Esto no es una pipa


Publicado en el diario Hoy, 11 de septiembre de 2010


Corrían los años sesenta. Una mujer ve la tele junto a su joven hija. Algo parece alertar a la madre, que observa con estupor las nalgas de la adolescente y después el televisor, donde un presentador radia las noticias del día. Indignada, reprende a su hija: «¡Niña, tápate, pero no ves que el señor de la tele puede verte!» Quizá al escéptico lector pueda parecerle una fabulación del que escribe, pero no. La anécdota es verdadera. Incluso es posible que no pocos lectores tengan en su memoria biográfica una historia similar y más sorprendente. La época en la que vivieron los personajes de mi chascarrillo justifica en parte la actitud ingenua de su protagonista. Miles de ciudadanos instalaron por primera vez su televisor como si hubieran adoptado en su hogar a un tótem extraterrestre, del que manan seres humanos que te hablan pero a los que tú no puedes dirigir la palabra. Quizá incluso puedan verte, quién sabe. La naturaleza del artefacto aún no estaba muy clara. Nadie les había explicado para qué servía aquella caja charlatana.

Al espectador moderno y racional del siglo XXI esta incredulidad le parecerá un vestigio cultural de improbable reproducción en las sociedades civilizadas. Sin embargo, aunque nuestro conocimiento del mecanismo del televisor haya mejorado notablemente, el crédito concedido a los contenidos que se difunden en la televisión aún
sigue respondiendo más a un atávico pensamiento mitológico que a la lógica empírica del homo sapiens tecnificado que puebla nuestras ciudades desarrolladas. Hoy en día el televidente concede igual o más credibilidad a una noticia impresa en un periódico o relatada en un telediario que a un hecho experimentado en propias carnes o contrastado mediante riguroso método científico. Más aún, un impresentable orador de lengua venenosa puede llegar a obtener también esa credibilidad a los ojos del respetable, transformando nuestros puntos de vista y opiniones respecto a una ancha variedad de asuntos públicos y privados. Seguimos, pese a tener ya cuarenta años de historia de la televisión, concediendo a este medio un valor excesivo a la hora de configurar nuestros criterios de verdad o falsedad. No estamos tan lejos de la cándida ingenuidad de la mujer de mi historia.

Nuestra sociedad de la imagen, aunque saturada por múltiples reclamos, tiende a reificar y santificar la pantalla como vehículo que nos pone en contacto directo con la realidad, una realidad en su mayoría lejana y ajena al televidente. Parece que hayamos olvidado que los medios ofrecen siempre una versión sesgada, parcial, incompleta e interesada de los hechos que comunican. Más aún, hemos llegado a olvidar que todo aquello que observamos en nuestros televisores, pese a que en ocasiones ilustre un acontecimiento ocurrido realmente, la exposición de los hechos al ciudadano es subjetiva y en ocasiones está incluso manipulada -no olvidemos las imágenes de la guerra del Golfo o las supuestas armas de destrucción masiva iraquíes-. Los hechos ocurren y l
as personas existen, pero en un formato televisivo o periodístico se convierten en una historia y en unos personajes fabulados por los profesionales que la fabrican y las empresas que los amparan. De este potencial fabulador de los medios de comunicación se aprovechan y benefician otros vendedores de ideas y creadores de opinión, como los políticos y las agencias de publicidad.

De la mano de la televisión, una persona se convierte de la noche a la mañana en un personaje, un perfil humano creado a imagen y semejanza de los intereses del medio que difundirá su historia. La única diferencia entre la recreación documental que ofrece la televisión y el guión de una película de Hollywood consiste en que las noticias televisivas son dinámicas y abiertas. En el cine, la trama ha sido confeccionada previamente por el guionista y el director, y el rodaje se ajustará de manera más o menos cerrada a lo acordado en el guión. En el mundo de la televisión, el guión depende del fluir de la realidad. No sabemos cómo terminará la historia, ni siquiera si será posible un final. La fabulación se orquesta sobre la marcha, incluso puede cambiar si es necesario de género y protagonistas, como ocurre habitualmente en las series de ficción televisivas, subordinadas a la mayor o menor acogida popular de su trama y sus personajes.

Un ejemplo ilustrativo de este mecanismo fabulador es la creación mediática del personaje de Neira. Confiamos en que más allá de la presentación audiovisual o escrita de este sujeto, existe un ser humano que respira y habla y que responde al nombre de Jesús Neira. Sin embargo, no es difícil intuir que desde el 2 de agosto de 2008, día en el que un individuo llamado Antonio Puerta -son informes del atestado, aportados por la Guardia Civil- agrede a su pareja en un hotel de Majadahonda y Jesús Neira resulta herido cuando sale en defensa de la mujer, desde este mismo día, la figura humana de Neira se diluye -podríamos decir que incluso desaparece- para convertirse en un personaje, un fértil instrumento en manos de los medios de comunicación y de las instituciones políticas.

Veintiún días después del infeliz suceso y con Neira aún en cuidados intensivos, Esperanza Aguirre le concede la Medalla de Oro al Mérito Ciudadano, acompañada de la consiguiente cobertura de medios. Recuperado ocho meses después de la brutal paliza, Neira abandona el hospital y allí estarán de nuevo los medios para constatar el hecho y de paso sacarle al protagonista algunas palabras con las que ir construyendo el personaje y su historia. Incluso se liberan al aire cientos de globos de colores simbolizando sus meses de hospitalización y su cumpleaños. La popularidad de Neira crecerá exponencialmente tras su recuperación. De ella se harán eco numerosos programas televisivos de éxito. El 30 de noviembre de 2009 Aguirre comunica públicamente su decisión de nombrar a Neira presidente del Consejo Asesor del Observatorio Regional de la Violencia de Género. Cuatro meses después, unas declaraciones públicas de Neira acerca del estado de salud de nuestra Constitución desatan en los medios un ancho ramillete de noticias, artículos de opinión y debates. Le seguirá una sonada declaración contra el presidente del Gobierno. El 1 de septiembre Neira es detenido por conducir con altas tasas de alcoholemia en su sangre. Las imágenes del suceso recorren las televisiones públicas y privadas. Su destitución como presidente del citado consejo contra la violencia de género no se hace esperar.

Se intuye el desenlace de esta tragicomedia. Quizá dé de sí unas semanas, pero pronto dejará de llenar las butacas del salón de casa, y Neira, Jesús Neira, habrá desaparecido como personaje. Aquellos que encontraron noticia en él volverán a su oficio, en busca de otro héroe, o un villano -¡qué más da!-, a través del cual poder vender su cuento al ciudadano. Ya lo dejó claro como el agua Magritte en su cuadro Esto no es una pipa. La realidad no puede confundirse nunca con su representación. De lo contrario, seremos, como Narciso viendo su reflejo en el río, presa de nuestra propia ingenuidad y autocomplacencia.


Ramón Besonías Román

1 comentario:

  1. Alberto Q.
    http://traslaspuertas.wordpress.com/

    La sociedad es experta en crear héroes y villanos (y personajes) con suma facilidad.

    Miedo me da el mundo hacia el que nos estamos dirigiendo.

    Saludos, Ramón.

    ResponderEliminar

la mirada perpleja © 2014