero sí el suyo.
ResponderEliminarPodemos poner piezas, pero no diseñar el conjunto que será inevitablemente diverso y muy otro. Por eso es que por mucho que tracemos planes, actividades, ocupaciones, estimulemos o no… lo que suceda, lo que surja será inesperado.
Nuestros hijos aprenden de nosotros más por asimilación de modelos que por nuestras palabras. De ahí tantos fracasos porque nuestras palabras pueden ser unas, pero nuestros gestos, nuestra íntima realidad, son otros a menos que seamos hasta el final coherentes, de una pieza. Podemos tener buena intención, pero no es suficiente. Interviene también el azar.
La vida misma, vista en detalle. Al píxel. Jodidos.
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