La UPV ha organizado en San Sebastián un seminario titulado Perdonar para vivir, en el que el catedrático Sabino Ayestarán ha leído una carta del exdirigente etarra, José Luis Álvarez Santacristina, alias Txelis, ex jefe del aparato político de ETA, en la que éste no solo pide perdón a las víctimas, sino que de paso también realiza un extensa reflexión metafísica sobre el perdón.
Txelis, metido en la piel de filósofo circunstancial, aprovecha para sacarse de la manga un sesudo estudio acerca del perdón. Pedir perdón es «un acto de humildad» en el que «uno se reconoce radicalmente falible y responsable del mal causado». «Pedir perdón es asimismo un ejercicio de libertad» que «podría quedar desnaturalizada y perder su potente fuerza reparadora y regeneradora si se planteara solo como un requisito de cumplimiento formal». «La petición de perdón no es en modo alguno un acto de exigencia para con la víctima o sus familiares» -faltaría más-, y «quien expresa la petición de perdón no espera necesariamente, y menos aún en primer término, que se le otorgue el perdón por parte de la víctima o sus familiares».
En primer lugar, hay que decir que Txelis utiliza un término, pedir perdón, cargado de connotaciones religiosas. No en vano él mismo declara «Dios es testigo» de que estoy «profunda y sinceramente arrepentido». Conviene no olvidar que el nacionalismo vasco nace en parte a raíz de una narrativa teñida de metáforas católicas; Dios y patria vasca son dos de los ejes conceptuales sobre los que se va a asentar el catecismo ultranacionalista vasco. Aún así, el ex etarra intenta desvincularse de cualquier referencia espiritual y vendernos su confesión como un acto moral, fruto del libre ejercicio de su voluntad individual. Al igual que libremente decidió en su día segar la vida de otros seres humanos, hoy decide con igual autodeterminación lanzar al ruedo mediático su petición de perdón. Los etarras y su camada de cachorros abertzales siempre han sido muy propensos a remarcar que sus acciones son resultado de su voluntad y su autonomía, no solo individual, sino también política y colectiva, en pos del objetivo final de autodeterminarse como pueblo libre. En este sentido, Txelis, con su confesión, solo está -en la línea del eterno discurso arrogante que caracteriza a la izquierda abertzale- poniendo sobre la mesa pública sus criadillas, eso sí, tiñendo su discurso de perdón impostado y retórica moralizante, a la espera de que enternezca a algún ciudadano ingenuo o con la guardia bajada.
Txelis dice bien; pedir perdón es un acto moral, individual y libre. Comienza y acaba en el mismo individuo que lo emite, aunque todo acto de perdón anhela en el fondo un encuentro con su víctima y la esperanza de que ésta acepte el arrepentimiento de su verdugo. Pero conviene no confundir moralidad con justicia. Txelis puede sentirse arrepentido, triste, compungido, deprimido, pero todos estos sentimientos empiezan y acaban en él; son tan solo resultado de un estado emocional, discutible y no comprobable. Ninguno de estos sentimientos tiene relación alguna con los principios de justicia que sostienen nuestra democracia, aunque es evidente que la vieja guardia abertzale, teñida ahora de corderitos demócratas, quiere aprovechar este happening terapéutico para vendernos su milagrosa transformación en santos varones, pero sin ceder un centímetro su discurso ideológico. ETA no mata porque no puede; es necesario que la ciudadanía tengamos este axioma muy claro. El ahogamiento político y policial ha forzado a ETA y su entorno a tener que circunscribir su retórica al ámbito político. Sus objetivos siguen siendo los mismos; lo único que han cambiado -por presión externa- son los medios.
Es comprensible y respetable que algunos familiares de víctimas del terrorismo de ETA deseen tener la oportunidad de mirar cara a cara a aquellos etarras que asesinaron a su padre o a su hijo. Pero esto nada tiene que ver con el proceso de restitución del orden social en el Pais Vasco. El asunto del terrorismo vasco no es un conflicto a resolver, no es un encuentro entre dos opciones legítimas. El Estado de Derecho lo deja claro: aquí solo ha tenido lugar el asesinato de cientos de ciudadanos a manos de individuos que justifican sus acciones criminales, apoyándose en ideas políticas extremistas. Punto y final. La ley deja claro el tratamiento jurídico de estas acciones. La moralidad de los verdugos es una variable ajena a la justicia que debe derivarse en estos casos. Los asesinos deben ir a la cárcel y cumplir con rigor sus condenas. Aquellos que alientan a estos asesinos, deben seguir siendo perseguidos por la justicia, a fin de acabar con el discurso maniqueo que la izquierda abertzale intenta por todos los medios seguir alentando dentro de la sociedad vasca. Aquellos radicales que deseen entrar en política, deben hacerlo respetando las reglas básicas del juego democrático, teniendo claro que el independentismo es una entelequia que debe argumentarse tan solo en el ámbito de la discusión política. Por otro lado, los poderes político y judicial deben seguir vigilando a aquellos abertzales que puedan querer utilizar su posición institucional para erosionar los principios democráticos y fomentar el disenso social y el rearme ideológico de los radicales. Los etarras han dejado de matar, pero muchos de sus cachorros son a día de hoy funcionarios de las instituciones vascas. Solo desde el respeto a los principios constitucionales puede generarse con el tiempo un consenso social en el Pais Vasco entre las fuerzas políticas tradicionales y las virutas surgidas del estrangulamiento del radicalismo abertzale. Nuestra democracia es tolerante, pero también debe ser fuerte y decidida a la hora de protegerse contra los estertores que colean aún dentro de este proceso de restitución de la paz.
Ramón Besonías Román
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