Taylorismo político




Un partido político posee, como cualquier colectivo humano más o menos complejo, una estructura organizativa determinada. Esta le permite gestionar de manera eficaz sus objetivos a través de un sistema de roles y una jerarquía funcional. El modelo de organización interna de los partidos políticos tiende a protegerse bajo el amparo de un núcleo sólido, un órgano de dirección que vela para que la estructura no se resienta en su fundamento, se asegure que el discurso es refrendado por los diferentes órganos del partido y que la cadena de mando no se quiebra en ninguno de sus flancos. Este verticalismo militar no obedece tan solo a factores internos. Los órganos de dirección velan para que la imagen pública del partido responda siempre a una estética de corrección política, subordinada a la estrategia electoral y -cuando está en el poder- a la pervivencia del Ejecutivo.

Al principio, en su nacimiento, las organizaciones políticas poseen una estructura altamente orgánica, un modelo horizontal de toma de decisiones. El reparto de roles se diseña de forma natural y todas y todos los miembros de la estructura colaboran en las tareas del grupo. Con el tiempo, la  evolución de estas organizaciones se va volviendo compleja, especialmente si tienen éxito social. El horizontalismo va menguando, para dar paso a un modelo jerarquizado, y los sistemas de comunicación internos pierden eficacia y fluidez. Se crea un aparato de dirección que se blinda contra posibles injerencias virales y surgen corpúsculos internos que buscan acceder a la dirección e intrigan en busca de prestigio y cargo dentro del politburó. Este giro copernicano en la forma de organización se agrava más aún en los partidos políticos, ya que la gobernabilidad lleva aparejado el hándicap de conseguir poder, influencia y nómina. Poco a poco, la voz de las bases, de la militancia, se va apagando, reduciendo su funcionalidad a un mero papel secundario: hablar y votar en las asambleas, pegar carteles y colaborar como interventores en los comicios. 

Los órganos de dirección controlan la vida interna del partido, asegurando que se cumple la agenda federal. El aparato está más preocupado por mantener una imagen pública limpia ante los medios que en fomentar la participación de la militancia. Poco a poco, el puente emocional, ideológico y organizativo que debiera vincular a la militancia con la ciudadanía se va derruyendo. El partido se muestra al potencial votante a través de la apariencia de normalidad interna que vende en los medios, y no mediante el trabajo colectivo en barrios, asociaciones vecinales y demás grupos del tejido social. Este modelo acaba convirtiéndose por mera inercia e intereses creados en la estructura estándar del partido, sin tener en cuenta los efectos perversos que pueda ocasionar  sobre la ciudadanía. Hoy por hoy, la estructura interna de los partidos políticos tradicionales se basa en un modelo meramente formal. La estructura funciona de forma mecánica, por pura supervivencia interna, ajena a las preocupaciones reales de su militancia o a las demandas de la ciudadanía. El partido se convierte en un Leviatán, un Saturno que devora a sus hijos. 

Los partidos políticos tradicionales han heredado una forma de organización interna que responde al clásico patrón industrial tayloriano, jerarquizado en grupos de gestión cerrados. El órgano superior de dirección define desde arriba los objetivos y estrategias del partido, subordinados éstos a criterios exclusivamente electoralistas. Este modelo ve una pérdida de tiempo dialogar con la militancia acerca de asuntos ideológicos u organizativos; incluso percibe estas deliberaciones democráticas como un peligro de cara a la presentación pública del partido como un búnker sólido y unido contra el enemigo político. Por supuesto, venderá mediáticamente una imagen de aperturismo y democracia interna, pero tan solo como un ejercicio de maquillaje. Los encargados de mantener engrasada esta maquinaria política viven de ello, se convierten en profesionales, técnicos políticos al servicio del partido. Su función es meramente administrativa. El político profesional deja así de tener un contacto real, directo, con las demandas de la ciudadanía y percibe a la militancia como meros votantes, nunca como agentes activos. Para dejar bien atada esta estructura interna, el aparato del partido diseña unos Estatutos que vienen a ser una especie de Biblia, el marco normativo que todo militante debe cumplir, bajo pena de ostracismo político, expediente disciplinario o expulsión. Por supuesto, el aparato intenta por todos los medios -casi siempre soterrados, urdidos en las catacumbas del subsuelo político- evitar que la militancia cambie, más allá de detalles secundarios, la estructura interna del partido. 

La desafección de la militancia interesa a los órganos de dirección. De hecho, las Ejecutivas Locales del PSOE -por poner un ejemplo que el que escribe conoce de primera mano- controlan la vida política de sus Agrupaciones, subordinados al calendario que les marca agenda federal. Pero no se preocupan por dinamizar a su militancia en equipos de trabajo por barrios o áreas, no permiten un modelo de organización interno en sus sedes que permita que las demandas de la ciudadanía sean las que realmente lleguen a las Concejalías. La vida política dentro de las sedes está congelada, e interesa que siga criogenizada. La cadena de mando controla con fidelidad marcial la estrategia de partido, impidiendo que la militancia se organice de abajo arriba y sea ella la que marque los contenidos programáticos de las Ejecutivas Locales, Regionales y Autonómicas. Los canales de comunicación fluyen con determinación espartana de arriba abajo, pero nunca al revés.

Supongo que a cualquier simpatizante, militante o ciudadano que tenga pensado afiliarse a un partido, le gustaría que su voz contara en las decisiones, que pudiera aportar con su valía personal al enriquecimiento de su Agrupación; que pudiera participar en la vida interna del partido, reuniéndose en equipos sectoriales, mesas de debate, grupos de trabajo en barrios, etcétera. Supongo que nadie quisiera entrar en un partido político y descubrir que no se cuenta con él para algo más que ejercer de súbdito devoto de una monarquía ilustrada. 

Igualmente, los militantes debiéramos hacer un ejercicio de autocrítica y participar de la vida política de nuestros partidos con valentía, creatividad y voluntad de trabajo, forzando a los órganos de dirección del partido a un cambio de paradigma organizativo, donde el protagonista de la acción política sea el ciudadano, donde se trabaje en equipo, estableciendo roles no jerarquizados, pero sí en red. Un modelo a través del cual todas y todos los simpatizantes y militantes trabajen en torno a objetivos comunes, pero con independencia de trabajo, contextualizando su acción política a las necesidades de la ciudadanía local. Los modelos taylorianos de organización pueden ser sustituidos con eficacia por otros modelos más orgánicos, donde el agente social participe en la mejora del partido y se sienta parte de un proyecto global, y no un mero afiliado. Estos cambios de paradigma organizativo no parecen haber afectado, sin embargo, a los partidos políticos tradicionales, los cuales siguen aferrados a un modelo mecanicista y jerarquizado, alérgico a la democracia interna. El mismo problema que aqueja a nuestra democracia representativa, donde el ciudadano se convierte en un mero votante, lo sufre también la vida interna de los partidos. 

Ramón Besonías Román

7 comentarios:

  1. Tienes razón, Ramón, pero me pregunto si es un ejemplo de democracia interna y de participación de las bases el caso de las asambleas y votaciones celebradas en Extremadura en IU para dar o negar el apoyo al PSOE en la Junta. Parecería que lo es. Se consultó a las bases y estas decidieron dar el gobierno al PP en contra de las recomendaciones de Cayo Lara y la ejecutiva federal. Me pregunto, sin embargo, sobre la imagen que para muchos dio IU y que para mí fue penosa, a pesar de todo su argumentario. La estructuración federal de IU permite que las agrupaciones regionales tomen decisiones que no han sido refrendadas por el comité federal. Así en el País Vasco apoyaron el pacto de Lizarra, el plan de Ibarretxe y formaron parte del gobierno durante varios años. En Cataluña, IC es un partido nacionalista más con algún acento especial, y en Extremadura, ya vemos qué ha pasado. Este elogio a la democracia interna es interesante pero entra en colisión con lo que los partidos clásicos llaman unidad de acción y de línea política. ¿Es posible un partido de gobierno en función de las opiniones variables y potencialmente caprichosas de las bases? No sé, yo no milito en ningún partido, lo hice en los tiempos de la transición, no estoy en tu tesitura y no puedo comprender bien esa especie de dictadura interna que opera burocráticamente en las organizaciones partidistas. Pero no digo que no tengas razón, pero tengo mis dudas al respecto.

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  2. Los partidos tradicionales, como cualquier organización con estructuras asentadas, poseen mecanismos de autoajuste, independientes de los individuos que toman decisiones dentro de ellas. Pasan a ser organismos que se autoreproducen, utilizando a sus agentes humanos en meros soldados de la lógica interna que alimenta la máquina política. En las democracias, el instinto más activo es el acceso al poder a través de las urnas.

    La desafección ciudadana tiene su origen en la independencia del sistema político de la raíz social de la que proviene. Las decisiones ya no las toma el individuo, un grupo político determinado, ni siquiera la cúpula que ejecuta la dirección del partido. Todo el mecanismo, incluidos los militantes que pertenecen a él, se pliegan a lo que se llama estrategia de partido, tiempos internos, disciplina.

    Este mecanismo de sumisión a la propia estructura política es inconsciente y genera sus propios mecanismos de defensa. El militante, el Secretario, la comisión ejecutiva, todos creen estar tomando decisiones autónomas. Pero es un autoengaño.

    Por esto, creo cada vez más en la política de bajo espectro, en los grupos aislados de decisión, en las estrategias prácticas, asidas a la realidad inmediata. Allí todavía es posible encontrar un espacio de indeterminación y libre albedrío. Aunque condicionado, seamos honestos.

    El modelo de partido centralizado en un núcleo duro, gestionado por técnicos burocratizados y dependientes de ciertos intereses mediáticos y empresariales, ajeno a la realidad de la ciudadanía, pendiente de "salvar las apariencias" para asegurar un porcentaje óptimo en las urnas, ese es el partido del siglo XXI.

    Los votantes son el decorado que debe mantenerse para vender el producto, y la democracia el sustrato retórico del guión propagandístico. Es una estética muy similar a la americana, que empieza a calar en la política europea.

    Los afiliados son cada vez menos, y de los que son, solo un porcentaje ridículo asiste a las asambleas, y de esta porción un puñado se arrima a palacio con esperanzas de tomar asiento cerca del rey o cercenarle la cabeza. El mundo no cambia.

    Solo un escenario cuántico, imponderable, una epoché política, una suspensión de intereses, plegada a un diálogo racional en igualdad de condiciones (Habermas) puede dotar de esperanza la política. Pero Leviathan no deja que virus de este tipo se asienten en su maquinaria.

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  3. Pero no me has contestado a lo que te planteaba sobre el ejercicio de la democracia interna en IU. ¿Es razonable esa práctica asamblearia para decidir cuestiones de gran calado? ERC en Cataluña tiene también una tradición asamblearia, pero ello le lleva también a luchas internas y falta de coherencia en sus planteamientos.

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  4. Una decisión política posee mayor fuerza cuanto mayor consenso social aglutina. Lo ideal es converger las voces que tienen intereses en pugna. La oma de decisiones vertical genera falta de confianza. Es mejor contar con l apoyo del mayor número de afectados.

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  5. Como bien dices, el modelo vigente, funciona por la zanahoria de premio, pero no podemos negar su éxito extremo, lo que implica una cultura del egoismo aprhendida por siglos y siglos de historia. Aunque una gran colectividad de individuos se pongan de acuerdo en funcionar en red antijerarquica, el fracaso se me antoja seguro cuando no se sabe.
    El que sabe ya sabe funcionar en red, y una colectividad en trama horizontal de niños me parece que no es la aternativa a una jerarquía egoista de crios. Creo en tu razonamiento, pero no veo que la solución sea con nuevas reglas racionales sobre un paisaje cultural lleno de jerarquías.

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  6. Comprendo tu indignación, Ramón. Yo también he sido militante del PSOE hasta hace unos meses. He comprobado con mis propios ojos todo lo que denuncias en tus artículos publicados en distintos medios.
    No obstante, la única respuesta ética que he encontrado ante la corrupción que asola nuestros supuestos partidos democráticos es desaparecer, quitarme del medio, borrarme del mapa.
    Coincido con la gente del 15M en que hay que hacer algo nuevo, pues lo que hay ahora ya no funciona.
    Pero antes de poder hacer cualquier cosa tenemos que saber qué somos como indiviuduos, desactivar el sistema oprativo que nos han instalado en la sesera y comenzar a ser realmente creativos. Y el gran trabajo de conocerse a uno mismo puede ser en sí tan absorvente que ocupe toda una vida, sin dejar espacio para las batallas políticas.
    Coincido con nuestro común amigo "anónimo" en la idea de que una sociedad jerarquizada de niños es igual de nefasta que una sociedad en red (o asamblearia) de niños.
    Un abrazo.

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  7. Ha desaparecido tu respuesta a mi pregunta directa sobre el modo de funcionamiento de IU. (?) ¿Te arrepientes de haberlo escrito o temes que haya llegado a donde no debía? Me he quedado sorprendido, y no lo entiendo.

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