En teoría, nadie duda de que un sindicato debiera ser una organización ciudadana independiente de las formaciones políticas. En la práctica, no es así; de hecho, existe un maridaje complejo y sinuoso entre sindicatos y partidos de izquierda, que erosiona gravemente la necesaria separación entre ambos estamentos. Cuando esta no injerencia se aplica a las políticas conservadoras, se entiende por lógica, en contenido y forma, que exista un abismo comunicativo entre ambos. Sin embargo, cuando hablamos de la izquierda, la cosa cambia. La frontera se vuelve fina y a menudo se justifica, por estrategia o afinidad ideológica, el hermanamiento vindicativo entre sindicatos y partidos.
Pero volvamos a aquello que nos demanda el sentido común. Los partidos políticos de izquierda deben ceñirse -por respeto al juego democrático y, en especial, al derecho que posee todo ciudadano de secundar movilizaciones sindicales ajenas al trasunto político- a las responsabilidades, derechos y deberes, propios de su naturaleza. Influyendo en la vida sindical vulneran la necesaria independencia que estas organizaciones deben poseer, si realmente quieren defender los intereses del ciudadano; de lo contrario, corren el peligro de convertirse en meras cobayas de ensayo, instrumentos al servicio de intereses políticos.
El discurso mediático que ha rodeado a la huelga del 29-M pone de manifiesto el intrusismo explícito que el PSOE está ejerciendo sobre el contenido y las formas que animan esta llamada al paro. De hecho, podemos decir sin equivocarnos que esta huelga no es la huelga del conjunto de la ciudadanía; no existe seguridad de que en estos momentos se estén defendiendo intereses ajenos a la hoja de ruta del PSOE. Los socialistas, debido la ausencia de respaldo institucional y económico, aprovechamos esta huelga para rearmar ideológicamente a los ciudadanos y atraer ascuas a nuestra lumbre. Pero con esto conseguimos el efecto contrario al que esperamos. La ciudadanía lleva décadas demandando un movimiento sindical independiente, desligado del catecismo político y centrado en los intereses reales de la calle. No en vano, en los últimos diez años hemos asistido a un brote singular de la filiación a sindicatos de bajo espectro, más ligados a demandas particulares que generalistas y mucho más desafectados por los vaivenes políticos que los sindicatos tradicionales.
Se hace necesario recuperar el crédito que las organizaciones sindicales tuvieron en el pasado. La legitimidad popular de los sindicatos procedía de la capacidad de hacer patentes en las mesas sectoriales y los acuerdos con el Ejecutivo las demandas más directas de la ciudadanía. Y no olvidemos que este éxito tenía lugar en el contexto de una España excesivamente polarizada por su pasado preconstitucional. Hoy la ciudadanía va poco a poco desintoxicándose de este maniqueísmo político, desideologizando su voto y demandando de sus políticos acciones más pragmáticas, que garanticen el bienestar conseguido. De ahí que los partidos de izquierda debamos responder con honestidad y eficacia a los nuevos requerimientos del pueblo, evitando la actual pirotecnia discursiva, cargada de hipérboles y falacias, con la que esperamos ganarnos el amor del electorado. La poética del pobre obrero, esclavizado por malvados empresarios, o el recurso al miedo atávico a una derecha maléfica, que sirve a los intereses del capital, es tan infantil como ineficaz. Los binomios dialécticos quizá convenzan a los ingenuos, pero nuestra democracia, por ventura, ya está superando su infancia y entrando poco a poco en una madurez poco complacida y más crítica con las instituciones que dicen representar su opinión y defender sus derechos.
La política económica de izquierdas no ha evolucionado al mismo ritmo que lo está haciendo la sociedad española. Si bien en materia social y cultural, la izquierda ha sido promotora del garantismo de derechos, no podemos decir lo mismo en los asuntos que tienen que ver con la innovación empresarial, la eficacia laboral y la creación de empleo. Y esto se debe en parte a la pervivencia de un esquema mental aún heredero de una estructura socioeconómica previa a la revolución tecnológica, anclada en los viejos estereotipos del socialismo primigenio. Es cierto que las desigualdades persisten, pero lo hacen en un ecosistema muy diferente al que caracterizaba a la sociedad industrial. El viejo concepto de clase social es incapaz de representar la complejidad de la nueva sociedad española. Necesariamente, la izquierda debe reformular sus argumentos, adaptar sus valores a las nuevas demandas sociales.
En este sentido, el socialismo español es aún muy dependiente del maniqueísmo que caracteriza al discurso sindical, y en tiempos de huelga se refugia al abrigo de la flama vindicativa para atraer a un electorado cada vez más vacunado contra este catecismo. Hoy por hoy, esta reformulación ideológica solo es posible a través de impregnación de nuevas ideas, de la escucha a las nuevas generaciones, de la escritura de un nuevo lenguaje socialista. Para ello, los viejos barones deben ceder su sillón y retirarse al papel de meros asesores, dejando que nuevos discursos vertebren la acción política. Pero esto solo es la teoría. En la práctica, el PSOE se ha comportado ante la debacle electoral como la Iglesia Católica en Trento: vuelva a la misa en latín, es decir, una regresión al socialismo fundacional en busca de la fuente de la eterna juventud. Esperemos que esta transmigración obedezca a la sabia estrategia de caminar hacia atrás para coger carrerilla y no a elaboración de un remake nostálgico.
Ramón Besonías Román
Para que veáis la instrumentalización que está haciendo el PSOE de la huelga, esta misma noche he recibido, en calidad de militante, del Secretario de Organización de mi Agrupación Local una misiva en la que se me insta no solo a participar activamente en la jornada de huelga -petición del todo lógica-, sino que también me informa de los sitios y las horas de quedada de los piquetes informativos, animándome a que me adhiera a ellos.
ResponderEliminarTe leo siempre pero tengo la impresión de que tus reflexiones son más de carácter interno del partido que abiertas a los que poco podemos aportar que ya no hayamos dicho en algún torpe comentario. Te leo con interés y creciente desconcierto en tu apuesta personal por un partido diferente. Sorprendente. Un cordial saludo.
ResponderEliminarTienes razón, Joselu. En los últimos meses mis reflexiones políticas tienen un referente irremediablemente personal. Me afilié al PSOE de Badajoz tras el pasado verano, con la convicción de no ceder al desconsuelo ni a principios éticos que en ocasiones habré traslucido en mis artículos. Estaba harto, como ciudadano, de ver los toros desde la barrera; era necesario implicarse, no criticar si conocimiento de causa. Y en estas estamos. Soy, te lo confieso, un ciudadano perplejo, con un optimismo en constante alerta. Gracias por tu empatía, Joselu.
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