Ágora


Publicado en el diario Hoy, 12 de noviembre de 2010

La decisión por parte de una familia de Almendralejo de llevar hasta el Tribunal Superior de Justicia de Extremadura (TSJE) su petición de que desaparezcan de las aulas del colegio de sus hijos todos los símbolos religiosos no deja de ser un ejemplo obvio de la urgente necesidad de que exista
en España de una vez por todas una Ley de Libertad Religiosa, sin que tenga que ser la ciudadanía la que obligue a hacerlo a instancias de órganos judiciales. La clase política debiera adelantarse a las demandas sociales, evitando que existan diferentes aplicaciones de la norma según el centro educativo o el aula en el que se encuentran los alumnos. Prolongar situaciones como ésta tan solo aleja aún más la posibilidad de un sensato entendimiento entre ciudadanos de diferente sensibilidad religiosa.

Los centros educativos son espacios de convivencia y aprendizaje, en ningún caso deberían ser focos de adoctrinamiento ideológico o religioso. Más que fomentar la polarización de los conocimientos, deben propiciar la reflexión y el entendimiento democrático entre diferentes creencias e ideas, independientemente de aquellas que primen a título personal entre alumnos, padres o profesores. El diálogo plural es la esencia misma de cualquier sistema educativo moderno. Ningún grupo social, religión, partido político u opinión debe protagonizar la escena sobre la que se proyectan los aprendizajes de nuestros alumnos. Antes bien, es misión del profesorado y, por supuesto, de las instituciones que sostienen el sistema educativo, fomentar y proteger la pluralidad y el respeto a las diferencias, evitando que determinados colectivos, públicos o privados, políticos o religiosos, monopolicen el proceso de enseñanza. Los centros educativos deberían ser zonas libres de la presión externa que ejercen estos grupos e instituciones con la intención de redirigir las opiniones y afecciones religiosas de la ciudadanía. Esto no quiere decir que sean lugares asépticos, vacíos de opinión. Al contrario, los centros educativos son el foro privilegiado para desarrollar el debate, la confrontación de ideas, el fomento de un espíritu crítico entre nuestros alumnos, en los que tengan cabida todo tipo de opiniones.

Por esta razón es de sentido común no seguir manteniendo la existencia de símbolos religiosos o áreas de estudio que concentren sus contenidos en el conocimiento de una sola religión. Esto no implica hacer desaparecer del currículo el hecho religioso o la historia de las religiones. La religión debe seguir siendo estudiada y debatida en las escuelas, pero desde una perspectiva plural que favorezca el respeto a las diferentes sensibilidades. No tiene ningún sentido que nuestros alumnos sean segregados de sus aulas por una cuestión religiosa, al igual que quedó muy claro hace tiempo la necesidad de una escuela coeducativa. Todos, creyentes de diferente confesión y no creyentes deberían compartir un espacio común de estudio y reflexión. El profesor debe, en este contexto, ayudar a comprender que en una sociedad democrática es esencial escuchar diferentes voces, poniendo como horizonte la tolerancia y el respeto a la libertad religiosa.

El modelo actual de educación religiosa en las escuelas está fundado exclusivamente en el derecho individual y privado a creer libremente en aquello que se desee, obviando la necesidad de un ejercicio colectivo de convivencia de ideas y creencias. Aplicar la privacidad de las creencias religiosas al ámbito público de la educación es un
grave error, que acaba a la larga erosionando la posibilidad de diálogo entre creyentes y no creyentes y perpetuando el autismo que caracteriza a quienes están tan interesados en polarizar el debate hacia su huerto. La escuela no es el lugar desde el que reafirmarnos en nuestras convicciones, sino el espacio multicultural desde el que escuchar y ser escuchado, aprendiendo a ampliar nuestro horizonte a partir del encuentro con otras perspectivas que lo enriquezcan. Hasta la fecha, este modelo de convivencia no existe ni parece que haya voluntad de hacerlo posible. Por el contrario, se insiste en la confrontación solipsista entre la religión católica y su oponente laicista, desaprovechando la oportunidad de reconciliar posturas históricamente enfrentadas. Son los propios ciudadanos quienes demandan estos espacios libres para la convivencia. El ciudadano desea diálogo, no mandamientos; pluralidad de opiniones, no mítines. Debemos proteger la escuela del merchandisin político y religioso que la debilita, devolviendo voz y voto a sus auténticos protagonistas: los alumnos.

Ramón Besonías Román

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