Quienes juegan al ajedrez, sabrán que existen tres etapas oficiales que vertebran toda partida: apertura, medio juego y final. Entre los muchos tipos de apertura, la llamada apertura española es una de las más conocidas y de uso más extendido, pese a provocar con más facilidad que otras defensas la indeterminación del resultado final; al abrir los flancos del tablero para ambos colores, no queda claro hasta que termina la partida qué adversario logrará internarse con éxito hacia el rey, cantando el mate. Este objetivo lo conseguirá el jugador que mantenga vivo el mayor tiempo posible su alfil, protagonista absoluto de la estrategia. Blancas y negras lucharán a partes iguales por romper y mantener respectivamente el centro del tablero. La batalla la gana quien sea más astuto; las negras intentarán con pericia y prudencia desestabilizar el centro y las blancas crear una estrategia de defensa que lo mantenga protegido y les permita matar una vez deshecho el grueso del ejército. La apertura española es intensa y emocionante, tanto para el que la juega como para el espectador atento. Las negras atacarán sin compasión, jugando al desgaste y desequilibrio de las blancas; por su parte, las blancas deben establecer un plan de defensa lo suficientemente hábil y resistente como para aguantar el embate del oponente. Si aguanta, las negras están perdidas; si las negras logran debilitar el núcleo del adversario, las blancas pueden despedirse de la partida.
Como el paciente lector habrá intuido ya a estas alturas, si ha leído el título de este artículo, no es mi intención ilustrarle acerca de las virtudes del ajedrez y sus reglas, sino servirme de este apasionante juego como símil -casi una metáfora- del carácter lúdico y estratégico con el que se configura la campaña electoral hacia las primarias. Tanto Rajoy como Rubalcaba, por lo poco que vamos deduciendo por sus declaraciones y primeros pasos, parecen estar decididos al unísono a aceptar que la apertura española es la defensa más apropiada a las circunstancias. Rajoy -o las negras, por seguir la comparación ajedrecística- ha abierto sus flancos, atacando al centro neurálgico, es decir, cargando las piezas hacia los elementos sensibles del adversario. Así, ha aprovechado su posición privilegiada en las autonomías para despacharse a gusto sobre el supuesto estado cochambroso y paupérrimo que se ha encontrado al entrar en ellas. Deudas millonarias de Sanidad que amenazan con no poder pagar a las farmacias, dificultades para pagar las nóminas del funcionariado en Castilla La Mancha...
Rajoy lo tiene claro; una vez dentro de las entrañas del sistema, utilizará el discurso de la insostenibilidad de la deuda pública como alfil de ataque. De esta forma, la confianza de la ciudadanía hacia el actual ejecutivo se irá debilitando, asegurándose la ganancia de electores. Por supuesto, de aquí a marzo hará todo lo posible para que el ciudadano perciba que su gestión en ayuntamientos y autonomías no puede realizarse con suficiente eficacia si Zapatero persiste en mantenerse en el sillón presidencial, y que todo agravamiento de la situación no se debe a su mala gestión, sino a los pecados de su anterior inquilino. La estrategia de Rajoy aparenta incluir propuestas diferentes en materia económica a las que ha protagonizado el ejecutivo de Zapatero, pero solo se dibujan -una vez más- como mero contraataque, centrado en subrayar el desgaste socialista. Así, el miércoles 1 de junio lanzó un proyecto preliminar que se ciñe a lo que Rajoy denomina plan de austeridad. Hablando en cristiano: no tenemos ni idea de cómo se soluciona esto; lo mejor es decir que nos lo hemos encontrado fatal y que a menos que cambiemos de dueño de la hacienda, irá a peor. Rajoy juega a que su protagonismo en ayuntamientos y autonomías no basta para conseguir aminorar la crisis, a menos que él mismo ocupe la presidencia. Por cierto, Madrid -gobernado por el PP- es el ayuntamiento con más deuda del país.
Ya en su discurso inicial puede el ciudadano intuir que la política económica de Rajoy se orienta hacia un recorte sustancial de los servicios sociales, exceptuando la sanidad y las pensiones. Son palabras del candidato del PP: “Tendremos el Estado de bienestar que podamos permitirnos”. Los que tengan dinero para costeárselo, supongo. Es evidente que Rajoy quiere rellenar las arcas del Estado con dinero; esto -que yo sepa- solo se puede conseguir ahorrando. Pero, ¿de dónde? Acerca de cómo va a conseguir bajar el paro o avivar la creación de nuevos mercados, no ha dicho nada. ¿Estrategias de ajedrez o falta de creatividad? Ya veremos.
Esta estrategia ofensiva es previsible que fuera ya esperada por Rubalcaba y que, como buen jugador, tenga ya pensados posibles lances de defensa y contraataque. Esperemos que la partida sea corta y escueta en discursos. Mientras Rajoy y Rubalcaba juegan su partida, la ciudadanía espera y no parece que esté muy contenta. Será que con las cosas de comer no se juega.
Como el paciente lector habrá intuido ya a estas alturas, si ha leído el título de este artículo, no es mi intención ilustrarle acerca de las virtudes del ajedrez y sus reglas, sino servirme de este apasionante juego como símil -casi una metáfora- del carácter lúdico y estratégico con el que se configura la campaña electoral hacia las primarias. Tanto Rajoy como Rubalcaba, por lo poco que vamos deduciendo por sus declaraciones y primeros pasos, parecen estar decididos al unísono a aceptar que la apertura española es la defensa más apropiada a las circunstancias. Rajoy -o las negras, por seguir la comparación ajedrecística- ha abierto sus flancos, atacando al centro neurálgico, es decir, cargando las piezas hacia los elementos sensibles del adversario. Así, ha aprovechado su posición privilegiada en las autonomías para despacharse a gusto sobre el supuesto estado cochambroso y paupérrimo que se ha encontrado al entrar en ellas. Deudas millonarias de Sanidad que amenazan con no poder pagar a las farmacias, dificultades para pagar las nóminas del funcionariado en Castilla La Mancha...
Rajoy lo tiene claro; una vez dentro de las entrañas del sistema, utilizará el discurso de la insostenibilidad de la deuda pública como alfil de ataque. De esta forma, la confianza de la ciudadanía hacia el actual ejecutivo se irá debilitando, asegurándose la ganancia de electores. Por supuesto, de aquí a marzo hará todo lo posible para que el ciudadano perciba que su gestión en ayuntamientos y autonomías no puede realizarse con suficiente eficacia si Zapatero persiste en mantenerse en el sillón presidencial, y que todo agravamiento de la situación no se debe a su mala gestión, sino a los pecados de su anterior inquilino. La estrategia de Rajoy aparenta incluir propuestas diferentes en materia económica a las que ha protagonizado el ejecutivo de Zapatero, pero solo se dibujan -una vez más- como mero contraataque, centrado en subrayar el desgaste socialista. Así, el miércoles 1 de junio lanzó un proyecto preliminar que se ciñe a lo que Rajoy denomina plan de austeridad. Hablando en cristiano: no tenemos ni idea de cómo se soluciona esto; lo mejor es decir que nos lo hemos encontrado fatal y que a menos que cambiemos de dueño de la hacienda, irá a peor. Rajoy juega a que su protagonismo en ayuntamientos y autonomías no basta para conseguir aminorar la crisis, a menos que él mismo ocupe la presidencia. Por cierto, Madrid -gobernado por el PP- es el ayuntamiento con más deuda del país.
Ya en su discurso inicial puede el ciudadano intuir que la política económica de Rajoy se orienta hacia un recorte sustancial de los servicios sociales, exceptuando la sanidad y las pensiones. Son palabras del candidato del PP: “Tendremos el Estado de bienestar que podamos permitirnos”. Los que tengan dinero para costeárselo, supongo. Es evidente que Rajoy quiere rellenar las arcas del Estado con dinero; esto -que yo sepa- solo se puede conseguir ahorrando. Pero, ¿de dónde? Acerca de cómo va a conseguir bajar el paro o avivar la creación de nuevos mercados, no ha dicho nada. ¿Estrategias de ajedrez o falta de creatividad? Ya veremos.
Esta estrategia ofensiva es previsible que fuera ya esperada por Rubalcaba y que, como buen jugador, tenga ya pensados posibles lances de defensa y contraataque. Esperemos que la partida sea corta y escueta en discursos. Mientras Rajoy y Rubalcaba juegan su partida, la ciudadanía espera y no parece que esté muy contenta. Será que con las cosas de comer no se juega.
Ramón Besonías Román
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ResponderEliminarDesafortunadamente no heredé de mi padre su pasión por el ajedrez (hablaría de uno de esos "me acuerdo de..." que tú propones en otro blog: Me acuerdo del ritual de sus partidas diarias con su amigo Diego); pero sí, su interés por la "res pública" que se fue fraguando (otra vez me acuerdo de), mientras sintonizaba a diario las emisiones en español de la BBC de Londres, a mediodía, y de Radio París, por las noches,con el aura de misterio de la clandestinidad, durantre la dictadura. Seguro que tu artículo le tiene que gustar tanto como a mí(o más, por el símil del ajedrez). Así que lo voy a imprimir y se lo voy a enviar a Úbeda, donde vive, pues a sus 88 años mantiene una lucidez impresionante.
ResponderEliminarTambién es un pequeño homenaje a ti, por supuesto. A tu fino análisis y a tu estilo preciso y clarividente.
Un abrazo.
Un placer que mi artículo haya servido para que recuerdes a tu padre, a ti con él, sus gustos, su vitalidad, su fortaleza mental. Solo por esto, merece la pena olvidar el trasunto político.
ResponderEliminarGracias, como siempre, por escuchar y hacerme sentir abrigado por tus palabras. Buen día, amigo.