Cara a cara



Cuando sabemos que el adversario tiene malas cartas, es fácil jugar las tuyas. Solo debes esperar y ver cómo la partida se pone de tu parte. Sin embargo, no parece que el PP esté muy seguro de que su camino hacia la Moncloa vaya a ser fácil. De hecho, su estrategia de desprestigio y desgaste del PSOE a través del recurso insistente a la tesis según la cual la crisis no se trata de un fenómeno coyuntural o internacionalizado, sino la consecuencia lógica de la inoperancia y falta de criterio del actual ejecutivo, revela que sin esta carta, la jugada puede salirle rana. Rajoy intenta por todos los medios dar la sensación de que tiene un proyecto político serio y eficaz, pero la realidad nos ha demostrado que hasta ahora no está muy dispuesto a mostrar sus cartas. Ha prometido no recortar los servicios sociales, un titular tomado con alfileres dentro de un discurso difuso y sin concreciones a las que agarrarse. Rajoy intenta mostrar un cara moderada ante el electorado de izquierdas que le dio su confianza en las autonómicas y municipales. Quiere aparentar que jugará en el centro del campo y no en la derecha conservadora que heredó de su maestro, José María Aznar. Sabe que sin parecer moderado, puede perder el crédito de la ciudadanía indignada. Por eso, durante estos cuatro meses intentará no mover mucho sus cartas, evitar el enfrentamiento directo y mantenerse en ese terreno de nadie en el que se encuentra protegido.

A Rubalcaba le interesa todo lo contrario; el PSOE debe recuperar en poco tiempo el crédito que ha perdido a causa de la crisis. Para ello debe exponer -explicar es su lema y voluntad- con claridad y transparencia su programa político, subrayando las excelencias del ideario clásico socialista y dibujando un proyecto cercano, a pie de calle, que atienda a necesidades que demanda realmente el ciudadano. Por esta razón, una constante de su estrategia será presentar la figura de Rubalcaba como signo de seguridad y confianza. El PP evita, sin embargo, poner a Rajoy como protagonista de su discurso. Sabe que a la luz de la opinión pública, la figura de Rajoy quedará deslucida ante las tablas y la
inteligente sobriedad de Rubalcaba. No es de extrañar que haya sido el PSOE quien ha propuesto al PP, y no al revés, la posibilidad de un debate cara a cara. A Rajoy la va a costar superar la difícil prueba del primer plano y el juego dialéctico bajo los focos de un plató televisivo. Rubalcaba no es Zapatero, no posee el buenrrollismo ni la flacidez comunicativa de Zapatero. Rubalcaba es expeditivo, no dice ni más ni menos de lo que quiere decir; cuando habla, transmite seguridad, empaque y resolución. Rajoy carece de estas cualidades comunicativas. A su favor tiene la virtud de parecer honesto y responsable, pero no transmite energía a la hora de exponer sus propuestas; debía recurrir a Cospedal -ahora el policía malo es Pons- para ajustar las cuentas al oponente. Rajoy se asemeja a un bondadoso anciano, riñendo a su adversario por portarse mal, y esta pose no basta para ganar unas elecciones. En las primarias, el electorado mira a los candidatos con lupa, le preocupa en qué manos va a dejar su futuro.

Para suplir este hándicap de autoimagen el PP debe recurrir al comodín del desgaste del PSOE como arma de destrucción masiva. El PP recrimina al PSOE que su proyecto político no es más que una continuación de la línea ya trazada por Zapatero; sin embargo, no hay signos evidentes de que Rajoy proponga un discurso alejado del conservadurismo esgrimido por su correligionario Aznar durante sus dos legislaturas. A largo plazo, la falta de liderazgo afectará más al PP que al PSOE; pierda quien pierda las próximas primarias, es evidente que habrá un cambio de candidato. Rajoy no resistirá una nueva derrota, al igual que es de esperar que en el caso de que Rubalcaba perdiera los comicios los socialistas buscarán una cara nueva que aliente su voluntad de renovación.

Ramón Besonías Román

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