La religión de los niños, pese a ser susceptible de manipulación por parte de los adultos, es profundamente pragmática. La lógica imaginativa en la que se basa todo universo religioso exige en manos de los pequeños el respeto a rigurosas normas de coherencia interna. Si un determinado santo o santa es, por poner un ejemplo, el patrón de las embarazadas, sería absurdo que la mujer se sometiese a su veneración y obtuviese a cambio un parto doloroso o aciago. Dioses, santos y demás personajes que protagonizan una religión deben cumplir su cometido, si desean en un futuro poseer suficiente legitimación del creyente que pone en sus manos la confianza en una venturosa consecución de los hechos. La advocación debe funcionar eficazmente; como se espera de cualquier objeto práctico, el mínimo requisito que debe cumplir es que funcione y, si es posible, que dure. Leí en cierta ocasión que algunas culturas ancestrales sustituían un tótem por otro al observar que no ejerce con utilidad el poder que se esperaba de él.
Lo recuerdo como si estuviese allí en estos momentos. Al final de la ceremonia de mi Primera Comunión, los salesianos se inventaron un peculiar paseíllo hasta las traseras del manto de la Virgen. La idea era que todos los comulgantes pasaran en fila india, uno a uno, frente al manto azul celeste de María Auxiliadora y que, mientras besábamos su pliegue, pidiéramos un deseo sentido y honesto. Quedaba fuera del catálogo de peticiones cualquier solicitud que tuviera como objeto nuestra egoísta satisfacción. Por aquellas fechas, mi abuelo estaba muy enfermo -un cáncer terminal y galopante- y qué mejor ocasión que aquella que me brindaban los salesianos para intentar enmendar los errores de la naturaleza. Metido en mi papel de fiel creyente, besé el manto virginal de la Auxiliadora, a la espera de que el milagro obrase en el cuerpo de mi abuelo. Pocos días después mi abuelo murió. Desde entonces, concedo exiguo crédito a la eficacia de la religión como antídoto a mis deseos y, he de confesarlo, poseo una cierta alergia involuntaria hacia todo lo que tenga que ver con vírgenes, santos protectores y demás merchandising espirituoso. No es que uno pida a Dios y sus vírgenes una efectividad del 100%, pero cuando menos podrían esforzarse un poco, ¿no creen?
Ramón Besonías Román
No hay comentarios:
Publicar un comentario