La excelencia en la escuela



César Díez Solís, secretario general de Educación, ha declarado la intención de llevar a cabo programas de éxito escolar en más de 300 centros educativos de Extremadura, de los cuales 50 dispondrán de un sistema de profundización de conocimientos para los alumnos que muestren mayor motivación e interés, y cuyo nivel de competencia sea superior al de su grupo. Según la Consejería, se formarán pequeños grupos con este tipo de alumnos. En principio, aunque no han ofrecido más información, estos cambios no afectarán al currículo; supondrán un refuerzo para un determinado grupo de alumnos a fin de mejorar sus ya de por sí buenos resultados académicos. Esta iniciativa se suma a la ya defendida por Esperanza Aguirre y que generó una cierta polémica entre algunos miembros de la comunidad educativa madrileña.

El debate sigue abierto. El actual modelo de atención a la diversidad abarca en teoría tanto a aquellos alumnos que presentan un bajo nivel de competencias como a aquellos otros que realizan sin dificultad las tareas que les propone su profesor, o incluso demandan de éste más conocimientos y actividades. La atención a la diversidad es un eje esencial de la enseñanza y abarca a todo el alumnado, teniendo en cuenta sus singularidades. Ahora bien, la realidad impone necesariamente una reflexión acerca de la efectividad de los modelos de enseñanza a pie de aula. El fracaso escolar, el absentismo, el abandono temprano, sumado a los cada vez más bajos niveles de competencia en las áreas instrumentales (lengua y matemáticas), ha abierto la veda a numerosas propuestas de mejora. Una de ellas es precisamente esta que nos toca y que responde a la pregunta: ¿qué hacer con los alumnos que van bien o piden más materia? Hasta ahora, el modelo de atención a la diversidad ha subrayado más la consecución de unos objetivos mínimos para todos los alumnos, independientemente de su nivel de competencia. De esta manera se aseguraba que todos los menores tuvieran acceso a una enseñanza básica garantizada. Conseguir un mínimo aceptable de cada alumno es ya de por sí difícil de lograr y se convierte en todos los colegios e institutos en el caballo de batalla de la enseñanza.

Pero esta pregunta no debiera hacernos obviar aquella otra que nos demanda lograr de los alumnos que no presentan dificultades relevantes un nivel óptimo de aprendizaje. A menudo el profesorado teme no estar atendiendo a estos alumnos a causa de que otros con mayores dificultades le demandan demasiado tiempo y atención. Esto se hace mucho más obvio en centros de difícil desempeño, pero afecta en mayor o menor medida a todos los centros públicos. ¿Qué hacer pues con estos alumnos sin desatender las necesidades del resto? El actual estado del sistema educativo y el perfil medio del alumnado hace que el profesorado se sienta a menudo impotente ante la imposibilidad de individualizar la enseñanza y atender con un mínimo de efectividad las necesidades diversas de sus alumnos.

Las respuestas no son fáciles. La balanza planea entre dos extremos hacia los que podemos tender con facilidad. Uno de ellos nos llevaría a crear guetos, a discriminar a los alumnos en función de sus niveles de competencia, rompiendo así con la integración. El otro extremo nos lleva a desatender las necesidades de algunos alumnos a causa de un modelo de integración ineficaz, que uniforma a todos los alumnos en función del nivel de competencia de cada aula. Cualquier cambio de modelo debiera evitar caer en estos extremos. Ni una excelencia elitista ni una uniformidad mediocre pueden asegurar la mejora de la enseñanza para todos y cada uno de los alumnos. En el término medio está la virtud, pese a que el equilibrio siempre requiere realizar mayores esfuerzos por parte de profesores, padres, alumnos y administraciones educativas.

Cada vez hay más docentes que ven con buenos ojos la segregación escolar en función de niveles de competencia. La razón es obvia; la integración genera muchos más problemas en el aula, obliga al docente a articular medidas auxiliares, tareas diferentes. Es más cómodo atender a un alumnado de un nivel similar. De hecho, ya existe en numerosos centros de enseñanza una segregación soterrada, basada en los niveles de aprendizaje y de convivencia. Por otro lado, los padres de alumnos con buen nivel temen que sus hijos bajen sus calificaciones a causa de estar en un aula conflictiva; sospechan que el profesor no podrá atender a su hijo con igual efectividad que estudiando en un aula normalizada.

La solución,
sea cual fuere, debiera respetar la integración del alumnado, independientemente de su nivel de competencia. Existen numerosos recursos (refuerzos, desdobles) que atienden a alumnos con necesidades específicas sin tener que desvincularlos de su grupo de clase. Al igual que se articulan medidas de atención a alumnos con dificultades de aprendizaje, no es desaconsejable pensar en otras que atiendan las necesidades de alumnos que demandan más conocimientos. Si la propuesta de la Consejería de Educación de Extremadura va en esta línea, solo estaría ampliando la atención a la diversidad, un reto del todo incuestionable. Por el contrario, si este modelo deviene con el tiempo en una taxonomía pedagógica en función del rendimiento, mucho me temo que solo conseguiría instrumentalizar la enseñanza, implantando en el aula una inquietante lógica empresarial y atentando gravemente contra la integración. La excelencia es de todos y para todos, todos merecen llegar al máximo de sus capacidades, poniendo a prueba su voluntad, y esto solo puede enriquecerse a través de la convivencia. La excelencia sin integración social convierte a la escuela en una empresa, sometida a la fría mecánica de la optimización y el rendimiento.

Ramón Besonías Román

2 comentarios:

  1. Algunos centros privados subvencionados se procuran generar una política educativa de excelencia, derivando hacia los centros públicos al alumnado que no alcanza los niveles mínimos. No es que los expulse (sería ilegal y se andarían con cuidado), sino que los "aburre", agotando las repeticiones de curso legales, llamando a los padres y "aconsejándoles" la conveniencia de buscar otro centro (siempre habrá uno público a mano)...Así cualquiera. Los colegios de élite son para "listos". Esta es otra cara de la excelencia. El icosaedro de la educación: los/las caras de la educación privada versus educación pública.

    Muy buen artículo, Ramón

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  2. Cierto, Miguel, que no es exclusivo de la administración educativa potenciar la exclusión social y ceder a vías fáciles. También los padres, los docentes, la sociedad, contribuimos a ello. En el fondo, tengo la impresión que estamos perdiendo nuestra sensibilidad social, nustra capacidad de confiar en proyectos comunes. Una pena, pero no hay que darlo por perdido.

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