Tomando nota



El movimiento 15-M surge de manera inesperada para la clase política, pese a que las encuestas del CIS ya auguraran desde hace tiempo un descontento y un distanciamiento crecientes de la ciudadanía hacia sus representantes políticos. El pepé los ningunea o estigmatiza como cachorros de las confabulaciones mediáticas de la izquierda; el pesoe intuye para sus adentros que es un grave síntoma de su debilitamiento ideológico, de su incapacidad para hacer llegar un mensaje claro y tranquilizador a su electorado. E Izquierda Unida pretende sacar rédito electoral a través del compadreo ideológico. Ni unos ni otros han sabido escuchar con suficiente sabiduría y honestidad el sentir de su electorado. Por esta razón, el movimiento 15-M se encuentra a día de hoy en la tierra de nadie que desea estar (y sería aconsejable que siguiera estando), como una manifestación democrática de malestar y disensión con la clase política. El carácter asambleario y horizontalista de este movimiento denota su naturaleza popular, plural y exento de una ideología definida. Estamos más ante una explosión de emociones contenidas que han encontrado lugar y voz a través de esta manifestación pacífica de intercambio de inquietudes y demandas.

El movimiento 15-M, pese a que se haya instalado en la calle,
no nace en ella; lo hace desde ese otro espacio heterogéneo, versátil e incontrolable que es la red. Hasta ahora, los partidos políticos han dialogado desde internet de manera verticalista y unidireccional, promocionando sus discursos, esperando que el ciudadano se acercara a sus webs y foros con docilidad. Sin embargo, no han sabido mezclarse y aprovechar el ágora digital como una oportunidad para escuchar la voz del ciudadano y hacer llegar en vivo y con cercanía sus ideas de futuro. La red es y será por mucho tiempo el parlamento privilegiado para que gobernantes y gobernados acerquen lazos de confianza. Pero para que esto se dé debe haber bidireccionalidad. El político debe hacer partícipe al ciudadano de sus decisiones, establecer debates constantes y no puntuales o electoralistas. A la vista está que el modelo de campaña electoral clásico se está viniendo abajo. Solo un reducido sector del electorado, situado en una franja de edad elevada o con convicciones ideológicas muy aferradas, se adhiere aún a este formato de comunicación y propaganda. El movimiento 15-M está poniendo sobre aviso a los políticos acerca de la necesidad de que reconfiguren sus estrategias de empatía con la ciudadanía.

Algunos analistas han imputado erróneamente a este movimiento popular la responsabilidad o el descaro de querer sustituir la función que poseen los políticos profesionales dentro del marco democrático. Sin embargo, a día de hoy queda claro que el movimiento 15-M responde con claridad a la manifestación de la necesidad ciudadana de participar de manera activa, sin clientelismos ideológicos, en la vida pública, ejercitando un derecho tan esencial como es la libertad de expresión y reunión. La participación de la ciudadanía española ha estado desde hace tanto tiempo aletargada que hoy resulta casi impensable a algunos políticos que movimientos como estos sean algo más que una mala digestión pasajera. Otros analistas consideran que a no ser que haya en el futuro una continuidad en las reivindicaciones o un recrudecimiento de su activismo en las calles, el movimiento 15-M no debe preocupar lo más mínimo a la clase política y que no afectará significativamente en posteriores comicios. Sin embargo, algunos síntomas indican que esta pasividad hacia estos movimientos sociales representa algo más que un pataleo adolescente. En primer lugar, es un movimiento de una plasticidad y maleabilidad extraordinarias (reforzada por el medio digital desde el que se alimenta); su pluralidad y indefinición ideológica lo hace impredecible. Por otro lado, se concentra en un tramo de edad comprendida entre 20 y 35 años, es decir, el sector de población que establecerá en una década las tendencias culturales y la dirección ideológica del país. Obviar su sensibilidad y sus demandas es un suicidio político a largo plazo. Por último, su escepticismo hacia las políticas económicas de uno u otro lado del espectro ideológico ha roto con la tradicional escisión heredada del franquismo entre derechas e izquierdas, obligando a los partidos (si es que empiezan realmente a verle las orejas al lobo) a reflexionar acerca de sus proyectos políticos y su forma de hacerlos comprensibles y transparentes a la ciudadanía. Sus reivindicaciones abogan por subordinar la economía a las demandas sociales, es decir, humanizar las economía y blindarla contra los excesos de los especuladores, sátrapas del dinero ajeno. En el fondo, este mensaje va dirigido a la izquierda, que necesitará de una vez por todas arriesgarse y reinventarse a sí misma. La derecha, por su parte, pagará a largo plazo su autismo y falta de tacto en su relación con esta ciudadanía emergente.

Es hora de que la clase política escuche, tome nota y aprenda de los ciudadanos, considerándolos no solo como potencial carnaza electoral, sino como un constante referente a la hora de articular día a día sus acciones políticas.

Ramón Besonías Román

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