Sólo es un trozo de trapo relleno


«Te encantan todos tus animalitos de peluche. Quieres a tu papá, a tu mamá. Te gustan tus pijamas. Todo te encanta. Pues ¿sabes una cosa?, amigo. Cuando te hagas mayor, algunas de las cosas que te gustan ya no te parecerán tan especiales, ¿sabes? Como el muñeco de la caja. Y puede que te des cuenta de que sólo es un trozo de trapo relleno. Cada vez habrá menos cosas que te importen realmente. Y para cuando tengas mi edad, puede que ya sólo quieras una o dos… En mi caso sólo hay una».

James, sargento artificiero, regresa de Irak. Vuelve a casa. Todo se le hace enorme, complicado, o quizá insignificante. Después de convivir con el horror debe hacer la compra, dormir a su hijo, cortar zanahorias, vivir. Pero James no puede hacer nada de eso. El trabajo anestesia sus pensamientos y a
l volver a la ciudad minada la angustia se evapora. Como si con cada desactivación borrara poco a poco de su herida memoria la barbarie de la guerra.

¿Cuántos artefactos más tendré que desarmar para que esto acabe? Quizá si limpiara todas esas bombas, la guerra acabaría, ese sonido sin voz dejaría de martillear mi cabeza y podría quizá ilusionarme con la sencillez de las cosas. Quizá reír con mi hijo, descubrir que tras cada objeto no se oculta la muerte con su
aciago azar. Un juguete de trapo volvería a ser una oportunidad de mirar el mundo como algo nuevo, inocente, inocuo.

El resto de En tierra hostil (Kathryn Bigelow, 2008) es una emocionante crónica del día a día de la Compañía Bravo en Bagdad, un testimonio audiovisual que no sólo ilustra con su mirada
distante la presencia estadounidense en Irak, sino que también construye el retrato psicológico de los soldados destinados allí, a través del personaje del sargento James, que vaga ausente, tras su regreso al hogar, por el pasillo de un supermercado, o mira sin mirar la pueril figura de un trozo de trapo que su hijo manipula con entusiasmo.

Pero nosotros, espectadores en una sala de cine o frente a un televisor, lectores de las noticias internacionales en un diario, no somos diferentes a James. Convertimos la imagen del horror en una tranquilizadora sesión
diaria de telediario o en la emocionante película de unos artificieros en Irak. Evitamos aislar las noticias tristes de nuestra realidad cotidiana, bebemos noticias, charlamos sobre ellas en nuestra tertulia de bar, nos emocionamos con vidas ajenas como quien monta en una mareante atracción de feria y cree haber vivido. Todo forma parte del espectáculo a través del que miramos el mundo. Si desligáramos las noticias de su artificio mediático, quizá no volveríamos a encender el televisor o, como muchos soldados de carne y hueso, regresaríamos a casa y simplemente viviríamos.

Pero al igual que James, preferimos regresar u
n día tras otro al placebo que proporciona la pantalla, inoculándonos nuestra dosis soportable de realidad empaquetada.

Ramón Besonías Román

2 comentarios:

  1. Su Notísima16 febrero, 2010

    La respuesta a por qué el Goya mira hacia abajo, es:

    por lo feo que es el cine español y lo repugnante que esa casta parasitaria?

    Espero la respuesta.

    Suerte con el blog.

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  2. No sé cómo no había visitado antes el blog habiéndolo visto varias veces en las listas de La Blogoteca. Sin duda que me parece muy interesante todo su contenido y ya tienes un seguidor más.

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    ¡Saludos desde la Luna!

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