Publicado en el diario Hoy, 26 de febrero de 2010
Aumenta el número de artículos en la prensa nacional desde los que sus autores -en su mayoría escritores y editores- espolvorean sus miedos y sospechas frente a lo que denominan la "banalización" de la cultura o el auge de un "ágora digital" para asueto del pueblo ignorante y perplejidad de los santos varones que protegen nuestro legado cultural. El tono de estos artículos basculan desde un prudente escepticismo (La golosina cultural, Vicente Verdú, El País, 4 de febrero de 2010) hasta el proteccionismo aristocrático (El ágora digital, Andreu Jaume, El País, 20 de febrero de 2010), que defiende la honrosa misión de separar la mies del grano, la Cultura (con mayúsculas) del caos de voces que pueblan a sus anchas por la red, escribiendo esto y lo otro, sin un editor reconocido o un crítico avezado que establezcan el nihil obstat reglamentario.
Aquello que sucediera con autores, productores y distribuidores del ámbito audiovisual en relación al bandidaje de audios y vídeos en la red, viene a reproducirse también ahora en el universo editorial, ante el reciente auge de plataformas digitales que permiten con facilidad reproducir y copiar archivos de texto en formato de libro o de revista.
Pero la queja de estos articulistas no subraya -aunque las tema- las pérdidas económicas que el auge de lo digital pueda representar para el negocio editorial español en pocos años, si la reproducción gratuita de libros digitales se popularizara. No, no disparan por ahí estos señores. Su discurso se circunscribe al plano moral. Debemos -dicen- proteger la cultura, hacer distinguir lo que desde siempre ha estado claro y distinto en la mente de todo ser con estudios y sensato: Cervantes merece más crédito literario que lo que escribe mi vecino del cuarto en su blog. Pero si Internet sigue siendo un coto sin alambradas, llegará un momento en que los adolecentes perderán su vínculo con la tradición cultural que les precedió, y acabarán adquiriendo una culturilla popular extraída de la red, tejida de contradicciones y falacias engañabobos.
¿Solución? Pues tampoco proponen estos Mister Próper de la lengua nada que nos haga salir de dudas. A lo sumo atestiguan este estado de cosas o se afanan en exigir a no sé quién -el Gobierno, supongo- que pongan freno a esta supuesta confusión cualitativa que los ciudadanos al parecer tenemos en nuestro cerebro por obra y gracia de la democratización de la palabra escrita en la red. "Internet" -sentencia Andreu Jaume- "es una nueva plaza pública que, como tal, requiere una jerarquía y una organización que permitan un tráfico regulado". A saber a qué se refiere el editor de Lumen con esa jerarquía. ¿La creación de un cuerpo especial de Guardias Civiles Editores que regulen las autopistas del ciberespacio?
Jaume se sorprende de que la red esté abonada de miles de blogs (hojas parroquiales, las llama él), creciendo felices y libres, esparciendo sin mediación ni control alguno sus esporas literarias al ciudadano. Y encima sin cobrar por ello. ¡Qué desvergüenza! ¡Qué será de nosotros, los editores y los críticos!
Lo cierto es que el clásico vínculo social entre el lector y lo leído tiende a desaparecer. Al igual que la figura del escritor, sostenido por la tradición oficial y por un vehículo de transmisión impreso, también está siendo absorbido por un mercadeo digital de golosinas -como las llama Vicente Verdú-, recreado por el imaginario popular, pero auspiciado por la feria mediática de las televisiones, las mayors del entretenimiento empaquetado o la plaza pública de la red.
Esta fiesta popular deslenguada y anárquica marea a los próceres cancerberos que lustran (y se lustran) o protegen la tradición cultural. La observan desde fuera con sospecha y recelo, incluso resentidos a causa de que la noble función de un editor o de un crítico haya sido legitimada por la corte popular y otorgada a cualquier plebeyo sentado frente a un ordenador, e instan a que el Gobierno ponga bozal y puertas a esta barbaridad.
Jaume no se corta un pelo a este respecto: "La debilidad de la crítica está relacionada, por otro lado, con la deslegitimación del principio de autoridad, usurpado por una democratización de la opinión que en realidad supone una perversión y aun una degradación de la idea de democracia. Basta ver la general banalidad de la participación de los lectores en la prensa digital y la intoxicación que a su vez produce en la calidad de la información". Y prosigue más abajo: "Internet podría verse como un nuevo inconsciente gracias al cual uno puede ser transitoriamente culto, artista, editor o periodista".
Pero ¡desde cuándo la opinión debe pasar de ser un derecho democrático a un patrón cultural legitimado por la tradición! La razonable distinción entre la mera opinión y el juicio sensato debe darse por mediación de la educación (con minúsculas) y no a través de instancias represoras que limiten la libertad de expresión por miedo a perder crédito o representatividad. No sólo la Conferencia Episcopal debería saber hasta qué punto su insistencia demonizadora destruye vocaciones y vacía iglesias.
Los que nos dedicamos a la enseñanza sabemos -quizá por las heridas de guerra que regala la profesión- que a menudo un adolescente llega mejor a Dickens pasando por la creación de sus propios microrrelatos en un blog de aula, que estudiando la novela social inglesa del diecinueve en su libro de texto. Y que la simple existencia de un cuchillo no fabrica un asesino. El reto de todo educador está en discriminar, valorar y dialogar con el pasado, utilizando los instrumentos que nos presta el presente. Temer la ploriferación de opiniones puede quizá hacernos perder en el intento la riqueza, la frescura y el potencial crítico que esconden algunas de estas voces. Tolerar este caótico patrimonio digital no conlleva necesariamente dejarse vencer por el descrédito de la Cultura que nos precede.
¡Señores, antes de hacer un puzzle hay que orear todas las piezas sobre la mesa! De lo contrario, será imposible distinguir una pieza de la otra, desechar una o tomar esa otra como adecuada. El reto está en la educación, no sólo la reglada en colegios, institutos o universidades. También la que se cuece en casa, en el bar o en Internet. ¡Ójala una ilustración digital propiciara la proliferación de escritores de voz popular, editores modestos o críticos de tertulia doméstica! Quizá ellos mejor que nadie puedan conseguir entrar a las generaciones venideras el gusanillo de leer y fabricar unas letras.
Ramón Besonías Román
Mr proper fue al principio, ahora se llama Don Limpio.
ResponderEliminarToma comentario de calidad...
Recibo de mi amigo Ramón Pérez Parejo, Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Extremadura y profesor en la misma, un breve email que me remite después de leer mi artículo. Os lo transcribo tal cual:
ResponderEliminar"Totalmente de acuerdo contigo. El idioma es de todos, amigo, no de unos pocos, ni siquiera de los académicos. Hace mucho que los acedémicos no se consideran dueños de él, sino que se limitan a registrart usos y, como muchjo, a denunciar algunos usos que atentan contra los propios usos generales. Comulgo contigo plenamente en este aspecto y lo has escritom perfectamente.
Te puede interesar al respecto (algo lateral) un artículo que publiqué hace años en Espéculo, de la Universidad Complutense de Madrid, que ha sido comentado bastante en la red, según he visto":
http://www.ucm.es/info/especulo/numero26/crisisau.html