Las redes sociales constituyen una selva tupida y profusa, en la que se entremezclan en el mismo muro la necedad y la falta de rigor argumentativo con la lucidez y el sentido común. En ellas se ponen de manifiesto lo que el filósofo Guillermo de Ockham denominaba ídolos, fuerzas que dificultan que la sensatez se imponga sobre la estupidez que provoca sentirse arropado por el anonimato y la algarabía semántica de una masa efervescente. Aquellos que mejor visualizan el pecado capital de la red son los ídolos de la plaza; se basan en el enunciado "si está en Facebook o Twitter, es que debe ser verdad", la vieja falacia que encumbra a la categoría de verdad objetiva aquello que se publica en el muro digital, sin más criterio de verificabilidad que su capacidad de virulencia entre los internautas.
La publicidad moderna se fundamenta en el mismo principio de entronización de los reclamos: la repetición y la viralidad como causas esenciales de la pregnancia del producto en el imaginario colectivo, llegando incluso en no pocos casos a sustituir a la autoridad de los hechos. El valor de las ideas se supedita a su capacidad de reproducción social, no a la fuerza lógica y contrastada de sus argumentos. Esto convierte a Internet en la nueva religión de la clase media occidental. Los internautas asisten con asiduidad a los santos oficios y letanías que administra la red, repitiendo -retuitear o compartir, lo llaman- con fe sus mandamientos.
Los viejos representantes de la tribu -prensa, televisión, sindicatos, políticos- han pasado a un segundo puesto en su capacidad de legitimidad moral ante la ciudadanía, cediendo el poder discursivo a la voz plurítona de la red. Pero en este caso, un rey destrona a otro porque aquel no supo exorcizar con eficacia las demandas de su feligresía y traicionó su confianza, plegándose sin disimulo a los poderes establecidos. A esto se suma la cualidad que poseen las redes sociales de presentar sus discursos en un formato fácil de digerir y reproducir. El aforismo es el género literario de Facebook y Twitter, y el audiovisual, su fiel Sancho Panza. Al igual que las religiones monoteístas han logrado llegar con mayor éxito a sus fieles a través de iconos y versículos de corto metraje, plagados de medias verdades y recursos estilísticos que alimentan la polisemia de su credo, la red utiliza similares sortilegios para ganarse a una ciudadanía cada vez más perpleja y necesitada de iluminación.
La diferencia con los medios de comunicación clásicos reside en que la red 2.0 presenta aún un grado de imponderabilidad suficiente como para que los poderes establecidos no puedan controlarla tanto como quisieran. La red es un gran bazar sin gerente que la administre o establezca pautas de uso. Cada internauta debe a libre albedrío discriminar el valor que asignará a cada contenido, así como las rutas de intercambio que desea establecer a la hora de compartirlos. En la red, se confunde con facilidad un chisme con un hecho, una conversación voz en alto con una obra maestra. No existen libros de instrucciones ni termómetro con el que saber ponderar la información contrastada y honesta con aquella que fue lanzada para generar el trending topic diario o el desahogo personal. Debe ser cada cual quien aprenda a caminar por su cuerda floja, teniendo la suficiente prudencia como para elegir bien, en función de sus afectos y voluntades. El internauta es como un niño que entra en una pastelería y su madre le dice: elige los dulces que desees. La primera reacción del niño puede ser quedar paralizado o lanzarse con ansiedad hacia ningún lugar, sin saber qué elegir, o eligiendo tantos dulces, que acabe empachado.
El sistema educativo debe enseñar a los menores a encontrar criterios racionales de uso de la red, así como mecanismos de protección contra sus excesos y puertas trasera, de tal forma que ya adultos sean ellos quienes controlen su ruta de uso, y no al revés. Las generaciones que nacieron sin Internet son reacias a esta revolución tecnológica precisamente por desconocimiento; ven en la red una selva insondable de la que creen no saldrán indemnes. Por el contrario, el internauta nativo, inmerso del niño en lo digital, cae en el otro extremo: confiar en este ecosistema social como un lugar cotidiano en el que se siente a gusto y libre de cualquier mal. Se han acostumbrado a considerar que la información venga compilada en este formato: interactivo, audiovisual, de escueta narrativa y fácil comprensión.
Entre los gurús de la red se impone la defensa de un pragmatismo cognitivista según el cual no es necesario aprender aquello que puede ser accesible en cualquier momento; solo has de elegir el lugar y el momento y tomarlo. El nuevo paradigma impone un modelo de aprendizaje basado en locus interactivos a los que el internauta debe incluir su propia experiencia. El alumno viaja por un entorno interactivo que le estimula y presenta retos de aprendizaje. No hay que asimilar la información, solo constatarla y manipularla, reajustando sus elementos en función de los objetivos. El modelo tradicional de contenidos prefijados que deben ser asimilados a través de un proceso de memorización y repetidos en pruebas objetivas poco a poco va quedando relegado por una forma de aprendizaje más interactiva e inclusiva, que aunque es previa a la revolución digital, está influenciada y potenciada por ella. Sin embargo, queda aún mucho para que la escuela se ponga al día y se suba al tren de este nuevo paradigma pedagógico. El profesorado está aún en un estadio de transición, observando con escepticismo lo que para él es solo una moda pasajera, pero que le exige cada más readaptar sus formas de enseñanza. En el ámbito empresarial, más de lo mismo. Pese a que está teniendo lugar una inclusión de las nuevas tecnologías en los procesos de producción y venta de productos, este cambio es aún lento y no generalizado. A esto se le suma la falta de sensibilidad de una clase política que aún vive en la edad analógica, sin ver en la red una oportunidad para la potenciación de nuevos mercados con futuro.
Favorecer la educación tecnológica -no solo desde un punto de vista funcional, también social y ético-, impulsar la creatividad y la innovación, proteger los derechos básicos en el seno de la red y propiciar la libertad de la sociedad del conocimiento -que no solo del entretenimiento-, son solo algunos de los retos más acuciantes a los que se enfrenta nuestra sociedad en un tiempo en el que se mezclan con aparente contradicción los efectos perversos de la crisis económica con una revolución tecnológica que parece imparable y de consecuencias en buena parte imponderables.
No solo debemos subrayar la necesidad de un compromiso político que reconvierta nuestro modelo productivo a la luz de las nuevas tecnologías, sino también pensar en un nuevo humanismo que no reproduzca en la red los mismos errores que alimentaron nuestras relaciones sociales en la era posindustrial.
Ramón Besonías Román
El acceso universal a los contenidos en la red puede crear esa sensación de que no es necesario guardar conocimientos o hechos en nuestra memoria, ya que lo tenemos allí siempre a nuestra disposición. Sin embargo, el ser humano que aspire al conocimiento debe crear, edificar, construir, levantar, su propio mundo personal, sus personal cosmovisión, fomentar sus intuiciones. La red puede ser un aliado importante, pero uno ha de tener en sí mismo esa cosmovisión en la que se dan cita lo que sabemos de nosotros, de la historia, de nuestras vivencias y experiencias, nuestras lecturas, nuestras conversaciones…
ResponderEliminarSi no poseemos un núcleo personal de conocimiento, difícilmente la red, con su caos, puede llegar a crear una sensación de orden intelectual. Como bien dices, hay demasiadas golosinas que nos tientan por su aspecto.
No sé cómo se podría desde la escuela enseñar a utilizar la red. Tengo la impresión de que nuestros alumnos raramente escuchan, tan ocupada tienen su atención en miríadas de distracciones discontinuas y fragmentadas.
El conocimiento se escinde, se rompe, pierde su sentido de unidad y se hace fragmentario, sintético, pragmático, instantáneo, superficial, efímero, inestable, voluble...