Historia de un maltrato




El padre azota a su hijo.
El hijo mira perplejo hacia su padre.
El padre abraza a su hijo.


El padre azota de nuevo a su hijo.
El hijo asiente, resignado.
El padre abraza una vez más a su hijo.


La escena se repite una y otra vez.


El hijo cree merecer su destino.
Papá me quiere -se dice-, me toma entre sus brazos.
Si me pega es que algo habré hecho.
Nada puede ir mal junto a papá.


He aquí la lógica perversa del ciclo de la crisis. El Estado aprieta, pero no ahoga; dosifica las píldoras de sufrimiento, equilibra la capacidad de resistencia del ciudadano. Administra recortes en fases programadas. Ahora toca ajustar las leyes laborales, mañana las subvenciones, hoy la sanidad. Nunca de golpe, no conviene hacer creer que quien adopta el recorte es responsable de sus actos. No; la coyuntura, los mercados, los ciclos económicos, el destino -quién sabe- mueve los hilos de la Historia. 

La racionalización de los tiempos es esencial para que el resultado final tenga éxito. Mantendremos al ciudadano siempre alerta, pendiente de su renta. Le administraremos un plan de adelgazamiento intenso. De vez en cuando, aliviaremos su ansiedad con algún reclamo; una cortina de humo aquí, un placebo allá. El agua nunca debe tocar la barbilla, pero sí amenazarla. La resiliencia social debe mantenerse en un índice sostenible, entre la esperanza y la zozobra. Si se pasa de esperanza, el miedo no tendrá efecto. Si se pasa con la dosis de pesimismo, la ciudadanía no tendrá nada que perder y no escuchará al Estado cuando este venga a su auxilio.

La coda de esta tragicomedia consistirá en elevar el pico de sufrimiento, someterlo a su cenit para después aliviarlo. Solo entonces el Estado representará con credibilidad el papel salvífico. Reducirá un grado la agonía; al día siguiente, dos. Ni deprisa ni despacio, a un ritmo que haga creer al ciudadano que sus desventuras no son mortales, que su suerte puede cambiar.

Para entonces el Estado dejará de ser el temible azote de la sociedad civil y se convertirá en amado padre de la patria desvalida.

El miedo y el alivio son poderosas herramientas. Quien teme no piensa, no pondera sus decisiones. Actúa guiado por la búsqueda de alivio a sus pesares. Por esta razón, el Estado debe representar el doble papel de poli malo y poli bueno; debe desdoblarse, atemorizar y a la vez aplicar medicinas narcóticas. Solo de esta forma podrá tener asegurado el cariño del pueblo, su gratitud y su docilidad a partes iguales.

Que no funciona la estrategia. Pues reseteamos el sistema, es decir, inventamos una guerra con la que restituir el equilibrio global.

Ramón Besonías Román

1 comentario:

  1. Ya no entiendo nada, no entiendo nada acerca de la economía mundial ni de la economía española. No sé qué leyes nos determinan. No sé que esquemas nos definen. Sólo sé que pobre del que no tenga un abrigo donde guarecerse. No sé si la cuestión estriba en las economías emergentes que producen por diez veces menos coste. No sé si el problema es que el estado del bienestar debe ser sometido a revisión, como está siendo. Sólo sé que el el que no tiene paraguas protector se va a pique con padre bueno o padre malo. Tu enfoque es muy didáctico y refleja el componente sadomasoquista de la crisis. En el fondo el dolor tiene su qué.

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