El molde icónico con el que forja la farándula mediática el estereotipo de mujer de derechas báscula entre dos extremos. Por un lado está la imagen retro de la piadosa, monjil y puritana, cumplidora ama de casa, fiel esposa, madre per omnia saecula seculorum. Y por el otro, también imagen hiperbólica, tenemos a la pepera in work, mujer orquesta, moderna, entregada a su empresa, independiente y capaz. Entre aquella y esta otra no existe ni un centímetro de grosor estético; todo es cuestión de grado.
La nueva mujer conservadora puede o no trabajar, pero en cualquier caso debe ser solícita esposa, omnipresente madre y sostenedora del orden familiar. No me extrañaría un pelo que si la crisis arreciara, el pepé impulse políticas de apoyo a aquellas mujeres que deciden -perdonen el eufemismo, quise decir "no les queda más narices"- sacrificar su vida laboral a cambio de cuidar del hogar. Al tiempo.
El catecismo conservador posee una virtud incuestionable: va de cara, no oculta su estilismo, ataca de frente. Los modelos de mujer conservadores se ajustan a la perfección a su vaina ideológica, combinando con sabio aderezo la querencia por la familia nuclear católica con la fidelidad a un liberalismo infame. De este maridaje nace una novia de Frankenstein, mitad maruja, mitad bruja de las finanzas.
El catecismo conservador posee una virtud incuestionable: va de cara, no oculta su estilismo, ataca de frente. Los modelos de mujer conservadores se ajustan a la perfección a su vaina ideológica, combinando con sabio aderezo la querencia por la familia nuclear católica con la fidelidad a un liberalismo infame. De este maridaje nace una novia de Frankenstein, mitad maruja, mitad bruja de las finanzas.
Pero cuando un conservador se imagina a la mujer ideal, su entendimiento reconstruye un arquetipo ideológico que se circunscribe dentro de una determinada clase social, cuenta corriente y armario ropero. Por supuesto, no piensan en una mujer de clase media-baja, crucificada por los efectos perversos de la reforma laboral, no. Dios les valga. Su imaginación delimita el espectro femenino a un rango limitado por su escasa sensibilidad social. No pidamos peras al olmo seco.
Un diario nacional ha condensado este estereotipo conservador de mujer contemporánea en la figura arquetípica de doña Soraya Saenz de Santamaría, vicepresidenta, ministra de la Presidencia y generala del Centro Nacional de Inteligencia; ahí es nada. "La mujer más poderosa de España" (palabras textuales del periódico) combina con modélica eficacia su vida política con su condición de madre. Asiste al baño de su zagal todos los días, truene o escampe, baje la prima de riesgo o recesionemos. Así es ella, molde trinitario del estamento familiar: madre, esposa y eficaz operaria del orden establecido.
Saenz de Santamaría representa la cara y la cruz en la misma moneda. Trabajadora y madre; católica, pero casada por lo civil; una y trina en sus funciones. La nueva imagen primavera-verano del reformismo estético del conservadurismo español. Tradicional y progre, Santamaría abandera la marca y seña de la nueva derecha, polimorfa y adaptativa, amiga del vil metal y celosa protectora de los valores preconstitucionales.
Hermanas, hermanos. Callemos unos segundos y elevemos nuestras plegarias a esta nueva santa en vida:
Soraya, ruega por nosotros, pobres mortales, entregados a nuestras miserias en este valle de lágrimas.
Tú, que amas con fidelidad y entrega a tu marido, hasta tal punto de sacrificar su puesto en el Ministerio de Hacienda, rebajando su intendencia a un mero puesto en Telefónica. Ora pro nobis.
Tú, mater amatísima, ubre prodigiosa, sostén de la patria, que restas tiempo a tu hijo para regalarlo con desprendimiento y gratuidad a tu pueblo afligido. Ora pro nobis.
Oh, madre gloriosa, ruega por éstas, tus hijas, nimileuristas, forzadas a abortar por las presiones de los impíos, azotes de la Cristiandad.
Amen.
Ramón Besonías Román
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