Lanza al vuelo y rocín flaco



No hay quien no reconozca la creatividad del español cuando se empeña en hacer del drama una chirigota. Debe ser un resorte emocional, un fuelle profiláctico contra el pesimismo, o simplemente una manera de controlar la mala hostia que nos entra cuando abrimos cada día la crónica de noticias y solo encontramos excusas para el desasosiego. Algo de eso habrá. Somos un pueblo acostumbrado a utilizar el humor como arma de compensación masiva; pistola de plástico, pero a fin de cuentas terapéutica.

Algunos pensarán: ¡así nos va! Y no les falta razón. Soltamos lastre con dos chistes, un que os jodan y tres padre nuestro. Pasado el calentón, cada cual a lo suyo, es decir, a aguantar y al tajo. Siglos de catecismo y dios salve al rey dejan huella, dan consistencia al fatalismo. ¡Habe!, sentenciamos los extremeños cuando sentimos que la montaña es demasiado alta como para dedicarle siquiera un intento. Hay cosas que no se pueden cambiar; por mucho que te empeñes, es absurdo cavar hacia arriba. El rico al bollo, ya se sabe. Hacer hoguera del pasado es la opción más práctica para quien nada espera excepto el mismo sainete que ronda la Historia desde que el mono es hombre. Gritamos, sí; pero sin esperanza de que algún alma caritativa haga de nuestro clamor su batalla. Ladra el perro cuando oye ruido; pasado el miedo, mueve la cola y calla. 

Nuestra indignación es histriónica, placebo y poco más. Sin mediar tiempo pedimos dimisiones y mentamos la madre de todo aquel que tenga columna en prensa. En esto somos punta de lanza europea. El español es macho (muy macho), apostólico y dominguero. Pero cuando llega el patrón, enmudecemos, no sea que que del almuerzo nos quiten hasta el plato. No hay mal que cien años dure, ni que el cuerpo no aguante.

Por eso, cuando escucha uno el ruído mediático, la letanía política en bares y esquinas, no acaba de creerse que llegue algún día el petardo a la luna; mucho menos que el trueno achante al villano. Cuando el fuego atenúe su rabia, vestiremos orgullosos esa atávica dignidad indolente, marca de la casa. Nadie recordará, cuando las vacas recobren su lozanía, la necesidad de hacer del sentido común menú del día. O somos Sancho Panzas soñando ínsulas mientras sesteamos, o canosos Quijotes travestidos de noble caballero, lanza al vuelo y rocín flaco.

1 comentario:

  1. No sé, pero no hay solución. Todas las revoluciones que ha vivido nuestro país desde la de 1812 han acabado con el triunfo de la derecha. No sé si esto es universal, pero este país es así.

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