«Empieza el cambio». Así de modestos se presentan los conservadores del PP a la ciudadanía. Como quien se sabe respaldado de antemano, Rajoy y compañía se acomodan a las puertas de la Moncloa, convencidos de que el 20-N supondrá para ellos un camino de rosas electoral. Desde los primeros comicios de la democracia no vemos tal soberbia y autocomplacencia. La jefa de campaña lo dejó bien claro: nos presentamos como único comodín posible ante la incompetencia del PSOE. El pueblo soberano nos ama, nos desea, cree en las divinas virtudes de nuestro grupo político para salvar a España de la catástrofe. Estamos sobraos. No debemos dar explicaciones a nadie; es tal nuestra seguridad que ni siquiera tendríamos la necesidad de hacer campaña. La hacemos porque si no nos aburrimos. Por eso pedimos hace tiempo que adelantaran las primarias. Por eso Rajoy apenas sale de su cueva mediática. ¿Para qué?, ¿por qué esforzarse? Como el buitre, solo esperamos a que el moribundo sucumba. Nuestra estrategia es la misma que la del pescador: la paciencia. No necesitamos anzuelo ni carnaza. El pez salta a la nasa por sí solo. ¿A dónde va a ir el pobre ciudadano sino a la nuestra vera? ¿Quién puede salvarles? Solo necesitamos mantener hasta el 20-N la sensación de que el ejecutivo no sabe dónde se anda, y la mayoría absoluta es nuestra. ¿Apostamos algo?
El PP lo tiene claro: en tiempos de crisis, jugar al maniqueísmo es la mejor estrategia. Zapatero y Rubalcaba son el demonio y la troupe conservadora los santos barones que traerán de nuevo la estabilidad y el esplendor económicos a la Cristiandad. Blanco o negro, este debería haber sido el eslogan pepero. Vender el sueño de un futuro perfectible, utilizando como estrategia la imagen de un opositor moribundo. El PP no necesita gastar saliva proponiendo medidas para acabar con la crisis; para eso ya tenemos los entremeses que nos ofrecen sus políticas de recortes en Castilla-La Mancha (cada cual que lea entre líneas lo que desee). Nunca una campaña electoral se vendió con tan poco riesgo. Por eso, Rajoy y los suyos bostezan, se sientan cómodamente a la espera de que la ciudadanía, harta, perpleja y desplumada, venda su voto al comodín conservador. El votante español no suele cambiar de voto a no ser que las circunstancias lo requieran. Somos votantes empíricos; votamos al de siempre, castigamos al impío y a aquel que nos ofrece pan para mañana le besamos devotamente pies y manos. Somos fieles al rey, siempre y cuando éste nos sea propicio. Es lo bueno que tiene la democracia, permite renovar el fondo de armario, pese a que la elección no sea nunca del todo satisfactoria.
El PP lo tiene claro: en tiempos de crisis, jugar al maniqueísmo es la mejor estrategia. Zapatero y Rubalcaba son el demonio y la troupe conservadora los santos barones que traerán de nuevo la estabilidad y el esplendor económicos a la Cristiandad. Blanco o negro, este debería haber sido el eslogan pepero. Vender el sueño de un futuro perfectible, utilizando como estrategia la imagen de un opositor moribundo. El PP no necesita gastar saliva proponiendo medidas para acabar con la crisis; para eso ya tenemos los entremeses que nos ofrecen sus políticas de recortes en Castilla-La Mancha (cada cual que lea entre líneas lo que desee). Nunca una campaña electoral se vendió con tan poco riesgo. Por eso, Rajoy y los suyos bostezan, se sientan cómodamente a la espera de que la ciudadanía, harta, perpleja y desplumada, venda su voto al comodín conservador. El votante español no suele cambiar de voto a no ser que las circunstancias lo requieran. Somos votantes empíricos; votamos al de siempre, castigamos al impío y a aquel que nos ofrece pan para mañana le besamos devotamente pies y manos. Somos fieles al rey, siempre y cuando éste nos sea propicio. Es lo bueno que tiene la democracia, permite renovar el fondo de armario, pese a que la elección no sea nunca del todo satisfactoria.
Ramón Besonías Román
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