Publicado en el diario Hoy, 29 de marzo de 2011
El homínido primitivo creó a Dios, el homo sapiens ilustrado creó al individuo libre y autónomo, y la mujer -el concepto, entiéndase- fue creada por el hombre a imagen y semejanza suya. De la imaginación, no de una costilla. Los seres humanos somos los únicos animales que poseen la capacidad de convertir la realidad en ficción a través del fáustico ingenio que le presta sus facultades creativas. No nos conformamos con la llana aceptación de las cosas tal y como son; necesitamos acomodar la imagen de la realidad a nuestros deseos y expectativas. Así, construimos constantemente relatos con los que complacemos nuestras quimeras, que con el paso del tiempo acaban convirtiéndose en esquemas fijos de percepción, estereotipos, prejuicios, ideas asentadas a partir de las que dibujamos nuestro mapa del mundo.
Uno de esos relatos o construcciones mentales es la mujer. A lo largo de la Historia, el hombre, el macho, el varón ha perfilado socialmente a través de obras artísticas, ficciones literarias, dogmas religiosos, normas de convivencia, leyes y preceptos la imagen de mujer que se adecuaba con mayor precisión a su imaginario desiderativo. Y esto fue posible porque los machos detentábamos sin resistencia el poder social, político, cultural y religioso. La mujer operaba de comparsa diletante del varón, manteniéndose en un segundo plano, sin posibilidad de alcanzar definitivamente su mayoría de edad. Esta posición de poder permitió al hombre dibujar unívocamente la imagen estandarizada de iconos populares, costumbres, normas y leyes. El macho era Dios, creaba a su imagen y semejanza todo aquello que creía conveniente; y una de estas obras más recurrentes fue la mujer.
Ya desde la Prehistoria, la mujer era objeto de fascinación numinosa. Su capacidad para engendrar simiente generó en los hombres un respeto reverencial ante el misterio de la vida. Desde ese primer momento, la mujer real pasaría a convertirse en un icono, una alegoría de la fecundidad y la abundancia. Por esta razón, las primeras representaciones artísticas de la mujer subrayaban su esteatopigia, anchas caderas y pechos voluminosos con los que se constataba la aptitud natural del género femenino para parir y criar hijos sanos y robustos. Pero esta fascinación no se redujo exclusivamente al ámbito de lo artístico o lo religioso. Por el contrario, acabó instituyéndose en el discurso oficial de las sociedades emergentes hasta nuestros días. La mujer era depositaria del misterio de la vida, sacerdotisa o madre. Su rol social debía centrarse en desarrollar los dones naturales para los que había sido creada por el eterno hacedor. Por su parte, el hombre se encargaría de cuidar y proteger los bienes familiares y expandir el bienestar colectivo, haciendo uso del ingenio, fuerza y determinación que le son propios. Quedaba inaugurada la imagen de la mujer como mater amantísima, esposa solícita y guardián de los misterios de la vida. A partir de ese momento todas las representaciones artísticas y los roles sociales de la mujer quedarían circunscritos a este estereotipo creado por el varón a mayor gloria suya y alimentado con piadosa humildad y entusiasta entrega por la mujer. Con el mismo encono con el que se fomentaba la imagen de madre y esposa se castigaba a su vez a aquellas mujeres que pretendían subvertir el orden establecido por la voluntad de Dios. Así, nació el reverso de la mujer solícita, transmutada contra natura en bruja, arpía o esclava del diablo.
Nace Lilit, la anti Eva, la mujer malvada que se resiste a aceptar el plan preestablecido por el macho. Lilit no quiere permanecer en el Edén artificial creado por Adán; prefiere ser independiente, autónoma, aunque para ello deba sacrificar el placentero bienestar de la vida doméstica. Pero el macho manda y debe pagar por su insolencia. Por esta razón, la iconografía histórica representa a Lilit como una bruja devoradora de niños (y por extensión metafórica, devoradora del orden familiar institucionalizado). El hombre crea entonces un nuevo icono de mujer, esculpido a partir de sus miedos y deseos más primitivos. Nace la mujer lasciva, la prostituta, la manipuladora, armada de sinuosas estrategias con las que seduce y condena al hombre a la perdición. La femme fatale ha sido dotada por el diablo de una belleza maléfica con la que pretende poner a prueba al inocente varón. Esta figura femenina adquiere, sin embargo, una cualidad ambivalente, mezcla a los ojos del hombre de peligro y atracción. En cualquier caso, es Lilit y no el macho pecador quien debe pagar pena por su atrevimiento.
Por mucho que se haya avanzado en la igualdad, en el reconocimiento y protección legal de derechos, la cultura popular sigue destilando modelos de mujer tomados de antiguos patrones. Un ejemplo recurrente de esta pervivencia es la imagen de la mujer guerrera en la iconografía cinematográfica: los ángeles de Charlie, Catwoman, la novia ensangrentada de Kill Bill, Lara Croft, las chicas de Grindhouse, Alice en Resident Evil, la teniente Ripley de Alien, Elektra, Nikita, Sarah Connor en Terminator, y suma y sigue. La mujer guerrera en el imaginario masculino contemporáneo está dotada de la misma independencia, el ingenio y la solvencia profesional que el hombre, incluso más. Esta superioridad física responde con precisión a los miedos del varón actual a perder sus roles sociales ante una mujer independiente y segura de sí misma. La mujer guerrera pelea, se enfrenta físicamente al macho sin miedo. Sin embargo, su presentación estética, su armario ropero y sus poses reproducen miméticamente los estándares del estereotipo de mujer objeto, sexualmente armada para cubrir las expectativas masculinas. Incluso en algunos casos la mujer guerrera queda desarmada por sus ideales de amor romántico, volviendo a instalarse en el patrón familiar de buena madre y esposa. Vinos viejos en odres nuevos.
Ramón Besonías Román
Nunca mejor dicho: perplejo. Así me he quedado tras leer este prodigioso artículo, pleno de erudición, precisión y estilo. Más que un elogio (que también), percíbelo como la constación de una lectura atenta, voraz y deslumbrada. Y no es la primera vez.
ResponderEliminarUn saludo
Gracias, MIguel, por tu elogio perplejo. Los que nos dedicamos a la enseñanza sabemos que siempre se lee (atento) por el placer o el asombro, nunca por obligación.
ResponderEliminarUn placer verte por mi casa digital.
La casa del asombro, podría ser el nombre de un blog comunitario de los tres. Miguel, Ramon y Emilio. Cada día escribe uno. Tendríamos llave los tres. A ver si escribimos las actas de fundación del invento. ¿?
ResponderEliminarFe de erratas: constatación, quise decir, obviamente, en mi comentario.
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