Con tan solo realizar un análisis superficial acerca de los cambios culturales que ha experimentado la sociedad española, y por extensión la occidental, desde hace unos 30 años, sorprende principalmente que la influencia de la nueva cultura popular tecnificada (televisión, Internet, videojuegos, móviles, etcétera) ha adelantado la adolescencia unos años, virando su interés hacia reclamos que generaciones anteriores solo apreciaban cuando tenían unos 15 o 16 años. El acceso a productos de consumo universalizados, generalmente inoculados por el merchandising estadounidense, atrae a edades cada vez más pequeñas. Hace años que los fabricantes de videojuegos se vieron obligados a cambiar temas y estéticas, adaptándolas a una nueva catalogación por edades. El videojuego que antes hacía las delicias de un niño de 10 años, hoy le gusta a uno de 6. Y aquel que ayer gustaba a uno de 16, hoy sigue gustando al adulto. Se adelanta la adolescencia, pero también se alarga la juventud. Los usos, las costumbres y los gustos culturales se mantienen durante décadas, hasta bien entrados los 30. La cultura popular made in USA ha infantilizado a varias generaciones. Este fenómeno se manifiesta especialmente en el universo del audiovisual (cine y videojuegos), en donde los tópicos, los estereotipos, los clichés, configuran la imagen del mundo como mera representación, sintetizada en patrones narrativos simples, roles maniqueos y emociones impostadas, obviando la estructura multiforme y compleja que caracteriza a nuestra realidad inmediata.
La educación formal, la escuela, pasa a un papel secundario; sus contenidos carecen de interés y relevancia para los alumnos, frente este parque de atracciones en perpetuo movimiento que aparece ante ellos como un paraíso en vida, reproduciendo decenas de imágenes por segundo, sin tiempo para discriminarlas o analizar el efecto que les provocan. El sistema educativo obvia a menudo este fenómeno social, sin establecer un diálogo con la cultura popular, instalándose en unos contenidos ajenos a la vida cotidiana de los alumnos. Uno de los objetivos más urgentes debiera ser ayudar a nuestros alumnos, a nuestros hijos, a saber reconocer, discriminar y analizar de forma crítica los contenidos culturales que les rodean, a fin de que no sean fagocitados por ellos. La escuela y la familia debieran ser un laboratorio eficaz de deconstrucción cultural, que no solo desmitologice sus iconos, sino que también refuerce la sensibilidad estética y la curiosidad intelectual de los menores.
Para ello, no podemos contraponer cultura popular con cultura formalizada. El educador debe trabajar no solo con contenidos culturales testados por especialistas; también debe manejar los mismos materiales que consumen habitualmente sus alumnos, a fin de extraer de ellos una enseñanza más allá de la capa superficial que estos muestran. Por citar un ejemplo, analizar una película romántica al uso, diseñada para un público adolescente, posee un potencial didáctico excelente. Podremos analizar los roles sexuales y los valores de los personajes a partir de sus comportamientos, su forma de vestir, su forma de hablar, su entorno social. La escuela debiera introducir el cine, la televisión, las redes sociales, los videojuegos como materiales de aprendizaje. Los adolescentes solo tendrán posibilidad de analizar racionalmente su cultura a través de la mediación de la escuela. Fuera de ella, los contenidos culturales se presentan en bruto, sin instrucciones de uso, sin criterios morales de selección o evaluación. Los modelos o roles sociales representan estereotipos polarizados, a menudo plagados de una retórica falaz que reproduce comportamientos y actitudes que banalizan la naturaleza humana e inoculan modelos existenciales atractivos desde un punto de vista estético, pero cuestionables desde el ético. Los adolescentes se adhieren a estos modelos culturales, mimetizando su narrativa y puesta en escena, a fin de integrarse en su grupo de referencia. La escuela debe desmitologizar esta escenografía audiovisual a través del análisis crítico y el diálogo entre iguales; desvelar el maquillaje y la pirotecnia que esconden, pero poniéndolos en relación con actitudes y experiencias reales. Solo de esta forma podrá el adolescente diferenciar entre ficción y realidad, y valorar con criterio la relación entre una y otra.
Se hace necesario introducir en nuestro sistema educativo una educación estética que revele en los contenidos culturales algo más que un mero entretenimiento social, y que descubra valores metafísicos como el disfrute por la belleza y el conocimiento.
Ramón Besonías Román
A su vez, se hace necesario introducir en nuestro sistema educativo una educación estética que revele en los contenidos culturales algo más que un mero entretenimiento social, y que descubra valores metafísicos como el disfrute por la belleza y por el conocimiento.
ResponderEliminarQué deseo más enjundioso. pero quién y cómo a la vista de la mediocridad que nos invade.
¿Quién, amigo Emilio? Yo pongo mi grano de arena, o lo intento. Al fin y al cabo, todo es una cuestión de elección, de desacomodo. Espartaco dixit.
ResponderEliminarHola Ramón; la educación formal está tan cochinamente empaquetada en diversidad de disciplinas que no hacemos relacionarse, y plagada de contenidos... que es algo totalmente ajeno a la vida. Una pena. Y si haces experiencias transversales, sin llevar muy medido el tiempo, se te acusa de no acabar temarios.
ResponderEliminarLa educación debe ser algo divertido y vivo, así permanece como experiencia.