En épocas de crisis, un ejecutivo solo puede conseguir el crédito y la empatía de su electorado siendo firme y audaz, decidido y valiente, claro y resolutivo. Las medias tintas marean al soberano. Un barco sometido a la tormenta debe poseer un timonel fuerte e incisivo en su tarea de redirigir la nave a buen puerto. No puede notársele que zozobra y tiembla ante los elementos. Este liderazgo hoy por hoy no existe en España. No tenemos capitán que mire a los ojos a la ciudadanía y nos explique claro lo que sucede y qué va a hacer para mejorarlo. La determinación es fácil mientras el clima nos es propicio; lo difícil es tomar las riendas cuando las circunstancias lo demandan. El pueblo no es tonto y se da cuenta enseguida de que el miedo a perder votos, la tendencia a contentar a todos, la falta de consenso parlamentario en asuntos vitales, es una constante habitual en estos tiempos de zozobra económica. De lo que no acaban de darse cuenta los políticos es que los ciudadanos preferimos que una autoridad firme presida el ejecutivo a tener que aguantar timoratos y salvapatrias. Al dirigente no pueden temblarle las manos, debe ejecutar con convicción y seguridad sus decisiones; debemos saber que estamos a salvo, bajo la batuta de un director de orquesta que sabe lo que se hace y que, en caso de equivocarse, rectifica en la dirección correcta.
El ejecutivo ha cometido graves fallos de maniobra, casi siempre basados en el miedo a equivocarse o a perder el amor de los grupos de presión. Su política económica no se dirigió desde un comienzo hacia una estrategia definida. La indeterminación de que le acusa la oposición tiene algo de verdad. Los progresistas han sido valientes en decisiones relacionadas con asuntos sociales que requerían una reforma urgente, pero han suspendido en economía, traicionando su credo socialdemócrata en numerosas ocasiones. Esta sensación de incoherencia ha obligado a Rubalcaba a recuperar el discurso primigenio socialdemócrata, a fin de ganarse el amor del electorado progresista molesto con la gestión de Zapatero. Felipe González lo ha dejado bien claro: la solución es más socialdemocracia y menos marear la perdiz. Sin embargo, no seamos ingenuos; articular una estrategia socialdemócrata en esta Europa conservadora va a ser difícil.
El modelo económico europeo, auspiciado por el dúo Merkel-Sarkozy, ha dejado bien claro que prefiere centrarse en el control del déficit a insuflar de capital las economías debilitadas (modelo adoptado por Obama), a fin de mover el consumo y recuperar la confianza de las empresas. Europa bascula hacia una homogeneización de su estrategia económica, basada en tesis profundamente neoliberales. Si el ejecutivo español quiere reforzar su discurso socialdemócrata, deberá hacerse oír con firmeza y convicción ante a sus socios europeos. De aquí a un año, muchos de los gobiernos europeos que hasta ahora eran de corte liberal pueden virar hacia el triunfo socialdemócrata y conseguir que la báscula ideológica europeo se incline un poco más hacia la izquierda. Estamos pendientes de si el 20-N la ciudadanía prefiere seguir confiando en la propuesta socialista o probar las promesas escatológicas de los conservadores. En cualquier caso, el soberano lo tenemos difícil; nos movemos entre el perro ladrador y (son palabras de Felipe González) aquellos que nadan de muertito, esperando que la crisis les regale una plaza en la Moncloa. Rubalcaba, además de cercano, jovial y reformista, va a tener que demostrar empaque y firmeza ante su electorado. Solo así podrá el soberano estar seguro de que se juega las cartas a una buena mano.
El ejecutivo ha cometido graves fallos de maniobra, casi siempre basados en el miedo a equivocarse o a perder el amor de los grupos de presión. Su política económica no se dirigió desde un comienzo hacia una estrategia definida. La indeterminación de que le acusa la oposición tiene algo de verdad. Los progresistas han sido valientes en decisiones relacionadas con asuntos sociales que requerían una reforma urgente, pero han suspendido en economía, traicionando su credo socialdemócrata en numerosas ocasiones. Esta sensación de incoherencia ha obligado a Rubalcaba a recuperar el discurso primigenio socialdemócrata, a fin de ganarse el amor del electorado progresista molesto con la gestión de Zapatero. Felipe González lo ha dejado bien claro: la solución es más socialdemocracia y menos marear la perdiz. Sin embargo, no seamos ingenuos; articular una estrategia socialdemócrata en esta Europa conservadora va a ser difícil.
El modelo económico europeo, auspiciado por el dúo Merkel-Sarkozy, ha dejado bien claro que prefiere centrarse en el control del déficit a insuflar de capital las economías debilitadas (modelo adoptado por Obama), a fin de mover el consumo y recuperar la confianza de las empresas. Europa bascula hacia una homogeneización de su estrategia económica, basada en tesis profundamente neoliberales. Si el ejecutivo español quiere reforzar su discurso socialdemócrata, deberá hacerse oír con firmeza y convicción ante a sus socios europeos. De aquí a un año, muchos de los gobiernos europeos que hasta ahora eran de corte liberal pueden virar hacia el triunfo socialdemócrata y conseguir que la báscula ideológica europeo se incline un poco más hacia la izquierda. Estamos pendientes de si el 20-N la ciudadanía prefiere seguir confiando en la propuesta socialista o probar las promesas escatológicas de los conservadores. En cualquier caso, el soberano lo tenemos difícil; nos movemos entre el perro ladrador y (son palabras de Felipe González) aquellos que nadan de muertito, esperando que la crisis les regale una plaza en la Moncloa. Rubalcaba, además de cercano, jovial y reformista, va a tener que demostrar empaque y firmeza ante su electorado. Solo así podrá el soberano estar seguro de que se juega las cartas a una buena mano.
Ramón Besonías Román
Más mareados (aturdidos, confundidos, asustados) que la propia perdiz están los propios dirigentes, tratando de improvisar un dique de contención contra la insaciable voracidad de los mercados (capitalismo salvaje en estado puro), un auténtico tsunami que arrasa cuanta medida se adopta a su paso. Claro, pero es que un dique no se construye a base de sacos terreros obtenidos de la demolición precipitada del estado del bienestar: una voladura descontrolada. La perdiz así mareada quedará lista para ser cocinada en la cazuela de los especuladores. A Rubalcaba no le va a dar tiempo ni a abastecerse de nuevos materiales de construcción. A los socialdemócratas españoles les espera una más o menos larga travesía del desierto. Y lo peor es que la arena sola es una deleznable materia prima para la construcción. Veremos cuándo se atisbará un nuevo cambio de ciclo.
ResponderEliminarSaludos, Ramón.