La vergüenza del profano




En una de esas horas que la Junta de Extremadura denomina actividad complementaria y que dedicas para rematar tareas atrasadas, tomar café o deambular por la sala de profesores, me comunica uno de los tres conserjes de mi centro que una compañera, a la que llamaremos señora C, requiere de mi ayuda en el Aula de Audiovisuales. Sí, no se extrañe mi lector; disfrutamos de un aula exclusiva, con pizarra digital y altavoces. Un lujo que apenas un puñado de profesores saben paladear, exceptuando cuando es utilizada como improvisada sala de cine, para proyectar presentaciones o como aula de rescate cuando no funcionan los ordenadores. Pero volvamos a la historia central de mi relato.

La señora C, como iba contando, requería mi urgente presencia en el Aula de Audiovisuales. Ante tanta premura, no pude sino satisfacer su demanda y personarme en cuerpo y alma ante ella. Cuando llegué al lugar, la señora C estaba acompañada de otra persona, ajena al instituto, a la que no tardé en reconocer: era su amado esposo. Al parecer, había requerido su ayuda para utilizar el cañón de proyecciones en una actividad para el Día del Centro. En ningún momento pudo pasar por su despierta imaginación que el Coordinador TIC -o sea, yo mismo- o el Técnico Informático podríamos haber resuelto su minúscula duda, sin necesidad de recurrir a la solícita generosidad de su cónyuge, al que tuvo sin duda que sacar de su trabajo matutino para satisfacer las demandas de su queridísima. 

Pero he aquí que, en ocasiones y por ventura, la suerte es enemiga del necio y a la señor C no le quedó más remedio que utilizar el comodín del Coordinador TIC para resolver un misterio que después de breves pesquisas resultó ser competencia del Técnico Informático: un cortocircuito había dejado sin corriente al cañón.

Así es, la misma pregunta me hice yo en aquel momento: ¿por qué la señora C había llamado a su marido, teniendo a su disposición a un Coordinador TIC y a un Técnico Informático, sobradamente dispuestos a solucionar las dudas de todo aquel docente que requiera sus servicios? ¿Vergüenza?, ¿desconfianza en nuestra eficacia?, ¿ambas causas? El que escribe intuye que la señora C, sorda a las sirenas de la revolución tecnológica, prefirió molestar a su compañero sentimental que hacer uso de los cauces reglamentarios para solucionar un problema inocuo e indoloro guiada por el orgullo del profano digital vergonzoso. Durante años, la señora C había demostrado con determinación una explícita voluntad de no hacer uso alguno de ningún medio tecnológico posterior al invento del DVD, a pesar de los numerosos intentos del que escribe por animarla a valerse de los numerosos recursos que el centro puede brindarle para hacer sus clases más amenas e instructivas. No es de extrañar que recurriera a su marido por no ver traicionado su celosa alergia a las nuevas tecnologías, por no ceder ante las evidencias a la inevitable necesidad de cambio. 

Publicado en Tabula rasa.
Ramón Besonías Román

1 comentario:

  1. A mí mi mujer no me lleva a su aula a resolver problemas informáticos, pero en casa es un laboratorio de elaboración de vídeos, ppt, prezis… en el que el que suscribe intenta ayudar a madre e hijas con la tecnología.

    Por otro lado, el ínclito Rodríguez Ibarra, sé que llenó las aulas de ordenadores con programas subvencionadado por la UE. Lo que he oído por algún profesor de Cáceres es que aquello no fue muy afortunado. Pronto muchos ordenadores no funcionaban y no había infraestructura educativa para dar las clases de un modo tan experimental, ni los profesores estaban preparados para ello. Tal vez es esto lo que le pasa a esta compañera. Cuando sucede algo en mi instituto, sé que me he de apañar por mí mismo. Las obligaciones del coordinador de informática son tan extensas que difícilmente puede dar abasto para resolver problemas concretos, o sea, que allá cada uno con sus cuitas.

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