No, no se trata de una reunión clandestina de mafiosos o ladrones de banco. Tampoco estamos ante un ensayo de una película de Tarantino, aunque lo parezca. La instantánea muestra al primer ministro británico David Cameron en lo que se supone (los focos y el artesonado nos hacen sospechar el montaje de una escena improvisada) que son los bajos del supermercado Lidl saqueado días atrás en Salford. También suponemos por la composición de la fotografía que está informándose de primera mano acerca del suceso y los daños que ha provocado.
La imagen posee una doble lectura. Por un lado, se atiene a la corrección política, mostrando el enconado esfuerzo de Cameron por solucionar la crisis de violencia callejera que golpea al país. La elección del lugar de reunión no es aleatoria; subraya la inmediatez y la celeridad del primer ministro a la hora de atajar el problema. Cameron está allí donde le necesita su país, solucionando los problemas sobre el terreno, dialogando con los técnicos, solidarizándose con las víctimas. Fotografías como ésta pretenden a priori mejorar la imagen deteriorada de Cameron, muy criticado por la gestión de los altercados de Londres. La propia policía se ensaña con él, acusándolo de caer en el populismo, trayendo a Scotland Yard a un policía neoyorquino para dar lecciones a los suyos sobre cómo atajar el problema.
Si observamos la toma sin contextualizarla ni prestar atención a la identidad de los personajes, adquiere una connotación bien diferente. Entonces sí podríamos pensar que estamos ante un rodaje cinematográfico. Cinco hombres de negro, iluminados por la luz lateral de unos improvisados focos, maquinan en un sótano su plan maquiavélico. Si el grupo halógeno se hubiese escapado del encuadre, la instantánea hubiera subrayado aún más su potencial de escena noir. Bajo este prisma, el primer ministro se dibuja no como el gobernante diligente y eficaz, sino como un capo, un instigador de planes maliciosos, que oculta a su ciudadanía a mayor gloria de su cargo.
Una imagen contiene más de una lectura. Según se mire, según la información de la que disponga el que la observa, según la actualidad del hecho que describe, según las características técnicas de la fotografía, su encuadre, su luz, la composición de sus elementos, el formato,... así el espectador atento puede realizar su propia reconstrucción de los hechos. Por esta razón, el periodismo político suele elegir no al azar la toma que aparecerá en portada; es necesario jugar con la ambivalencia hermenéutica de la fotografía, que por un lado muestre lo que describe el pie de foto o el titular, y por otro lleve de la mano al espectador hacia una lectura previamente orquestada por el periódico, en función de sus intereses corporativos. Aún así, algunas imágenes se escapan a este conductismo tendencioso, sugiriendo inesperadas lecturas que cualquier observador paciente puede extraer a libre albedrío. Incluso con el paso del tiempo, una fotografía adquiere nuevas connotaciones, menos contaminadas por los intereses y presiones del momento en el que fue tomada. Algo así nos sucede cuando vemos una foto familiar recién tomada y años después volvemos a observarla con nuevos ojos. La lectura del pasado muta, tornándose más condescendiente o bien más cruel, quién sabe. El arte nos obliga a reconocer el carácter mutante de la realidad, su maleabilidad y diversidad semántica. El arte nos debiera hacer más tolerantes, menos intransigentes con nuestro catálogo de ideas, costumbres y hábitos arraigados.
La imagen posee una doble lectura. Por un lado, se atiene a la corrección política, mostrando el enconado esfuerzo de Cameron por solucionar la crisis de violencia callejera que golpea al país. La elección del lugar de reunión no es aleatoria; subraya la inmediatez y la celeridad del primer ministro a la hora de atajar el problema. Cameron está allí donde le necesita su país, solucionando los problemas sobre el terreno, dialogando con los técnicos, solidarizándose con las víctimas. Fotografías como ésta pretenden a priori mejorar la imagen deteriorada de Cameron, muy criticado por la gestión de los altercados de Londres. La propia policía se ensaña con él, acusándolo de caer en el populismo, trayendo a Scotland Yard a un policía neoyorquino para dar lecciones a los suyos sobre cómo atajar el problema.
Si observamos la toma sin contextualizarla ni prestar atención a la identidad de los personajes, adquiere una connotación bien diferente. Entonces sí podríamos pensar que estamos ante un rodaje cinematográfico. Cinco hombres de negro, iluminados por la luz lateral de unos improvisados focos, maquinan en un sótano su plan maquiavélico. Si el grupo halógeno se hubiese escapado del encuadre, la instantánea hubiera subrayado aún más su potencial de escena noir. Bajo este prisma, el primer ministro se dibuja no como el gobernante diligente y eficaz, sino como un capo, un instigador de planes maliciosos, que oculta a su ciudadanía a mayor gloria de su cargo.
Una imagen contiene más de una lectura. Según se mire, según la información de la que disponga el que la observa, según la actualidad del hecho que describe, según las características técnicas de la fotografía, su encuadre, su luz, la composición de sus elementos, el formato,... así el espectador atento puede realizar su propia reconstrucción de los hechos. Por esta razón, el periodismo político suele elegir no al azar la toma que aparecerá en portada; es necesario jugar con la ambivalencia hermenéutica de la fotografía, que por un lado muestre lo que describe el pie de foto o el titular, y por otro lleve de la mano al espectador hacia una lectura previamente orquestada por el periódico, en función de sus intereses corporativos. Aún así, algunas imágenes se escapan a este conductismo tendencioso, sugiriendo inesperadas lecturas que cualquier observador paciente puede extraer a libre albedrío. Incluso con el paso del tiempo, una fotografía adquiere nuevas connotaciones, menos contaminadas por los intereses y presiones del momento en el que fue tomada. Algo así nos sucede cuando vemos una foto familiar recién tomada y años después volvemos a observarla con nuevos ojos. La lectura del pasado muta, tornándose más condescendiente o bien más cruel, quién sabe. El arte nos obliga a reconocer el carácter mutante de la realidad, su maleabilidad y diversidad semántica. El arte nos debiera hacer más tolerantes, menos intransigentes con nuestro catálogo de ideas, costumbres y hábitos arraigados.
Ramón Besonías Román
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