20N


Los mercados no se han resentido, ni para bien ni para mal, ante la noticia del adelanto de las elecciones para el próximo 20 de noviembre; es extraño, teniendo en cuenta lo susceptibles que son ante cualquier mínima sospecha que pueda hacerles creer que sufrirán una exigua pérdida económica. Solo la prensa y la farándula política parecen haber encontrado en la noticia una excelente excusa para abrir un nuevo capítulo folletinesco con el que sacar rédito a sus intereses electorales. Las exégesis y las quinielas han reabierto sus ventanillas, presentando sus pronósticos. La oposición interpreta el anuncio de Zapatero como un síntoma más de la metástasis del ejecutivo, mientras que el gobierno lo ve como un honesto ejercicio de responsabilidad política. Venga de quien venga, el adelanto de elecciones se ha convertido en objeto de debate y análisis públicos, en noticia protagonista, en carnaza a usar contra el techo del rival político.

Algunos políticos del PP, como Cospedal o Rajoy, han aprovechado este anuncio para sugerir que este adelanto de elecciones era lo que realmente deseaban los españoles (no menos que su grupo parlamentario, que se frota las manos para arañar la Moncloa). Sin embargo, es muy probable que si le preguntáramos a los ciudadanos acerca de si el adelanto o no de las elecciones les parece una cuestión relevante tal y como está el horno, de seguro dibujarían sin pensárselo mucho un rictus de escepticismo y apatía. Al ciudadano no le preocupa tanto la mecánica del poder político, sus continuos rifirrafes y dimes y diretes, como que sus problemas económicos encuentren un mínimo de respiro ya y ahora. La crisis convierte la lucha por el poder a través de las urnas en un mezquino mercado de promesas inconsistentes, que más que generar confianza en el electorado, reproduce exponencialmente su desencanto. Sería aconsejable que las fuerzas políticas centraran sus esfuerzos en unir voluntades ante la crisis más que seguir jugando al ping pong con la ciudadanía. En este contexto, la oposición ha manifestado una persistente hostilidad hacia cualquier política económica que el ejecutivo ponía sobre la mesa, ofreciendo ante Europa una imagen negativa de inestabilidad e indeterminación políticas. El PP está siendo durante la crisis un nefasto opositor, enfrascado más en aprovecharse de la coyuntura económica para acceder al poder que sumarse al ejecutivo en políticas leales que alienten la esperanza ante la ciudadanía.

Mucho me temo que la veda electoral abre cuatro meses de más de lo mismo, o peor. La estrategia del PP promete lo que da: un discurso del desgaste y la promesa de efectividad mediante vagas políticas de austeridad presupuestaria, sin concreción alguna. Rajoy no se atreve, pese a haber prometido con la boca chica que no piensa tocar los servicios sociales, a explicar con pelos y señales en qué consistirá su política de ahorro público. Ni es de esperar que mueva ficha, ya que eso supondría desvelar medidas impopulares o de difícil explicación, encaminadas a una reducción del Estado mediante la privatización de servicios públicos y la implantación de una política de empleo basada en la temporalidad, muy al son que marcan las actuales políticas conservadoras europeas. Si al electorado de izquierdas le preocupa que el PSOE se haya visto obligado a poner en práctica políticas económicas agresivas y, en parte, contrarias a su voluntad ideológica, que vaya atándose los machos si los conservadores toman el poder.

Los indignados del 15M no ven muchas diferencias entre las políticas de izquierda y las de derecha; ni siquiera reconocen estos términos como adecuados para definir la realidad política. Y quizá no les falte razón en su demanda de una necesaria redefinición de la matriz ideológica que sustenta el discurso de los partidos tradicionales. Pero la actitud del 15M también revela una evidente ingenuidad y una falta de memoria política. Si en algo presentan PSOE Y PP un discurso radicalmente distanciado es en lo que respecta a sus políticas económicas. Sus recetas son diametralmente opuestas y aún siguen estando muy constreñidas por sus antecedentes ideológicos. El PP se presenta como defensor del ahorro presupuestario, la reducción del gasto, la flexibilización de la contratación, un enérgico defensor de la austeridad y el control públicos, así como del fortalecimiento del sector privado. Por otro lado, el PSOE subraya su discurso en la garantía de los servicios sociales, a costa incluso de forzar un déficit sostenible. Cree que es posible generar un sistema económico que haga compatible el mantenimiento de una protección social óptima con la creación de empleo y el fortalecimiento de la competitividad y la innovación empresarial, cuestión en la que el PP es profundamente escéptico. Los conservadores no creen que sea posible mantener el Estado social de bienestar tal y como hasta ahora había sido defendido por la socialdemocracia. Esperar que el PP apoye las políticas económicas del gobierno es como pedirle al Papa que abogue por los matrimonios homosexuales. El PSOE ha apostado por una defensa a ultranza de su mayor patrimonio ideológico: la defensa de los derechos sociales y económicos que han protagonizado sus políticas desde los años 80. La crisis ha exigido al ejecutivo tomar decisiones difíciles, que van en contra de estos ideales y que son impopulares; pero lo ha hecho porque era necesario si se quiere a largo plazo seguir defendiendo el fortalecimiento de nuestro Estado Social.

Los ciudadanos se encuentran en la difícil tesitura de discriminar qué proyecto político, especialmente en materia económica, creen que puede a largo plazo ofrecerles un mejor futuro. Con ninguna de las posibles opciones tenemos aseguradas mejoras perceptibles a corto o medio plazo. En esta tesitura estamos y debemos ser conscientes de ello. Cualquier partido político que prometa crear empleo con rapidez y estabilidad está mintiendo. Pese a ello, muchos políticos actúan ante su electorado como vendedores de pócimas milagrosas, profetas y predicadores que prometen la vida eterna a cambio de nuestra empatía. Como en el mundo de la gastronomía, todo progreso requiere del arbitrio del tiempo; no se puede sacar el cocido antes de que esté hecho, requiere paciencia y maestría. El problema es que hay muchos ciudadanos hambrientos, que quieren comer ya y lo que sea; por eso, a la espera de una mejora económica, el ejecutivo solo puede ofrecer tentempiés con los que ir engañando al hambre, a la espera de que el cocido esté sobre la mesa. Esperemos que la olla hierva rápido y el menú dé para alimentar a todos. En este sentido, los datos de septiembre y octubre serán reveladores de la dirección que tomará la recuperación económica durante el próximo año. Es difícil pedir paciencia y confianza a quienes gobiernan cuando el temporal arrecia, pero merece la pena resistir a la espera de que escampe.

Ramón Besonías Román

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