Leyendo las noticias de prensa uno bien puede afirmar, como aquel filósofo griego, que sólo sé que no sé nada. Y no solo porque los medios nos apabullen con tal cantidad de información, que nuestro cerebro tienda sabiamente a deshacerse de la viruta excedente; que también. La cuestión está en que el ingenuo pero curioso lector de prensa sale en el intento más desinformado que cuando estaba sumido en la feliz ignorancia de no saber qué sucede en el mundo, ni cuándo ni porqué. Si sólo leemos los titulares, por lo menos nuestro desconocimiento estará justificado por la falta de datos o quizá por nuestra natural desidia a meterse en vena todo el flujo de información empaquetada que nos ofrece el periódico. Pero si -valiente de nosotros- se nos ocurre leer los subtítulos, los balazos o incluso la noticia íntegra, la perplejidad acaba inundando nuestro intelecto de insalvables interrogantes y no poco escepticismo. A no ser, por supuesto, que uno sea crédulo, mentecato o -hay de todo en la polis- de una imperturbable fe en el objetivismo periodístico.
No hay que olvidar que la prensa vende su información rigurosamente presentada en packs de limitada extensión. Un periódico no es en ningún caso una enciclopedia ni un manual científico, ni lo pretende. Se limita a seleccionar información y suministrarla en dosis de fácil disolución cognitiva. Por otro lado, a menudo se ve abocado por pura y llana supervivencia -otras por fidelidad ideológica o por oportunismo crematístico- a elegir noticias y enfoques que más que incitar a la reflexión ciudadana buscan provocar en sus lectores las emociones más primarias, con mayor o menor intensidad en función del acervo o los escrúpulos identitarios de cada usuario. En la mayoría de los casos, leemos el periódico con la sola esperanza de encontrar eco y justificación a nuestras propias convicciones. Por eso el apéndice natural de la prensa es el bar, la oficina, el autobús, el corrillo matutino, donde farfullar y hacer digestión de los agravios y excesos presentados en fascículo diario por la prensa.
No es necesario rebuscar mucho entre los titulares para encontrar un ejemplo que ilustre mi exposición. Hoy mismo leo al azar en prensa digital: «El portavoz de los obispos, sobre los abusos: 'Todos somos pecadores'». Cualquier creyente adjetivaría el titular de insidiosa provocación y falacia engañabobos. Sin un contexto que dé color y carnaza, la noticia se torna en obvia perogrullada. Todo cristiano, si es que profesa con honestidad su credo, defiende ser un pecador, condición necesaria para alcanzar su redención. Otra cosa muy diferente es justificar la pedofilia con el argumento de la universalidad del pecado humano. No en vano, en las antípodas del celo religioso, otros lectores menos devotos interpretarían estas declaraciones, sin entrar en más argumentos, como la enésima prueba de la procaz necedad del obispado español. Queda patente que el periodista que construyó el titular buscaba más provocar que incitar a la reflexión. Todo con tal de que el lector siga leyendo. La confirmación está en que yo mismo cliqueé sobre el titular, buscando iluminar mi perplejidad. Ingenuo de mí.
El titular contiguo comulga en coherencia con su precedente: «Camino: 'Es comprensible que ocurran abusos porque todos somos pecadores'». La falacia y la ambigüedad del aserto se mantienen, incluso puede que se amplifiquen, en vistas a la pertinaz reincidencia del redactor en su intento por quedar claro que el obispo -a estas alturas ya sabemos que se trata del Secretario General de la Conferencia Episcopal- se mueve con sus declaraciones en el filo de la infamia, confundiendo al parecer perdón con complicidad en el delito. Pero lo verdaderamente intrigante es el subtítulo que acompaña al titular: «El portavoz de los obispos dice que la próxima visita del Papa es un 'negocio espiritual y económico'». Churras y merinas son ovejas, ¿en qué más se parecen? Cuando la noticia parece que iba a referirse a la reacción del clero ante los recientes casos de pederastia entre sus filas, el hilo de la trama da una vuelta de tuerca, derivando en las declaraciones del citado obispo acerca de la próxima visita del Papa a Santiago de Compostela y Barcelona. No solo eso. El primer párrafo del artículo deja claro que el obispo rechaza manifiestamente la pederastia como un acto intolerable, aunque después subraye la naturaleza del abuso contra menores como un pecado y no como un delito. Aún así, el periodista prefiere obviar el primer enunciado. Estrategia vana, porque unas líneas más abajo el artículo deriva en la negativa de la Iglesia a pronunciarse sobre la huelga general del día 29. Pero, ¿de qué va el artículo? Mejor aún, ¿hacia dónde va? Cuando uno termina de leerlo, tiene la sensación de que el periodista fue hilando su trama con las conversaciones dispares y variopintas que fue sacando al obispo a lo largo de la rueda de prensa. Poco importa que ésta hubiera sido convocada exclusivamente para presentar públicamente la visita del Papa. El esforzado lector ha de resolver por su cuenta el quid de la noticia, tras caminar perplejo por los numerosos atajos que el periodista le obliga a recorrer. ¿Será el periodismo una nueva variante de ficción? ¿Acaso lo dudaban?
No hay que olvidar que la prensa vende su información rigurosamente presentada en packs de limitada extensión. Un periódico no es en ningún caso una enciclopedia ni un manual científico, ni lo pretende. Se limita a seleccionar información y suministrarla en dosis de fácil disolución cognitiva. Por otro lado, a menudo se ve abocado por pura y llana supervivencia -otras por fidelidad ideológica o por oportunismo crematístico- a elegir noticias y enfoques que más que incitar a la reflexión ciudadana buscan provocar en sus lectores las emociones más primarias, con mayor o menor intensidad en función del acervo o los escrúpulos identitarios de cada usuario. En la mayoría de los casos, leemos el periódico con la sola esperanza de encontrar eco y justificación a nuestras propias convicciones. Por eso el apéndice natural de la prensa es el bar, la oficina, el autobús, el corrillo matutino, donde farfullar y hacer digestión de los agravios y excesos presentados en fascículo diario por la prensa.
No es necesario rebuscar mucho entre los titulares para encontrar un ejemplo que ilustre mi exposición. Hoy mismo leo al azar en prensa digital: «El portavoz de los obispos, sobre los abusos: 'Todos somos pecadores'». Cualquier creyente adjetivaría el titular de insidiosa provocación y falacia engañabobos. Sin un contexto que dé color y carnaza, la noticia se torna en obvia perogrullada. Todo cristiano, si es que profesa con honestidad su credo, defiende ser un pecador, condición necesaria para alcanzar su redención. Otra cosa muy diferente es justificar la pedofilia con el argumento de la universalidad del pecado humano. No en vano, en las antípodas del celo religioso, otros lectores menos devotos interpretarían estas declaraciones, sin entrar en más argumentos, como la enésima prueba de la procaz necedad del obispado español. Queda patente que el periodista que construyó el titular buscaba más provocar que incitar a la reflexión. Todo con tal de que el lector siga leyendo. La confirmación está en que yo mismo cliqueé sobre el titular, buscando iluminar mi perplejidad. Ingenuo de mí.
El titular contiguo comulga en coherencia con su precedente: «Camino: 'Es comprensible que ocurran abusos porque todos somos pecadores'». La falacia y la ambigüedad del aserto se mantienen, incluso puede que se amplifiquen, en vistas a la pertinaz reincidencia del redactor en su intento por quedar claro que el obispo -a estas alturas ya sabemos que se trata del Secretario General de la Conferencia Episcopal- se mueve con sus declaraciones en el filo de la infamia, confundiendo al parecer perdón con complicidad en el delito. Pero lo verdaderamente intrigante es el subtítulo que acompaña al titular: «El portavoz de los obispos dice que la próxima visita del Papa es un 'negocio espiritual y económico'». Churras y merinas son ovejas, ¿en qué más se parecen? Cuando la noticia parece que iba a referirse a la reacción del clero ante los recientes casos de pederastia entre sus filas, el hilo de la trama da una vuelta de tuerca, derivando en las declaraciones del citado obispo acerca de la próxima visita del Papa a Santiago de Compostela y Barcelona. No solo eso. El primer párrafo del artículo deja claro que el obispo rechaza manifiestamente la pederastia como un acto intolerable, aunque después subraye la naturaleza del abuso contra menores como un pecado y no como un delito. Aún así, el periodista prefiere obviar el primer enunciado. Estrategia vana, porque unas líneas más abajo el artículo deriva en la negativa de la Iglesia a pronunciarse sobre la huelga general del día 29. Pero, ¿de qué va el artículo? Mejor aún, ¿hacia dónde va? Cuando uno termina de leerlo, tiene la sensación de que el periodista fue hilando su trama con las conversaciones dispares y variopintas que fue sacando al obispo a lo largo de la rueda de prensa. Poco importa que ésta hubiera sido convocada exclusivamente para presentar públicamente la visita del Papa. El esforzado lector ha de resolver por su cuenta el quid de la noticia, tras caminar perplejo por los numerosos atajos que el periodista le obliga a recorrer. ¿Será el periodismo una nueva variante de ficción? ¿Acaso lo dudaban?
Ramón Besonías Román
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