Desde un punto de vista político, la religión ha sido utilizada como ingrediente esencial para la cohesión social, especialmente en aquellos países de tradición católica, como es el caso de España. En nuestro período franquista, preconstitucional, la Iglesia Católica estaba ligada directamente con la moral imperante y el aparato legal y cultural del régimen. Con el advenimiento de la democracia, esta conexión se fue diluyendo, en favor de un modelo no confesional de Estado y de la defensa de la libertad religiosa. Instituciones tradicionales como el ejército o la educación se han ido desligando de su influencia religiosa, para configurar un espacio público plural en donde convivan sin injerencias ni coacciones diferentes credos y opiniones, al servicio de la convivencia. Pese a que la educación católica sigue estando presente en la escuela pública, de manera opcional y voluntaria, el sistema educativo público se concibe como un espacio de aprendizaje, reflexión y diálogo ciudadanos, que aporte una sana socialización para insertarse con responsabilidad, respeto y espíritu crítico en el mundo adulto.
No se puede obviar la religiosidad como un elemento de nuestra cultura, pero tampoco convertir la educación religiosa en una catequesis. No es misión de la escuela predicar credos particulares, sino educar en valores colectivos que permitan a los menores integrarse en el mundo. La catequesis y el apostolado son patrimonio privado de la Iglesia y deben ofrecerse en espacios particulares (parroquias). Sin embargo, es importante dar a conocer a nuestros alumnos la religión como parte de nuestra cultura y enseñar a valorar y respetar las diferentes creencias. Sería un error aislar la educación pública del conocimiento de las religiones; esto solo conduce a un integrismo laicista y a una ignorancia autista. Educar sin escuchar a todas las voces y sin establecer un diálogo con ellas no ayuda en nada a fortalecer la convivencia. Al contrario, genera división social y posicionamientos extremos. La educación religiosa en la enseñanza pública no debe ser una catequesis, pero tampoco puede desaparecer. Debe integrarse en el modelo educativo de forma equilibrada y transconfesional, tomada exclusivamente desde un punto de vista cultural, propiciando el diálogo respetuoso y la confrontación de ideas.
Cabe defender un modelo de educación religiosa en la escuela pública plausible y respetuoso con la Constitución. Implicaría mantener la enseñanza religiosa dentro del currículo, como un área más, pero diversificando los contenidos más allá de la adquisición de conocimientos sobre religión católica. Los alumnos estudiarían el hecho religioso y la historia de las religiones; el objetivo sería dar a conocerlas como parte de nuestro patrimonio cultural y aprender a valorarlas y respetarlas como códigos morales legítimos. Sería sano que dentro de la escuela se estableciera un diálogo multiconfesional que enriqueciera visiones sesgadas y dogmáticas del hecho religioso. Este modelo implicaría igualmente desligar la enseñanza religiosa de los obispados, siendo las Consejerías competentes quienes a través de los cauces legales de oposición gestionen y paguen a los profesores titulados. De esta forma, mantendríamos la enseñanza religiosa, pero desligada del control particular de cada iglesia. El Ministerio de Educación y las Consejerías se encargarían de establecer los contenidos mínimos del área y de habilitar profesionales para impartirla.
Tanto el modelo actual de educación religiosa, como otras alternativas virulentas -por citar algunas, hacer desaparecer la religión de la enseñanza o habilitar horarios de tarde para impartirla- no hacen sino convertir la religión en un gueto que discrimina a la ciudadanía entre los que son creyentes y los que no, en vez de propiciar un diálogo sereno y constructivo dentro de los mismos centros educativos. La religión debería convertirse en una ocasión para generar cohesión social más que multiplicar las divergencias. Para ello todos deben ceder parte de sus intereses; la Iglesia Católica perdería la primacía y control pedagógico sobre los planes de estudios religiosos, en favor de un modelo multiconfesional gestionado por las instituciones educativas públicas, y el Estado se comprometería, por su parte, a proteger la enseñanza religiosa en la escuela pública con un plan de estudios respetuoso con la diversidad cultural española, integrando el conocimiento y diálogo con otras religiones.
No se puede obviar la religiosidad como un elemento de nuestra cultura, pero tampoco convertir la educación religiosa en una catequesis. No es misión de la escuela predicar credos particulares, sino educar en valores colectivos que permitan a los menores integrarse en el mundo. La catequesis y el apostolado son patrimonio privado de la Iglesia y deben ofrecerse en espacios particulares (parroquias). Sin embargo, es importante dar a conocer a nuestros alumnos la religión como parte de nuestra cultura y enseñar a valorar y respetar las diferentes creencias. Sería un error aislar la educación pública del conocimiento de las religiones; esto solo conduce a un integrismo laicista y a una ignorancia autista. Educar sin escuchar a todas las voces y sin establecer un diálogo con ellas no ayuda en nada a fortalecer la convivencia. Al contrario, genera división social y posicionamientos extremos. La educación religiosa en la enseñanza pública no debe ser una catequesis, pero tampoco puede desaparecer. Debe integrarse en el modelo educativo de forma equilibrada y transconfesional, tomada exclusivamente desde un punto de vista cultural, propiciando el diálogo respetuoso y la confrontación de ideas.
Cabe defender un modelo de educación religiosa en la escuela pública plausible y respetuoso con la Constitución. Implicaría mantener la enseñanza religiosa dentro del currículo, como un área más, pero diversificando los contenidos más allá de la adquisición de conocimientos sobre religión católica. Los alumnos estudiarían el hecho religioso y la historia de las religiones; el objetivo sería dar a conocerlas como parte de nuestro patrimonio cultural y aprender a valorarlas y respetarlas como códigos morales legítimos. Sería sano que dentro de la escuela se estableciera un diálogo multiconfesional que enriqueciera visiones sesgadas y dogmáticas del hecho religioso. Este modelo implicaría igualmente desligar la enseñanza religiosa de los obispados, siendo las Consejerías competentes quienes a través de los cauces legales de oposición gestionen y paguen a los profesores titulados. De esta forma, mantendríamos la enseñanza religiosa, pero desligada del control particular de cada iglesia. El Ministerio de Educación y las Consejerías se encargarían de establecer los contenidos mínimos del área y de habilitar profesionales para impartirla.
Tanto el modelo actual de educación religiosa, como otras alternativas virulentas -por citar algunas, hacer desaparecer la religión de la enseñanza o habilitar horarios de tarde para impartirla- no hacen sino convertir la religión en un gueto que discrimina a la ciudadanía entre los que son creyentes y los que no, en vez de propiciar un diálogo sereno y constructivo dentro de los mismos centros educativos. La religión debería convertirse en una ocasión para generar cohesión social más que multiplicar las divergencias. Para ello todos deben ceder parte de sus intereses; la Iglesia Católica perdería la primacía y control pedagógico sobre los planes de estudios religiosos, en favor de un modelo multiconfesional gestionado por las instituciones educativas públicas, y el Estado se comprometería, por su parte, a proteger la enseñanza religiosa en la escuela pública con un plan de estudios respetuoso con la diversidad cultural española, integrando el conocimiento y diálogo con otras religiones.
Ramón Besonías Román
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