Esta pareja exultante y trajeada, que se da la mano, no son otros que Christine Lagarde, actual directora del Fondo Monetario Internacional (FMI) y Jörg Asmussen, viceministro de finanzas de Alemania. No sé por qué sonríen, ni me importa, aunque con la que está cayendo, no deja de incomodarme un poco ver cómo los políticos, sean del país que sean (¡no estamos acaso en una economía globalizada!), dibujan su sonrisa profiden ante los medios. La situación no está como para andar de chanzas. En fin, supongo que ellos también tienen derecho a un receso de relax.
Pero no nos desviemos de la intención. El astigmático alopécico de la foto ha sido propuesto por su país para convertirse en el sucesor de Jünger Stark en el BCE (Banco Central Europeo). A estas alturas, el paciente lector quizá ya se haya perdido entre tanto nombre y organismo. Aclaremos pues. El BCE se encarga de controlar y dotar de estabilidad al euro. Digamos en resumen que el BCE es el que dirige el modelo económico en Europa. Resulta cuando menos sospechoso que precisamente ahora, bajo el fuego cruzado de la crisis, Merkel y los suyos propongan a su colega como principal asesor económico en el BCE. Cuantos más compatriotas (poco importa que sea socialdemócrata) estén en el ajo, con más facilidad se asegurarán que la política económica europea se construye a su imagen y semejanza. Asmussen ideó el plan de salvación de los bancos alemanes y ahora lo fichan para enmendar las cuentas europeas; es un técnico economista, no un político. Su virtud es la eficacia, la fidelidad a los números. Asmussen es un tecnócrata, un funcionario leal al sistema financiero, no a la ciudadanía. Sus decisiones no tienen en cuenta el factor humano; él calibra, calcula, evalúa y ejecuta. Es el señor Blanco (disculpen la licencia tarantiniana) de Europa; limpia y no deja rastro. Entre sus propios colegas, Asmussen es considerado un empleado más a cargo del sector financiero; no confían mucho en que las decisiones que tomara dentro del BCE fueran lo suficientemente valientes como para atreverse a contravenir los intereses de los bancos.
Cuando los ciudadanos sabemos de estas decisiones, de cómo nuestro futuro está en manos de personas a las que nunca podremos votar, cuyas intenciones y acciones quedan ocultas bajo la esotérica jerga económica, sin derecho a réplica o explicación, nos sentimos impotentes y cabreados, a partes iguales; e intuimos que la política se está convirtiendo cada vez más en la fachada con la que otros poderes maquillan y legitiman sus intereses. Cada vez son más los ciudadanos que piden a sus representantes acciones reales que demuestren que es la política quien controla el mercado y no al revés. Hoy por hoy, no hay signos que demuestren que los bancos y las grandes empresas hayan realizado un mayor sacrificio que aquel que realizan cada día los ciudadanos. El pueblo quiere ver llorar a los ricos, pero solo recibe en respuesta rostros complacidos, felices de ver caer la tormenta del lado cómodo del cristal.
Pero no nos desviemos de la intención. El astigmático alopécico de la foto ha sido propuesto por su país para convertirse en el sucesor de Jünger Stark en el BCE (Banco Central Europeo). A estas alturas, el paciente lector quizá ya se haya perdido entre tanto nombre y organismo. Aclaremos pues. El BCE se encarga de controlar y dotar de estabilidad al euro. Digamos en resumen que el BCE es el que dirige el modelo económico en Europa. Resulta cuando menos sospechoso que precisamente ahora, bajo el fuego cruzado de la crisis, Merkel y los suyos propongan a su colega como principal asesor económico en el BCE. Cuantos más compatriotas (poco importa que sea socialdemócrata) estén en el ajo, con más facilidad se asegurarán que la política económica europea se construye a su imagen y semejanza. Asmussen ideó el plan de salvación de los bancos alemanes y ahora lo fichan para enmendar las cuentas europeas; es un técnico economista, no un político. Su virtud es la eficacia, la fidelidad a los números. Asmussen es un tecnócrata, un funcionario leal al sistema financiero, no a la ciudadanía. Sus decisiones no tienen en cuenta el factor humano; él calibra, calcula, evalúa y ejecuta. Es el señor Blanco (disculpen la licencia tarantiniana) de Europa; limpia y no deja rastro. Entre sus propios colegas, Asmussen es considerado un empleado más a cargo del sector financiero; no confían mucho en que las decisiones que tomara dentro del BCE fueran lo suficientemente valientes como para atreverse a contravenir los intereses de los bancos.
Cuando los ciudadanos sabemos de estas decisiones, de cómo nuestro futuro está en manos de personas a las que nunca podremos votar, cuyas intenciones y acciones quedan ocultas bajo la esotérica jerga económica, sin derecho a réplica o explicación, nos sentimos impotentes y cabreados, a partes iguales; e intuimos que la política se está convirtiendo cada vez más en la fachada con la que otros poderes maquillan y legitiman sus intereses. Cada vez son más los ciudadanos que piden a sus representantes acciones reales que demuestren que es la política quien controla el mercado y no al revés. Hoy por hoy, no hay signos que demuestren que los bancos y las grandes empresas hayan realizado un mayor sacrificio que aquel que realizan cada día los ciudadanos. El pueblo quiere ver llorar a los ricos, pero solo recibe en respuesta rostros complacidos, felices de ver caer la tormenta del lado cómodo del cristal.
Ramón Besonías Román
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