Nada sería del héroe popular sin el arbitrio de un rasgo peculiar que evoque su presencia, un punctum icónico a través del cual perdura en el imaginario colectivo su potencial alegórico. Su rostro se diluirá en el tiempo, incluso sus hazañas legendarias quedarán olvidadas, pero no así el talón, el tridente, la ballena, unas alas de cera, la cruz, el fuego eterno de los dioses, la serpiente y la manzana, un traje de lycra, zarpas en las manos, un caballo gigante de madera... La simplicidad del mensaje y la virtud retentiva de una imagen poderosa son condiciones para el éxito de cualquier empresa perlocutiva. ¿Qué queda, tras el paso de los siglos, del personaje de Noé? Su arca.
Nada importan las circunstancias que circundan el relato bíblico. La aportación de Noé dentro del angosto catálogo de héroes se reduce a la acción prosaica y a la vez surrealista de haber construido un arca repleta de animales, a petición directa de Dios y -he aquí un excelente estimulante- con el premio de encontrar en el intento la salvación física y espiritual que el resto de sus conciudadanos ni merecen ni desean.
El relato bíblico de Noé reúne todas las características del arquetípico producto hollywoodense: héroe con una misión, tragedia redentora, acción hiperbólica y final feliz. Falta una, el sexo. Pero al paso que vamos, bajo la ola de conservadurismo moralista que sobrevuela el universo cultural, este elemento acabará siendo relegado a la categoría de recurso prescindible, sin necesidad del arbitrio de un censor. Además, quién se imagina a Noé yaciendo con mujer, a no ser por la obligación que impone el santo matrimonio (Rouco dixit).
Prescindir de las complejidades de la historia asegura el éxito de cualquier empresa que busque acercar ascuas a su interés. La verdad afea el espectáculo y despista del unidimensional objetivo que el salvador de turno anhela. Así, poco importa que el relato sobre Noé se asiente sobre bases de dudosa moralidad, pero sorprendentemente leales con el neoconservadurismo heredado del ecosistema anglosajón. Resumamos:
- Dios habla en boca del justo.
- Los justos escasean.
- Dios castiga.
- Dios castiga solo a los impíos.
- Los justos sobreviven.
- Dios quiere que los justos sobrevivan y los impíos perezcan.
- Tras esta limpieza moral resplandece la justicia de Dios.
Ahí es nada. Los totalitarismos del siglo XX parecen meros aprendices al lado de esta orfebrería eugenésica. Resulta paradójico cómo la ultraortodoxia musulmana ha interpretado esta película como un atentado contra su fe, justificándose más en su iconoclastia que en el evidente maniqueismo redentorista que la alienta, tan afín a sus afectos religiosos.
Perdonen que les aje el espectáculo, que a fin de cuentas, visto lo visto, es lo único que importa. Así que asienten sus posaderas, rumien sus palomitas y asistan sin mediación del intelecto al noble relato del héroe, ejemplo de santidad y aviso a navegantes.