Imponderables



Por mucho que deseemos controlar todos nuestros actos, siempre hay algo que se resiste a ser doblegado. El factor humano, el azar, la tendencia de la materia a la entropía, quién sabe. Nos lo recordó un tertuliano radiofónico al afirmar que la muerte de Bin Laden había sido un imponderable, una circunstancia impredecible, un efecto secundario, daño colateral, como gustan denominarlo los altos mandos militares. Los imponderables son un efectivo recurso ad hoc cuando queremos escurrir el bulto, justificar ante los demás una acción discutible sin base demostrable. Se introducen dentro de la argumentación comodines amañados, enunciados de relleno con los que contentar a nuestro auditorio, esperando que la treta funcione y nadie pida más explicaciones. Si ustedes abren sus periódicos o encienden la televisión en busca de un telediario no tendrán que esforzarse demasiado en detectar la presencia de alguna que otra falacia, disfrazada de imponderable. Ellas mismas llegan a ti, dóciles y encantadores, cual sirenas del Egeo. Gustan de afirmar tácitamente sin aportar otra prueba de su veracidad que la autoridad que las enuncia o la retórica plumífera que rellena sus argumentos. Si se te ocurre -pobre de ti- cuestionar la honorabilidad de su discurso, no se amilanan; al contrario, persisten en su retórica, regalándote otra batería más de improvisados remiendos. En política, lo poco no sacia ni convence; la reiteración inmisericorde es el mayor axioma de su arte pirotécnico. Y funciona; no lo duden. Los ciudadanos caemos entregados -cansados por su letanía quizá sea más fiel a la realidad- a su mentira. Una mentira aislada no puede brotar, pero si se la riega cada día, es cuestión de tiempo que su flor brote y tenga fértil descendencia. Quien la persigue, la consigue.

Además, los imponderables poseen una cualidad a su favor: no buscan la verdad. Basculan entre la verosimilitud y lo improbable. Un argumento excesivamente lógico y coherente no tiene igual grado de credibilidad que aquel que se asienta en la ficción. La política contemporánea hace un uso constante de esta regla escénica, la utiliza sin pudor. Una mala mentira a tiempo endereza la verdad más obstinada. Los imponderables políticos -como les sucede a la electricidad, la luz o el magnetismo- solo pueden ser apreciados una vez mostrados sus efectos, in situ, tarde quizá, cuando ya han conseguido de nosotros lo que deseaban. Por esta razón,
cuando aparece ante nosotros su ficción bufa, la respuesta más sabia es la indiferencia, el desprecio, running back to run faster. Dejar que el tiempo -paciente restaurador del pasado- pondere y hable por sí solo.

Ramón Besonías Román

1 comentario:

  1. En cuanto a la imprevisibilidad de los imponderables, habría que llevarle la contraria al tertuliano que oíste, en tanto en cuanto la "desaparición" de Bin Laden se podría ponderar como probable, previsible, si no en ese momento y circunstancia, sí en cualquier otro, dado el empeño puesto en su busca y captura.
    Me parece , también, que las falacias en las que se instalan no solo en campaña los políticos y un buen sector del amarillismo mediático es tan previsible que ya no engañan a nadie (a no ser a los predispuestos de antemano a creerse según qué cosas y casos). Más que imponderables se trataría de una cruz con la que tenemos que cargar. En cualquier caso, creo que tú y tus lectores estamos en condiciones de ponderar hasta los imponderables.

    Que Blogger nos sea propicio, amigo.

    ResponderEliminar

la mirada perpleja © 2014