Socialismo exprés



Recomendaba Ignacio de Loyola que en tiempo de desolación es mejor no hacer mudanza, es decir, no ceder al desconsuelo, tomando decisiones de las que más tarde podamos arrepentirnos. Los barones socialistas parecen haber seguido a pie juntillas los consejos del fundador de los jesuitas. Tras el fracaso electoral, pese a que en un principio tuvo lugar un acceso apasionado de reformismo ideológico, pronto el ardor guerrero cedió al pragmatismo político. Se orquestó un Congreso exprés para elegir al líder mediático que diera nombre y seña a un futuro indeterminado y repleto de incógnitas internas; se blindó el castillo y se eligieron generales leales que estén dispuestos a ejecutar sin pestañear las órdenes de palacio.

La reforma laboral, fuera de su evidente agresividad, dota al PSOE de un frente mediático excelente para presentarse ante la opinión pública como contrapunto ideológico. El mensaje vendría a ser: nosotros quizá no lo hicimos del todo bien, pero está claro y distinto que el Ejecutivo de Rajoy quiere acabar con la clase trabajadora. Rubalcaba lo ha explicitado de manera más electoralista: «Éramos necesarios, ahora somos imprescindibles». Sin embargo, no basta ofrecer la ineficacia ajena como carta de presentación ante un electorado de izquierdas, escéptico y cabreado, para tener de nuevo su aprecio. Si acaso servirá para ir definiendo el tipo de oposición que protagonizará el PSOE en los próximos años, que de seguro basculará sutilmente entre el ofrecimiento de colaboración y la arenga popular de un discurso vindicativo en favor de los derechos laborales. Si no colabora con el actual Ejecutivo, presentará una imagen autista e irresponsable; y si decide presentar una cruda ofensiva contra la política económica del Gobierno, se verá obligado a ofrecer a los ciudadano algo más que bonitas palabras o hagiografías nostálgicas a favor de los valores socialistas tradicionales. En este caso, deberá readaptar su discurso ideológico, ofrecer un modelo renovado de socialdemocracia.

De hecho, ya comienza a observarse en el lenguaje discursivo de Rubalcaba una tendencia a presentar la alternativa socialista a modo de confrontación dialéctica ochentera, recuperando el duelo ideológico entre thatcherismo y socialdemocracia. Con esto, Rubalcaba busca ganar de nuevo el crédito de un electorado de izquierdas que con la crisis ha radicalizado su discurso, esperando del PSOE un socialismo literal. Pero no seamos ingenuos, este giro no es copernicano, sino una mera maniobra estratégica de cara a las andaluzas y, por extensión, a las próximas primarias. 

El PSOE ha experimentado en los últimos 20 años un viraje significativo hacia políticas económicas de corte conservador. Su descrédito ante el electorado quizá se haya acrecentado con la crisis, pero  la recesión tan solo ha significado la estocada dentro de un proceso cocido a fuego lento, en el que no ha existido la suficiente valentía para establecer medidas de regulación de los mercados, proteger con responsabilidad el sentido de lo público, explosionar la burbuja inmobiliaria, promover la innovación del tejido empresarial hacia otras formas de negocio emergentes, y -a nivel interno- limpiar la casa socialista de corruptos y oportunistas, reestructurando la organización interna, rearmando a su militancia y comprometiéndose directamente con los problemas reales del ciudadano. No son pocos los militantes socialistas, especialmente los veteranos, que vienen diciendo desde hace décadas que al partido hace tiempo que se le cayó la letra O de las siglas. Los signos de los tiempos no han hecho sido confirmar sus augurios.

Sin embargo, pese a que algunos socialistas tengan la ilusión ingenua de creer lo contrario, la socialdemocracia no puede operar de igual forma a como lo hacía en los años ochenta. Por otro lado, esto no significa que el igualitarismo, el compromiso por la justicia social, deba ser traicionado en aras al reformismo. Debemos buscar fórmulas eficaces que permitan ajustar nuestras convicciones al nuevo contexto productivo, desnacionalizado, plegado a la necesidad de llegar a acuerdos europeos en materia económica. Esto, sin embargo, no es ni va a ser fácil. Desde inicios de los noventa, la filosofía económica europea posee un explícito talante conservador, que ha afectado de manera radical a las formas de pensamiento político dentro de la izquierda. 

El freno al crecimiento económico, en defensa de un modelo capitalista sostenible con los principios de justicia social y de cuidado del medio ambiente, debió ser ya hace tiempo un tema esencial dentro de la agenda del socialismo europeo. Sin embargo, el Estado de Bienestar se convirtió para el PSOE en un comodín que le otorgaría 21 años de éxito electoral, pero que con el tiempo le ha explotado en las manos. Conceptos como austeridad o respeto por lo público, que hoy parecen patrimonio del vocabulario conservador, no son incompatibles con los valores socialdemócratas. Pero el PSOE se encargó de que así fuera, vendiendo una imagen edénica del bienestar social y ondeando la bandera de lo público como mero saqueo, fuente inagotable de riqueza. Una de las percepciones más evidentes que tiene uno cuando visita otros países europeos de tradición socialista es que cuidan con esmero y sumo respeto lo público. Esto se nota tanto en la efectividad de su sistema social y laboral, como en detalles estéticos como el cuidado de las zonas comunes de convivencia o el bajo índice de corrupción institucional. 

En España, se ha desvirtuado la concepción de lo público como aquello que es de todas y todos y que debe protegerse para que dure. Se ha fomentado una percepción de los bienes colectivos como un derecho sin contraprestaciones y un saco sin fondo. Tan cierto como que los conservadores se inclinan de minusvalorar el fortalecimiento de lo público y el papel del Estado como garante del mismo, podemos afirmar sin equivocarnos que el PSOE ha contribuido con su omisión y su ingenuidad ilustrada a degradar el valor de lo público como un supermercado en perpetuo saldo. 

Por otro lado, el socialismo español ha sellado un pacto silente con los mercados financieros a cambio de asegurar la estabilidad del Estado de Bienestar. Una lealtad con la que ha hipotecado el futuro de toda una generación y con la que ha perdido legitimidad ideológica no solo ante la ciudadanía, sino también ante su militancia. ¿Hay que refundar el socialismo español? Sin lugar a dudas, y desde ya. 

Ramón Besonías Román

2 comentarios:

  1. La elección de Rubalcaba al frente del socialismo español me recuerda la de Benedicto XVI tras la muerte de Juan Pablo II. Se abría un abismo frente al socialismo de igual modo que se abría frente al futuro de la iglesia, pero se prefirió una elección que retrasara la tomo de decisiones hasta un futuro indeterminado en un mundo en crisis. Rubabalcaba supone la estabilidad ideológica de unos principios y una tradición socialista. Puede que no sea el líder renovador que necesita el PSOE, pero hay que decir que tampoco está por ningún lado dicho líder, y no lo era tampoco Carmen Chacón. El desafío a que se enfrenta la izquierda, no solo en España, es enorme. Tiene que definir su forma de estar en el mundo y no es fácil en un planeta globalizado en que imperan el sistema neoliberal y las restricciones crecientes a las derechos de los trabajadores. Tal vez en tiempos de crisis sea mejor no hacer mudanza, como decía Ignacio de Loyola, sobre todo cuando no hay sobre la mesa nada ni nadie que aporte savia nueva.

    En cuanto a la integración del socialismo en el modelo productivo neoliberal creo que es inequívoca. Se integraron en el sistema con entusiasmo y no supusieron ningún sesgo diferente respecto a la derecha salvo en cuestiones como los derechos de los homosexuales, la ley de dependencia… pero estuvieron igualmente en manos de los bancos a los que no osaron molestar no fuera que se fueran a enfadar. El indulto al banquero del Santander en el último consejo de ministros queda como una losa que ensucia y desprestigia esa actividad reivindicativa ahora de la mano de los sindicatos. Entiendo que lo haga el PSOE ahora, pero huele a demagogia su oposición. Si él estuviera en el gobierno, estaría haciendo algo muy parecido a lo que hace el PP. Afortunadamente no lo está, porque prefiero que sea la derecha la que me putee y no los presuntamente míos.

    Mal lo tiene el socialismo para volver a recuperar la confianza del electorado y más de los que los votamos incondicionalmente durante treinta años. No sé qué tendrían que hacer, pero no me creo nada de su nueva posición al lado de los sindicatos. Bah.

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  2. Empatizo con tu reflexión, aunque soy más optimista.

    Sí existe savia nueva y mucha gente que quiere cambiar las cosas. Pero es evidente que los poderes fácticos ven con malos ojos el cambio de ideas, bajo el temor de que los nuevos no sigan manteniendo sus favores.

    Esperemos que esto cambie. Cruza los dedos.

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