Un partido político lo componen ciudadanos preocupados por los asuntos públicos de su ciudad, región o país, que deciden aportar sus talentos profesionales y sus convicciones al servicio de la ciudadanía. Esta es la teoría que todos conocemos y que exigimos a nuestros políticos. Por ello, la organización interna de un partido político debe reflejar con isomorfismo las mismas reglas morales que alimentan el espíritu democrático. Una de ellas es la isegoría o libertad de expresión. La militancia tiene derecho a expresar sus opiniones, sus demandas y propuestas con tiempo suficiente y en condiciones que aseguren la libre circulación e intercambio de ideas. La reflexión personal y el debate colectivo deben ser condiciones sine qua non para la elaboración de todo proyecto político y la posterior toma de decisiones acerca de quién o quiénes debe liderarlo y ponerlo en práctica. Los cargos nunca deben preceder a las ideas, y estas a su vez nunca deben construirse de manera solipsista, sin el arbitrio de la discusión colectiva y el consenso. De lo contrario, un partido político no se distinguiría en la práctica de cualquier organización oligárquica o despotismo ilustrado.
Con esta intención, nació dentro del PSOE una estructura de toma de decisiones basada en procesos congresuales, escalonados de arriba abajo, del ámbito federal al local, de la elección de un Secretario General del partido a la elección de diferentes Secretarios Locales que conformarán el equipo de trabajo que propondrá en cada localidad el proyecto político en futuros comicios. Los congresos socialistas representan un modelo de decisión colectivo que tiene como objetivo la elección de un líder político a partir de la comunicación a sus compañeros militantes de un proyecto de futuro para su agrupación, sea esta federal, regional, provincial o local. Los principios teóricos que rigen este modelo congresual son la participación y el consenso.
Los congresos son un modelo eficaz, que favorece la legitimidad interna de liderazgos y propicia asimismo el diálogo dentro del partido. Esto no quita que posean carencias significativas que podrían mejorar la calidad democrática de sus procesos. La militancia socialista echa en falta la articulación de estructuras que favorezcan el diálogo en las agrupaciones. Los congresos imponen unos tiempos que hacen imposible el establecimiento de mecanismos de debate en los que todas y todos puedan aportar y ser tenidos en cuenta. No son pocos quienes consideran mucho más democrático un proceso que se articule de abajo arriba y no al revés, y en el que la cara del candidato no preceda a las ideas y los programas políticos.
Por otro lado, las candidaturas a la secretaría se suelen presentar sin un sustrato programático. A lo sumo, los candidatos muestran sus intenciones a los compañeros militantes a través de una breve declaración de intenciones sin solidez discursiva, y lo hacen con escaso tiempo de antelación como para que los delegados puedan discriminar y ponderar las virtudes y defectos de las candidaturas. Por citar un caso reciente, Rafael Lemus presentó el día 23 de abril, a cinco días de la vuelta definitiva del Congreso Provincial de Badajoz, su web Juntos hacia nuevos retos, dentro de la que pueden leerse sus exiguas propuestas de futuro. El texto -dos páginas en letra abultada-, lejos de ser un programa en toda regla, se dibuja como un folletín bienpensante y difuso, que en ningún caso ayuda a entender lo que el candidato quiere para el PSOE de Badajoz. Las ideas profundas y detalladas, los argumentos sólidos, las propuestas imaginativas e ilusionantes brillan por su ausencia. Ningún delegado puede saber cuál es el programa político de Rafael Lemus por la simple razón de que Rafael Lemus no tiene programa. Su discurso es un corta y pega de numerosas frases hechas, clichés de temporada y asertos metafísicos.
Al menos, tarde -a 36 horas del Congreso- pero real, Ramón Diaz Farias ha publicado su proyecto político a los delegados (www.socialismoilusionytrabajo.com/proyecto.pdf). Esta celeridad no obedece tanto a la falta de creatividad o voluntad de los candidatos, como a la ineficacia interna de los resortes de participación durante el periodo congresual, conformes con la letra estatutaria del partido; unos Estatutos que no acaban de ser reformados de tal modo que faciliten un proceso dialógico sostenible, donde las bases puedan influir realmente como grupo de poder en la toma de decisiones final. El sistema de delegados permite a los órganos de dirección del partido controlar, incluso impedir y ahogar, la posibilidad de que determinados grupos de opinión acaben resultando una alternancia popular entre los militantes. El actual sistema de delegados permite tener controlados los focos de influencia interna, manejados a través de tiempos y espacios exiguos. Los militantes no pueden votar directamente a sus candidatos, auspiciados por un proceso previo de reflexión y participación, de debate y consenso de los proyectos políticos expuestos sobre la mesa.
Esto sucede, entre otras causas, porque el modelo sobre el que se asienta la elección de candidatos adolece de graves defectos democráticos. Una candidatura solo puede tener suficiente legitimidad moral entre la militancia si ésta ha participado directamente en la construcción del programa político y si ha tenido suficientes ocasiones de diálogo como para consensuar el futuro colectivo de su agrupación política. Por el contrario, el modelo adoptado por los órganos de dirección mata el cerdo antes de comprarlo. El aparato del partido se preocupa más de tener asegurado la figura mediática de un candidato que establecer cauces de participación, debate y consenso acerca del futuro del partido. La soberanía democrática de la militancia -de una mínima parte de ésta, llamada delegados- es tomada tan solo desde un punto de vista formal y procedimental. Interesa que el militante vote, que se asegure el orden y la consecución de los cauces estatutarios, que se asegure la presencia de un liderazgo que ponga cara a la supuesta solidez institucional del partido. Mientras tanto, la militancia sigue esperando que se cuente con ella para construir entre todas y todos un proyecto colectivo, más allá de el poético reclamo a una democracia ficticia.
Al menos, tarde -a 36 horas del Congreso- pero real, Ramón Diaz Farias ha publicado su proyecto político a los delegados (www.socialismoilusionytrabajo.com/proyecto.pdf). Esta celeridad no obedece tanto a la falta de creatividad o voluntad de los candidatos, como a la ineficacia interna de los resortes de participación durante el periodo congresual, conformes con la letra estatutaria del partido; unos Estatutos que no acaban de ser reformados de tal modo que faciliten un proceso dialógico sostenible, donde las bases puedan influir realmente como grupo de poder en la toma de decisiones final. El sistema de delegados permite a los órganos de dirección del partido controlar, incluso impedir y ahogar, la posibilidad de que determinados grupos de opinión acaben resultando una alternancia popular entre los militantes. El actual sistema de delegados permite tener controlados los focos de influencia interna, manejados a través de tiempos y espacios exiguos. Los militantes no pueden votar directamente a sus candidatos, auspiciados por un proceso previo de reflexión y participación, de debate y consenso de los proyectos políticos expuestos sobre la mesa.
Esto sucede, entre otras causas, porque el modelo sobre el que se asienta la elección de candidatos adolece de graves defectos democráticos. Una candidatura solo puede tener suficiente legitimidad moral entre la militancia si ésta ha participado directamente en la construcción del programa político y si ha tenido suficientes ocasiones de diálogo como para consensuar el futuro colectivo de su agrupación política. Por el contrario, el modelo adoptado por los órganos de dirección mata el cerdo antes de comprarlo. El aparato del partido se preocupa más de tener asegurado la figura mediática de un candidato que establecer cauces de participación, debate y consenso acerca del futuro del partido. La soberanía democrática de la militancia -de una mínima parte de ésta, llamada delegados- es tomada tan solo desde un punto de vista formal y procedimental. Interesa que el militante vote, que se asegure el orden y la consecución de los cauces estatutarios, que se asegure la presencia de un liderazgo que ponga cara a la supuesta solidez institucional del partido. Mientras tanto, la militancia sigue esperando que se cuente con ella para construir entre todas y todos un proyecto colectivo, más allá de el poético reclamo a una democracia ficticia.
Ramón Besonías Román
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