¿Cambiar para que todo siga igual?



Es un mal de nuestra época. Todo lo que merece la pena, acaba convirtiéndose en objeto de mercado y consumo. El Movimiento 15-M no iba a ser menos. Mientras en la antesala a los comicios pudiera utilizarlo la clase política, nadie hizo ascos a la fiesta democrática de Sol y demás plazas españolas; ya sea por miedo a no importunar al electorado o con la esperanza de sacar tajada, políticos y medios de comunicación dotaron al colectivo ciudadano de indignados de una cierta solemnidad mediática, incluso política. Pero acabada la tormenta, el paraguas vuelve al armario. Solo hay que asomarse a periódicos y telediarios; cubren los estertores de la manifestación con alfileres, no sea que aún quede titular con el que rellenar hueco. Tampoco los intelectuales o la Universidad se han implicado en este happening ciudadano; su apoyo o su crítica brillan por su ausencia.

De la fiesta de la democracia participativa, el sueño esperanzador de un mayo vindicativo, hemos pasado a la
esperada cantinela de la que precisamente disiente el Movimiento 15-M. El protagonismo mediático lo vuelve a tener la lucha de los partidos por configurar el mapa político a su mayor gloria. Fue bonito mientras duró; jóvenes airados, pero pacíficos, entregándose por unas semanas al sueño real de una democracia directa, asamblearia, donde compartir algo más que ideas; también el pan y las ganas. Eso sí, dentro del perímetro de la plaza. Fuera de este, la vida fluye, igual, contradictoria y difícil para el que no tiene guita ni poder, jodida para los de siempre.

Uno tiene la sensación, con la perspectiva que da el tiempo, de que en gran medida el Movimiento 15-M ha sido tomado por las fuerzas fácticas con una solemne falta de respeto que, en el caso de que este colectivo persista y tome fuerza, acabará cobrando una cierta factura en las primarias, con una subida del abstencionismo y nuevas revueltas no tan comedidas y buenrrollistas como las que hemos visto estos días. Pasada la fiebre electoral, debería estar en la agenda de presidentes de comunidades y alcaldes hacer una llamadita a estos colectivos y abrir un diálogo sincero. Incluso puede que hasta quede bien eso de hacerse una foto con los indignados (disculpen la ligereza). Ya sé, amigo lector, esto es soñar demasiado. Pero ahí queda.

Por otro lado, hay que reconocer que el Movimiento 15-M tiene en estos días que tomar decisiones que de seguro determinarán en gran medida su supervivencia mediática y su potencial vindicativo. Las diferentes comisiones de cada ciudad deberán decidir si van por libre o tomar acuerdos comunes, o ambas cosas; un catálogo de mínimos con los que presentar sus demandas al resto de ciudadanos y a la clase política. Sus días en la calle se agotan; los comercios colindantes a los campamentos han perdido negocio y la opinión pública puede comenzar a pensar que están estirando la liebre demasiado. Una vez fuera de la calle, su reto será organizarse en comisiones presenciales o limitarse a la viralidad en las redes sociales; buscar el apoyo de instituciones académicas y culturales y de los medios de comunicación. Si consiguen mantener encendido el espíritu y energía con el que comenzaron, el Movimiento 15-M puede ser un catalizador alternativo de la dirección que tome la campaña hacia las primarias. Sin embargo, es razonable tener dudas acerca de si los partidos con mayor presencia parlamentaria tomarán realmente en serio este fenómeno ciudadano o seguirán utilizándolo con fines electoralistas. Es evidente que abrir un debate acerca del bipartidismo o una posible reforma de la ley electoral, ahora que los esfuerzos se van a poner en alcanzar la Moncloa, suena a ciencia ficción. Los partidos minoritarios saldrán ganando si el colectivo perdura y mantiene la atención de la opinión pública. El Movimiento 15-M no debería subrayar, como ha hecho hasta ahora, el rechazo del bipartidismo como única demanda, y sí una reforma electoral más justa, además de otras muchas propuestas que están en la mente de buena parte de la ciudadanía. Se corre el peligro de que se vuelvan a convertir durante las primarias en un comodín, moviéndose dentro de la baraja electoral. No es la primera vez que un movimiento social se utiliza como arma electoral, ni será la última. Si la crisis sigue avivando la protesta en la calle, no es extraño que los populismos aumenten en busca de votantes fáciles de contentar. Por ahora, el Movimiento 15-M tiene a su favor varios factores: su indeterminación programática, su voluntad asamblearia y escéptica con el poder centralizado, y su camuflaje en la red, desde donde puede operar con mayor libertad que la que puede otorgarle su vida en los campamentos.

Pero después de todo, la pregunta que me queda de fondo es si realmente está la ciudadanía dispuesta y preparada para asumir una democracia más participativa, menos pasiva y dócil, y si la clase política está realmente interesada en articular estrategias de acercamiento hacia ella. El Movimiento 15-M nos ha lanzado al aire esta pregunta. No sé si aún nos hemos dado cuenta, si no estamos maduros para darnos a nosotros mismos una responsabilidad como esta, o simplemente preferimos seguir como estamos. El tiempo lo dirá.

Ramón Besonías Román

1 comentario:

  1. Acabará el 15M conviertiéndose en una franquicia? La patrocinarán? Se enseñará como logo en las camisetas ajustadas del verano? Seguro que ya hay empresas dándole vueltas al asunto. Seguro que nació ya, involuntariamente tal vez, con esa intención bursátil. Se aprovecha del cerdo hasta los andares, decía mi abuelo. Este animal noble que nos están regalando va a acabar comiéndose a sí mismo. Quincefagia total. Hay ya un abuso, y no lo digo porque ud, mi querido amigo, abuse. Está el abuso por ahí. Como una letanía. Se pierde, con la ruda mecánica, los matices. Se pierden los aromas. Se van los ánimos.

    Me parece que tengo post para luego.Saludos.

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