El Movimiento 15-M ha provocado entre políticos, medios e intelectuales emociones ambivalentes, que basculan entre el escepticismo (cuando no la sospecha) y el entusiasmo. Los más optimistas ven en esta manifestación popular un síntoma de que una sociedad civil que andaba adormecida, está empezando a despertar, participando, aunque solo sea mediante su protesta pasiva en las plazas, de los asuntos públicos. Hasta ahora, las encuestas ponían de manifiesto que la juventud española pasaba de la política porque ésta a su vez también pasaba de ellos, se atrincheraba en discursos y dialécticas autocomplacientes y distantes de las necesidades de la ciudadanía. El Movimiento 15-M se percibe, desde esta óptica, como un creativo amago de resurrección de un tipo de activismo que hasta ahora se había mantenido recluido en el ágora digital de las redes sociales. Otros, sin embargo, no reducen su análisis a un exclusivo plano sociológico. Consideran que estos movimientos, en el caso de siguieran manteniendo un cierto impacto mediático, supondrían una llamada de atención hacia las clases políticas para que rediseñen sus estrategias de comunicación con su potencial electorado. En este sentido, solo la izquierda ha reconocido hasta ahora esta tesis, admitiendo que es necesario escuchar a la ciudadanía, buscar nuevas fórmulas que hagan entender sus proyectos políticos y crear nuevos canales de diálogo. La derecha, por su parte, ha entendido este movimiento popular bien como una campaña publicitaria orquestada por la izquierda, bien como una puesta en escena dramatizada que refleja la supuesta ineptitud del ejecutivo socialista. En cualquier caso, no creen que se trate de un hecho que vaya a afectar a las próximas generales o que exprese el sentir general de la población española. No es extraño estos días leer numerosos artículos que interpretan las manifestaciones en Puerta del Sol como un ictus reaccionario, preñado de negatividad y nihilismo antisistema; como una digestión popular de desencanto y cabreo que no lleva a ninguna parte ni tiene fundamento racional ni estrategia ulterior que la sostengan. Tildan el Movimiento 15-M de populismo izquierdoso, vendido como un carnavalesco mayo sesentero.
Sin embargo, ni unos ni otros han querido echar demasiado picante en esta comida, no sea que se les estropeara la cena de cara a las elecciones municipales y autonómicas. A fin de cuentas, quienes pululan por las plazas de numerosas ciudades españolas es el pueblo soberano que les elige, que legitima su poder, quienes tienen la voz primera y última dentro del juego democrático. No pueden morder la mano que les da de comer.
Otro gallo cantará tras estos comicios y se pase el miedo a perder votos. Entonces veremos qué lectura y qué grado de empatía demuestran los partidos hacia las demandas de este colectivo. Es razonable pensar que durante las semanas posteriores se establezca un panorama de calma y prudencia, a la espera de ver en qué dirección sopla el viento de este movimiento popular. Especialmente deberemos estar atentos a la hermenéutica que haga el pesoe. Lo lógico sería reaccionar, escuchar y articular un proceso de comunicación y compromiso con los indignados; repensar su política de comunicación con el electorado, potenciar su presencia en las redes sociales de manera bidireccional y continuada, crear comisiones populares en ayuntamientos y asociaciones vecinales que lleven las necesidades urgentes a sus representantes políticos. No sería incluso alocado que el presidente Zapatero hiciera unas declaraciones públicas en las que transmitiera confianza a la ciudadanía, comprometiéndose a que de las demandas que puedan ser atendidas se articularán medidas de ejecución a medio plazo.
El Movimiento 15-M ha puesto de manifiesto que el tono emocional que lo protagoniza es el de desconfianza. Recuperar la credibilidad debe ser el objetivo prioritario no solo del gobierno, sino también de la oposición, pese a que esta siga obviando a los indignados. El tiempo dirá si este movimiento popular era solo cosa de un puñado de ciudadanos cabreados con voluntad organizativa. Mucho me temo que aunque la capacidad de recuperación de este colectivo se viera debilitara de aquí a las generales, el tono emocional de sus vindicaciones trasciende más allá de las plazas, llegando a hogares que no instalaron sus tiendas en Sol o en cualesquiera otras ciudades de España. Hacer oídos sordos a este reclamo -teme quien escribe- no solo le costará al partido que le dé la espalda su paso a la Moncloa, sino que seguirá debilitando la necesaria complicidad que debe darse entre gobernantes y gobernados. La legitimidad política en democracia no la da tan solo la ejecución formal del protocolo constitucional; necesita del amparo del pueblo soberano, de su confianza y respeto.
Sin embargo, ni unos ni otros han querido echar demasiado picante en esta comida, no sea que se les estropeara la cena de cara a las elecciones municipales y autonómicas. A fin de cuentas, quienes pululan por las plazas de numerosas ciudades españolas es el pueblo soberano que les elige, que legitima su poder, quienes tienen la voz primera y última dentro del juego democrático. No pueden morder la mano que les da de comer.
Otro gallo cantará tras estos comicios y se pase el miedo a perder votos. Entonces veremos qué lectura y qué grado de empatía demuestran los partidos hacia las demandas de este colectivo. Es razonable pensar que durante las semanas posteriores se establezca un panorama de calma y prudencia, a la espera de ver en qué dirección sopla el viento de este movimiento popular. Especialmente deberemos estar atentos a la hermenéutica que haga el pesoe. Lo lógico sería reaccionar, escuchar y articular un proceso de comunicación y compromiso con los indignados; repensar su política de comunicación con el electorado, potenciar su presencia en las redes sociales de manera bidireccional y continuada, crear comisiones populares en ayuntamientos y asociaciones vecinales que lleven las necesidades urgentes a sus representantes políticos. No sería incluso alocado que el presidente Zapatero hiciera unas declaraciones públicas en las que transmitiera confianza a la ciudadanía, comprometiéndose a que de las demandas que puedan ser atendidas se articularán medidas de ejecución a medio plazo.
El Movimiento 15-M ha puesto de manifiesto que el tono emocional que lo protagoniza es el de desconfianza. Recuperar la credibilidad debe ser el objetivo prioritario no solo del gobierno, sino también de la oposición, pese a que esta siga obviando a los indignados. El tiempo dirá si este movimiento popular era solo cosa de un puñado de ciudadanos cabreados con voluntad organizativa. Mucho me temo que aunque la capacidad de recuperación de este colectivo se viera debilitara de aquí a las generales, el tono emocional de sus vindicaciones trasciende más allá de las plazas, llegando a hogares que no instalaron sus tiendas en Sol o en cualesquiera otras ciudades de España. Hacer oídos sordos a este reclamo -teme quien escribe- no solo le costará al partido que le dé la espalda su paso a la Moncloa, sino que seguirá debilitando la necesaria complicidad que debe darse entre gobernantes y gobernados. La legitimidad política en democracia no la da tan solo la ejecución formal del protocolo constitucional; necesita del amparo del pueblo soberano, de su confianza y respeto.
Ramón Besonías Román
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