Limpia, fija y da esplendor



Desde los años 90, se han publicado numerosos libros, ensayos y artículos de prensa que intentan con mayor o menor acierto abordar el espinoso asunto del sexismo en el uso del lenguaje, tanto a nivel popular como el que se utiliza en contextos educativos, políticos o institucionales. Algunos políticos e intelectuales de izquierda exigen la articulación de medidas públicas que reeduquen a la ciudadanía en un uso no sexista del lenguaje. El hábito sí hace al monje, es decir, que si desde pequeños hacemos uso de una semántica discriminatoria, con el paso del tiempo solo estamos contribuyendo a crear ciudadanos que reproducirán miméticamente patrones de conducta machista. Esta hipótesis se basa en la creencia estructuralista en la capacidad del lenguaje para alimentar por sí solo determinados estereotipos y prejuicios sociales, así como modificar algunas conductas. Forzando un cambio de hábitos lingüísticos podremos ir generando actitudes no sexistas. Dime cómo hablas y te diré cómo eres.

La primera exigencia fue modificar el lenguaje en libros de texto, documentos institucionales y demás archivos de naturaleza pública; que el Estado sea el primero en dar ejemplo, ampliando esta actitud en las escuelas y en la actividad política. Así, comenzó a extenderse un código no escrito de corrección moral en el lenguaje público, a fin de servir de ejemplo ante la ciudadanía. Por citar solo un caso muy visible, no es extraño oír a políticos de izquierda saludar a su auditorio, refiriéndose a ellos como "compañeras y compañeros", en vez de usar el género masculino como genérico sobreentendido. Asimismo, siempre que pueden y se acuerdan, utilizan acepciones generales y asexuadas para evitar herir ciertas sensibilidades; por ejemplo, utilizarán "ciudadanía" para eludir el uso de "ciudadanas y ciudadanos". 

En el ámbito educativo, se ha realizado un esfuerzo por adaptar el lenguaje de los libros de texto, pero pronto se ha demostrado que no es suficiente. Solo con la adopción voluntaria de modelos de conducta sociales no discriminatorios puede crearse un contexto que vaya modificando determinados estereotipos. El compromiso personal y la reflexión dialógica siguen siendo a día de hoy la forma más eficaz de modificación de ciertas conductas. La hipótesis en la que se asientan numerosas teorías acerca del uso no sexista del lenguaje obvian con facilidad la flexibilidad semántica del lenguaje en función del contexto en el que se inserta. Quienes nos dedicamos a la educación de adolescentes, sabemos por experiencia que solo se puede evaluar la sensibilidad moral de un discurso, teniendo en cuenta la pragmática de la conversación. 

La corrección política ha provocado con el tiempo un divorcio preocupante entre lo que decimos y lo que realmente queremos decir. De hecho, en política, el uso de un lenguaje no sexista se ha convertido en una manera de ganar el afecto del electorado femenino, sin modificar un ápice los estereotipos y hábitos adquiridos. En política, el lenguaje es un arma, un instrumento estratégico, nunca un reflejo fiel de las intenciones del hablante. Algo similar sucedió con la imposición de la paridad sexual entre los cargos políticos. Lo que en un principio parecía ser una bienintencionada receta contra viejas inercias machistas, sirvió para alimentar con el tiempo más úlceras de poder. La paridad reproduce el mismo esquema de favoritismo sexual androcentrista que intenta corregir, y al final quien sale perdiendo es la ciudadanía, poniendo en cargos de responsabilidad no a los más dotados, sino a aquellos que han sabido mantenerse en el poder, sea a través del atajo que sea. 

Hace décadas que se intenta politizar el uso público del lenguaje. Incluso se ha pretendido debilitar la independencia y objetividad de la Real Academia, subordinándola a objetivos particulares, fundados en supuestas intenciones morales. La autoridad académica ha dejado claro que la Lengua Española es la que se practica en la calle y que el diccionario solo puede certificar la evolución de su uso, nunca favorecer y menos aún imponer determinadas prácticas. Solo la educación puede ayudar enriquecer nuestras competencias lingüísticas; solo la reflexión crítica y el diálogo social pueden mejorar nuestra convivencia. Pretender plegar la lengua a un catecismo ajeno a su uso social es a la larga una estrategia nociva, que tan solo refuerza -como ya lo hizo en tiempos pretéritos- el ejercicio de una doble moral, de hipocresías e intereses creados.

Ramón Besonías Román

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