El tiempo nos ayuda a hacer balance, repaso calmado (o no) de las contingencias del pasado. Cuando observo estas dos vallas electorales de 2004, el presente deviene en esperpento, siento un cierto mareo. Antaño PSOE y PP remataban su eslogan con adverbios superlativos; hoy su optimismo se prestaría a chanza o indignación. Nada parece ir a mejor, nada parece ser más que ayer. El desconcierto y la incertidumbre tiñen nuestra voluntad. Los mercados se cubren las espaldas, las cuentas corrientes se congelan, a la espera de tiempos mejores, y la clase política pide austeridad y paciencia. Comienza a instalarse en la calle un rebrote del adagio punk no future. La esperanza declina en futuro imperfecto.
Ningún eslogan podría convencer a estas alturas. Sería menos ingrato, más honesto, que los partidos evitaran empapelar las calles de carteles, vallas y estandartes autocomplacientes, demandando la caridad del voto. Resulta más coherente plegarnos a un período de reflexión, a un impasse extendido; dejar que el silencio mande una señal de esperanza, un hueco de luz entre tanta palabrería. En tiempos de desolación, el alma debe refugiarse en su soledad y aguantar el temporal con firmeza. Las palabras mayúsculas lanzadas desde la cátedra del mitin se tornan en mero ruido de fondo, polución sonora en los oídos saturados de la ciudadanía. Callemos y escuchemos, dejemos el aplauso y la pirotecnia para fiestas futuras, si las hubiera.
El ciudadano no merece ser bombardeado por una campaña, ni siquiera discreta. Los tiempos de crisis convierten al político en aquel que, pese a saberse causa y parte del dolor ajeno, insiste en presentarse como medicina. El 20-N requiere un acto sincero de contrición que el soberano no va a obtener de sus representantes. Pero por lo menos evítennos, señores candidatos, esta grotesca bufonada, y dejen al respetable tranquilo, que jodido ya está.
Las circunstancias piden silencio y reflexión; más escucha que soflama, menos dialéctica y más autocrítica. Vender elixires en tiempos de crisis es un acto explícito de necedad política. La ciudadanía reclama humildad a sus representantes, virtud inusual dentro de este gremio. Nadie explicó a la ciudadanía: la economía va mal, somos parte del problema, hemos cometido errores, aunque no todos sean nuestros; pero hemos aprendido de ellos y queremos enmendarlos. Por su parte, el PP, cuando la crisis era una realidad irrefutable, no quiso crear un gobierno de unidad nacional; por el contrario, se replegó en una dialéctica hostil contra el ejecutivo, impidiendo acuerdos en asuntos de vital importancia, como la educación, la sanidad o las prestaciones sociales. Importaba más el acceso a la Moncloa que la cohesión social y llevar a los mercados un mensaje de certidumbre.
Señores candidatos, ni más ni mejor.
Ramón Besonías Román
Buena reflexión que comparto totlamente.
ResponderEliminarAG
El electorado quiere -anhela- que alguien le engañe, que alguien sea capaz de sacarle de la apatía y lograr llevarle a votar. Por esos los eslóganes que, vistos en perspectiva, son realmente patéticos. Pobre Zapatero que tan buenas intenciones tenía basándose en la flor que parecía tener en el culo. La realidad le ha puesto en un lugar nada honroso, y, en algunos sentidos, nos ha puesto en mayores problemas que los que teníamos. Cataluña, por ejemplo.
ResponderEliminarEl electorado quiere mentiras. Acabo de ver los carteles de CIU en la calle y son todo menos humildes y modestos. Apelan a los grandes sentimientos: Más para Catalunya, con banderas y encuadres propios del realismo socialista. Supongo que tendrán sus asesores de imagen y estos creerán saber cuáles son las apetencias del público.
Dime que me quieres aunque sea mentira, decía a Johniy Guitar la mujer que estaba enamorada de él.
Me temo que queremos que nos engañen. Pero no es fácil ya.