Después de ver la película Capitán América, uno se pregunta por qué a España nunca le ha dado por inventar un héroe a imagen y semejanza de su idiosincrasia cultural. Los americanos están servidos; tienen a las factorías Marvel y DC para abastecerles de autoestima nacional. Nosotros, los españoles, quizá no necesitemos de ese placebo, o puede que carezcamos de autoestima. El caso es que no tenemos héroes. Ni falta que nos hacen. Ya tuvimos nuestra ración de santos y vírgenes, a Roberto Alcázar y Pedrín y al mismísimo Franco como paladín de la patria, azote de contubernios judeomasónicos y ateísmos. Es natural que a mínimo que nos presenten a un tipejo embutido en un traje de licra, declamando soflamas salvíficas, nos entre la urticaria.
Estados Unidos es un país joven, no se encuentra aún ni en la pubertad de su historia. Además, nació a partir de un proceso de independencia; es un país hecho a sí mismo, construido a modo de ficción colectiva. No es extraño que, a falta de un período monárquico, haya sustituido su construcción como Estado a partir de una voluntad de imperio, de una convicción social de estar destinado para una empresa moral superior: salvar al mundo de la esclavitud política y económica. Europa, por el contrario, está a vueltas de todo esa historia. Conoce suficientemente bien a dónde conducen los errores y excesos del pasado. Dar alas a héroes disfrazados de salvapatrias es lo que precisamente nos ha hecho beber la hiel de la guerra.
Por esta razón, a los españoles nos hacen más gracia los antihéroes o los héroes sin gasolina ni instrucciones, patosos y desgarbados, al estilo de un personaje de comedia española setentera, prototipo landista. Pese a nuestra querencia por el cine made in USA, los españoles poseemos más la idiosincrasia de Superlópez -el hermano bastardo de Superman, zangolotino y bigotudo, creado en 1973 por el dibujante Juan López Fernández- que de Batman, Spiderman o X-Men, superhéroes empaquetados en una estética sin mácula. Nos agrada ver cómo el héroe se transmuta en humano, sometido a las divertidas contingencias del slapstick. Lo de salvar el planeta se lo dejamos a los americanos. Después de todo, cuando un extraterrestre o la malvada antítesis del héroe decide bajar a la Tierra, no lo hace en Madrid, Huesca o Badajoz, no; siempre cae en Estados Unidos. Por algo será.
Estados Unidos es un país joven, no se encuentra aún ni en la pubertad de su historia. Además, nació a partir de un proceso de independencia; es un país hecho a sí mismo, construido a modo de ficción colectiva. No es extraño que, a falta de un período monárquico, haya sustituido su construcción como Estado a partir de una voluntad de imperio, de una convicción social de estar destinado para una empresa moral superior: salvar al mundo de la esclavitud política y económica. Europa, por el contrario, está a vueltas de todo esa historia. Conoce suficientemente bien a dónde conducen los errores y excesos del pasado. Dar alas a héroes disfrazados de salvapatrias es lo que precisamente nos ha hecho beber la hiel de la guerra.
Por esta razón, a los españoles nos hacen más gracia los antihéroes o los héroes sin gasolina ni instrucciones, patosos y desgarbados, al estilo de un personaje de comedia española setentera, prototipo landista. Pese a nuestra querencia por el cine made in USA, los españoles poseemos más la idiosincrasia de Superlópez -el hermano bastardo de Superman, zangolotino y bigotudo, creado en 1973 por el dibujante Juan López Fernández- que de Batman, Spiderman o X-Men, superhéroes empaquetados en una estética sin mácula. Nos agrada ver cómo el héroe se transmuta en humano, sometido a las divertidas contingencias del slapstick. Lo de salvar el planeta se lo dejamos a los americanos. Después de todo, cuando un extraterrestre o la malvada antítesis del héroe decide bajar a la Tierra, no lo hace en Madrid, Huesca o Badajoz, no; siempre cae en Estados Unidos. Por algo será.
Ramón Besonías Román
Nosotros, los latinos, preferimos que nos proteja el Chapulín Colorado, que es torpe y debilucho pero su escudo es un corazón.
ResponderEliminarY a falta de héroes, nos sobran los santitos milagreros que, generalmente, fueron en vida médicos rurales, madres abnegadas y hasta gauchos desertores.