El papel actual de las ideas políticas dentro del PSOE es exiguo, más aún bajo la espada de Damocles -entiéndase, la crisis y sus efectos perversos sobre el trasunto político-. Esto no significa que no existan militantes con ideas frescas, simplemente que dentro de la agenda federal -y por inferencia directa, a nivel regional y provincial- se impone la férrea disciplina del blindaje de liderazgos, dejando el debate sobre ideas y programas a posteriori o como un mero maquillaje pirotécnico.
Ya el Congreso Federal reveló la necesidad de acelerar el proceso de elección de Secretario General, sin tiempos en los que madurar entre la militancia un programa político serio y consensuado. En su lugar, tuvimos un programa tomado con pinzas y escrito con cierto oportunismo mediático. El debate sobre la participación interna y el rearme de las bases nunca fue antes de la debacle electoral un tema de discusión en los órganos del partido, aunque llevara años formando parte esencial de las inquietudes de la militancia. De la noche a la mañana, aquellos que nunca habían tenido en cuenta a las bases, se convirtieron en santos protectores de la democracia interna. Los efectos mediáticos del 15-M, unidos a un fenómeno de profunda desafección entre los votantes socialistas, llevó al aparato del partido a orquestar una campaña de lifting facial, tomando como discurso central los aires de renovación que dentro y fuera del PSOE demandaban cambios radicales tanto en la estructura interna de toma de decisiones como en los contenidos.
Esta preocupación tiene un carácter más impostado que sincero, en vistas al devenir que han experimentado los diferentes Congresos Regionales y Provinciales, exentos de un discurso político con una mínima arquitectura teórica que le conceda credibilidad y sostenibilidad. Los Estatutos del PSOE, fruto de la experiencia de decenas de años, pero también reflejo de una inercia autista ante los nuevos tiempos y las nuevas demandas de la sociedad, propician con eficacia la constitución de la pirámide de poder, pero no ofrecen tiempos ni espacios suficientes en los que la militancia participe y consensue proyectos políticos colectivos.
El objetivo consistía en ofrecer ante la opinión pública una imagen de renovación y fortaleza políticas. Pero lo cierto es que en estos últimos meses, salvo beatíficas excepciones, las ideas políticas brillan por su ausencia. Los órganos del partido se han propuesto tener en un tiempo exprés un organigrama de cargos internos que favorezcan la percepción de unidad y determinación ante futuros comicios. En este contexto, las ideas y programas se orquestan como un mero soporte publicitario, no como germen de las políticas que deben vertebrar la propuesta de futuro ante la ciudadanía. Es tal la preocupación por reordenar el mapa de cargos que se ha debilitado el debate interno sobre las ideas. El temor de quien escribe es evidente: una vez establecido el nuevo árbol de poder, ¿qué quedará de la renovación prometida? Ningún militante quisiera pensar de su partido que los aires de cambio que han protagonizado estos últimos meses fueran tan solo una forma sutil de instrumentalización de las bases, una versión moderna de despotismo ilustrado.
En principio, la borrachera de cargos no ha ayudado a crear un ambiente de debate profundo más allá de los casos ilusionantes que han protagonizado numerosas sedes locales, a mi juicio el foco neurálgico de las nuevas ideas políticas dentro del PSOE. El tiempo verbal de la esperanza se escribe en futuro. Esperemos que las Ejecutivas entrantes alienten con generosidad y liderazgo compartido las reformas necesarias que la militancia anhela. De lo contrario, la brecha abierta no hará sino dilatarse y quebrar la ilusión de los socialistas.
Ramón Besonías Román
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