Cuenta el mito que Zeus, embriagado de amor por Europa, se disfrazó bajo la forma de un toro blanco (manso en apariencia) con intenciones de cortejarla y 'hacerla suya'. Al principio, Europa no confió mucho en los requiebros del toro, pero poco a poco cedió, confiada, a sus arrullos. Creyéndole inofensivo, no tardaría en montar sobre su lomo, ocasión que Zeus aprovecharía para raptarla. Este rapto de Europa a manos de un Zeus disfrazado de toro deviene en metáfora más o menos avenida acerca de las relaciones de Europa con el Estado de Bienestar.
A lo largo de su corta historia, Europa ha sido seducida por muchos toros, disfrazados todos de modosos bragados, con promesas de salvación, moneda y poder. Este canto de sirenas no sólo provino de los totalitarismos del siglo XX, sino que se asienta también, como ya avisara con ojo de sibila la Escuela de Frankfurt, en la promesa ilustrada (siglo XVIII) de progreso y desarrollo económico. Promesa que en el siglo XX acabaría desmitificándose en una nueva forma de catecismo laico, regido por los mandamientos de la lógica neoliberal, un Zeus interesado tan sólo en ganar crédito allá donde pisa, negando después la responsabilidad de sus excesos como un mero efecto colateral asociado a la indeterminación con la que se mueven los mercados. Hasta bien entrado el siglo XX, ni los políticos ni los ciudadanos parecían preocupados por este nuevo catecismo. Antes bien, asistían con entusiasmo de novicio a su liturgia, aprovechándose de la tajada que a cada cual correspondiera de la fiesta, confiados en que nuestra cuenta corriente siempre sumaría y la despensa estaría cada día repleta de comida.
La situación, sin embargo, se complica a partir de que en los años noventa el Estado de Bienestar comienza a tambalear, requiriendo reajustes en las políticas económicas y sociales, tanto si el gobierno en el poder proviene de una tradición liberal o conservadora como si su ideario bebe de las fuentes del socialismo o del igualitarismo. Estos reajustes ya pudimos apreciarlos durante los últimos años de legislatura del pesoe de Felipe González, años en los que empezaba a hablarse en la prensa especializada de 'crisis de la socialdemocracia', acompañada por el éxito ascendente de los partidos de derecha o centro derecha en Europa. Este estado de cosas es hoy una realidad más o menos evidente. La Comisión Europea posee un marcado signo conservador, con una sensibilidad extrema a las voces alarmistas que desde los mercados financieros reclaman sin temblarle el pulso una reforma laboral draconiana. El último triunfo conservador lo ha protagonizado la derecha holandesa, ganadora en los recientes comicios. Hace nada asistimos a la victoria del ultraconservador húngaro Fideszn. Y otro tanto en las recientes elecciones checas. Resisten como pueden los gobiernos socialistas de Grecia, Portugal y España, precisamente aquellos países que de manera más cruda han sentido los envites de la crisis económica.
Las recientes declaraciones de la secretaria general del pepé, María Dolores de Cospedal, erigiendo a su partido en 'el partido de los trabajadores', llama nuestra la atención no tanto porque la aseveración desentone como lema ideológico en un partido de centro derecha, cuanto por poner aún más de manifiesto la grave crisis que el modelo socialdemócrata atraviesa actualmente en Europa. Los ideales de la socialdemocracia, sostenidos en el principio socialista de 'justicia social', han generado en las sociedades democráticas contemporáneas unos derechos sociales y económicos que, para todo partido democrático, independientemente del sello ideológico, suponen un logro adquirido con esfuerzo y obligado a proteger. Ningún político cuestiona el progreso que estos derechos han supuesto para el desarrollo social y económico de Europa y para la consolidación de nuestras democracias. Aún así, la actual crisis económica ha puesto en duda si es posible y a qué costa mantener ese bienestar sin tocar servicios y prestaciones sociales de las que hasta ahora disfrutábamos como si hubiéramos nacido con ellas bajo el brazo.
La ciudadanía europea castiga a los socialdemócratas por no haber sabido mantener el sueño de la 'Europa de vacas gordas' que prometió. Quienes ayer disfrutaban de unos beneficios que consideraron hasta ahora merecidos y por derecho, hoy ven mermados su hacienda y su trabajo y piden cuentas al rey. Quien más prometió, con más encono será vapuleado por el pueblo soberano. De este desprestigio se beneficia una derecha conservadora que, sin tener tampoco fórmulas de druida que deshagan los entuertos de la crisis, llevándonos de nuevo al edén del pleno empleo, promete sin fianza orden, limpieza, determinación y diligencia, austeridad y autoridad, sumado a un respeto religioso a los mandamientos del dios 'mercado' que, creen a pie juntillas, poder sacarnos de pobres y devolvernos al edén primigenio.
En los tiempos que corren, el mayor peligro de una democracia es caer en lo que el politólogo Ralf Dahrendorf denominaba 'anomia ciudadana', traducida en una falta de interés por la política y la participación democrática. Sin embargo, sólo la Política -esa que hacen los políticos que elegimos cada cuatro años y aquella que nosotros como ciudadanos soberanos tenemos la responsabilidad moral de ejercer con nuestra crítica, vindicación, rechazo o apoyo más allá de las urnas- puede rescatar a Europa del rapto al que se ve sometido a manos de la fría mecánica de los mercados.
Exigir a nuestros representantes políticos valentía y determinación, sin pensar en las consecuencias que esta honradez pueda ocasionarles de cara a los próximos comicios. No ceder a la mitología neoliberal, que intenta hacernos creer que ningún mundo es posible más allá de su mecánica. Pedir una mayor carga sobre aquellos que tienen más (no sólo muchísimo); leyes que limiten el poder de las grandes corporaciones y que les impida crecer más; frenar la libertad económica entendida como 'barra libre' que intenta silenciar sus efectos perversos sobre las capas más desfavorecidas, esas que no votan, ni entienden de estadísticas, ni leen lo que dicen los periódicos. Apostar, de una vez por todas, por los autónomos, fuente principal de empleo y base popular de nuestra economía. Perder el miedo, como ciudadanos, a buscarse la vida, a tomar la iniciativa, sin la demanda constante de 'mamá Estado'...
Es la hora de la política. Sólo ella puede rescatar a Europa de los cuernos de un toro que, a no ser que le paren, arrasará con su incauta candidez de princesa desvalida. ¿Quién, sin embargo, cederá parte de su interés electoral o de su nómina para frenar este rapto?
A lo largo de su corta historia, Europa ha sido seducida por muchos toros, disfrazados todos de modosos bragados, con promesas de salvación, moneda y poder. Este canto de sirenas no sólo provino de los totalitarismos del siglo XX, sino que se asienta también, como ya avisara con ojo de sibila la Escuela de Frankfurt, en la promesa ilustrada (siglo XVIII) de progreso y desarrollo económico. Promesa que en el siglo XX acabaría desmitificándose en una nueva forma de catecismo laico, regido por los mandamientos de la lógica neoliberal, un Zeus interesado tan sólo en ganar crédito allá donde pisa, negando después la responsabilidad de sus excesos como un mero efecto colateral asociado a la indeterminación con la que se mueven los mercados. Hasta bien entrado el siglo XX, ni los políticos ni los ciudadanos parecían preocupados por este nuevo catecismo. Antes bien, asistían con entusiasmo de novicio a su liturgia, aprovechándose de la tajada que a cada cual correspondiera de la fiesta, confiados en que nuestra cuenta corriente siempre sumaría y la despensa estaría cada día repleta de comida.
La situación, sin embargo, se complica a partir de que en los años noventa el Estado de Bienestar comienza a tambalear, requiriendo reajustes en las políticas económicas y sociales, tanto si el gobierno en el poder proviene de una tradición liberal o conservadora como si su ideario bebe de las fuentes del socialismo o del igualitarismo. Estos reajustes ya pudimos apreciarlos durante los últimos años de legislatura del pesoe de Felipe González, años en los que empezaba a hablarse en la prensa especializada de 'crisis de la socialdemocracia', acompañada por el éxito ascendente de los partidos de derecha o centro derecha en Europa. Este estado de cosas es hoy una realidad más o menos evidente. La Comisión Europea posee un marcado signo conservador, con una sensibilidad extrema a las voces alarmistas que desde los mercados financieros reclaman sin temblarle el pulso una reforma laboral draconiana. El último triunfo conservador lo ha protagonizado la derecha holandesa, ganadora en los recientes comicios. Hace nada asistimos a la victoria del ultraconservador húngaro Fideszn. Y otro tanto en las recientes elecciones checas. Resisten como pueden los gobiernos socialistas de Grecia, Portugal y España, precisamente aquellos países que de manera más cruda han sentido los envites de la crisis económica.
Las recientes declaraciones de la secretaria general del pepé, María Dolores de Cospedal, erigiendo a su partido en 'el partido de los trabajadores', llama nuestra la atención no tanto porque la aseveración desentone como lema ideológico en un partido de centro derecha, cuanto por poner aún más de manifiesto la grave crisis que el modelo socialdemócrata atraviesa actualmente en Europa. Los ideales de la socialdemocracia, sostenidos en el principio socialista de 'justicia social', han generado en las sociedades democráticas contemporáneas unos derechos sociales y económicos que, para todo partido democrático, independientemente del sello ideológico, suponen un logro adquirido con esfuerzo y obligado a proteger. Ningún político cuestiona el progreso que estos derechos han supuesto para el desarrollo social y económico de Europa y para la consolidación de nuestras democracias. Aún así, la actual crisis económica ha puesto en duda si es posible y a qué costa mantener ese bienestar sin tocar servicios y prestaciones sociales de las que hasta ahora disfrutábamos como si hubiéramos nacido con ellas bajo el brazo.
La ciudadanía europea castiga a los socialdemócratas por no haber sabido mantener el sueño de la 'Europa de vacas gordas' que prometió. Quienes ayer disfrutaban de unos beneficios que consideraron hasta ahora merecidos y por derecho, hoy ven mermados su hacienda y su trabajo y piden cuentas al rey. Quien más prometió, con más encono será vapuleado por el pueblo soberano. De este desprestigio se beneficia una derecha conservadora que, sin tener tampoco fórmulas de druida que deshagan los entuertos de la crisis, llevándonos de nuevo al edén del pleno empleo, promete sin fianza orden, limpieza, determinación y diligencia, austeridad y autoridad, sumado a un respeto religioso a los mandamientos del dios 'mercado' que, creen a pie juntillas, poder sacarnos de pobres y devolvernos al edén primigenio.
En los tiempos que corren, el mayor peligro de una democracia es caer en lo que el politólogo Ralf Dahrendorf denominaba 'anomia ciudadana', traducida en una falta de interés por la política y la participación democrática. Sin embargo, sólo la Política -esa que hacen los políticos que elegimos cada cuatro años y aquella que nosotros como ciudadanos soberanos tenemos la responsabilidad moral de ejercer con nuestra crítica, vindicación, rechazo o apoyo más allá de las urnas- puede rescatar a Europa del rapto al que se ve sometido a manos de la fría mecánica de los mercados.
Exigir a nuestros representantes políticos valentía y determinación, sin pensar en las consecuencias que esta honradez pueda ocasionarles de cara a los próximos comicios. No ceder a la mitología neoliberal, que intenta hacernos creer que ningún mundo es posible más allá de su mecánica. Pedir una mayor carga sobre aquellos que tienen más (no sólo muchísimo); leyes que limiten el poder de las grandes corporaciones y que les impida crecer más; frenar la libertad económica entendida como 'barra libre' que intenta silenciar sus efectos perversos sobre las capas más desfavorecidas, esas que no votan, ni entienden de estadísticas, ni leen lo que dicen los periódicos. Apostar, de una vez por todas, por los autónomos, fuente principal de empleo y base popular de nuestra economía. Perder el miedo, como ciudadanos, a buscarse la vida, a tomar la iniciativa, sin la demanda constante de 'mamá Estado'...
Es la hora de la política. Sólo ella puede rescatar a Europa de los cuernos de un toro que, a no ser que le paren, arrasará con su incauta candidez de princesa desvalida. ¿Quién, sin embargo, cederá parte de su interés electoral o de su nómina para frenar este rapto?
Ramón Besonías Román
s
ResponderEliminaryo tambien me llamo asi
Eliminar