Rebajas



A juego cromático, con chaqueta estival, lucieron el fotocool en la Fundación FAES -el Tea Party pepero- Cospedal y Aznar, sonriendo ella sin contención su éxito autonómico, con el gesto leporino de siempre él, peluca en casco y mirada cóncava, ejerciendo de ex con cargo vitalicio de ponente VIP. El acto tuvo lugar en el Campus que la Fundación posee en Navacerrada. Cospedal se marcó una charla bajo el título Austeridad y eficacia en la Administración Pública. En realidad no se trató de una conferencia académica, sino de un mitin preelectoral en el que desgranar la estrategia preliminar del PP de cara a las Primarias. Este tipo de actos no son ponencias a lo Menéndez Pelayo, ni simposios científicos; son manifestaciones explícitas de onanismo ideológico. A ellas asisten ciudadanos conversos que saben previamente que aquello que van a oír no les decepcionará, ya que comulgan en la misma iglesia que los ponentes. Aún así, FAES y otras muchas fundaciones como esta se autodefinen poco más que como entidades benefactoras del libre pensamiento.

Doña María Dolores, rodeada de devotos feligreses, defendió su catecismo liberal de austeridad y eficacia, contraponiéndolo a lo que denomina "filosofía del endeudamiento y el déficit", una situación similar, a juicio de la Cospedal, a la que se encontró Aznar cuando destronó a González allá por el 96. El discurso se repite: una España invertebrada por la ineptitud y el desgaste moral del socialismo agonizante será de nuevo rescatada por el aleteo de la gaviota popular, único Salvator Mundi de esta patria nuestra, esquilmada y ateizada a manos de Zapatero. Rajoy no será menos, llevará a España de nuevo al esplendor que alcanzara con el egregio Don José María, bajo la iluminada Ley de Austeridad Presupuestaria de 2001. Cospedal ha movido pieza, la que será estrategia del PP durante estos próximos meses: nosotros lo haremos mejor.

No puedes dejar que un animal herido se levante y tome fuerzas; hay que rematarlo, metiendo el dedo en la llaga. El PP sabe que el ejecutivo tiene las circunstancias a la contra, que la ciudadanía no esperará a que el tiempo traiga mejores vientos y la crisis aminore. Por eso su discurso debe ser implacable, viral y persistente; conceptos como crisis, desgaste, agonía, derroche, paro o desconfianza son el vocabulario de campaña del PP. A este contraponen su diccionario celestial de antónimos: austeridad, eficacia, ahorro, honradez, ejemplaridad, transparencia. La política económica de los conservadores tiene algo en su contra: es previsible. No propone algo diferente a lo que ya planteara Aznar hace 15 años; vive de las rentas de batallas pasadas. Su juego es el neoliberalismo thatcheriano de siempre. Si el electorado echa en cara al PSOE haber dado un giro a la derecha en su política económica, que no espere en el PP otra cosa que un viraje radical hacia el desmantelamiento del Estado social, reducido a su mínima esencia. La propia Cospedal lo ha dejado claro en Navacerrada: "(Los socialistas tienen) una concepción del poder público en virtud del cual el Estado tiene el poder absoluto para detraer recursos de la sociedad y para gastarlos de manera disparatada en nombre de una infalibilidad casi divina que los socialistas otorgan al Estado. De esta forma convierten a los ciudadanos en súbditos que acaban por no gozar de libertad”. Es evidente que la Presidenta de Castilla-La Mancha obedece a una línea de pensamiento profundamente conservadora, que ve en el Estado social una amenaza contra la libertad económica. La misión del Estado debe ser, a su juicio, mínima, reducida a mero gestor de recursos esenciales y mediador en los conflictos sociales; nada más. El resto debe quedar en manos de los mercados. Cada cual que se busque la vida y trabaje.

Tiene razón Cospedal, el socialismo considera que es importante gastar, pero con la única intención de que la sociedad española sea más igualitaria. El gasto público es la única manera de invertir en igualdad social, en reducir las diferencias entre ricos y pobres, entre aquellos que nacieron con la mesa puesta y aquellos que han de ganarse en pan cada día. Reducir el gasto público implica alargar las injusticias, mermando los logros sociales obtenidos hasta ahora
. Muchos padres con hijos en edad escolar saben bien el esfuerzo que supone pagarles los estudios; deben gastar si quieren que tengan un futuro. Los gobiernos progresistas actúan de igual forma con los ciudadanos; intentan en la medida de lo posible que sus ingresos vayan destinados a mejorar las condiciones económicas y sociales. La intención de Zapatero durante esta crisis ha sido que esta no afectara al gasto social.

La campaña del PP está llevando el debate público hacia un camino que no es realmente el más urgente. La cuestión no está en si debemos o no gastar más para ser más eficaces. El gran problema que aún ni unos ni otros acaban de explicarnos a la ciudadanía (porque quizá ni ellos mismos tengan la clave) es qué nuevos modelos de negocio, alternativos a los ya existentes e impidiendo que el ladrillo siga siendo nuestra única fuente de trabajo, harán que España sea más competitiva, más productiva, creadora de empleo. Y otra cuestión: ¿es sostenible el modelo laboral actual? No son pocos los economistas que proponen un debate sobre sueldos y horarios como una forma de reactivación del empleo, así como una reorganización eficaz de la Administración Pública. La precampaña ha comenzado y no se observa un debate profundo acerca de cuáles van a ser las nuevas políticas laborales, más allá de los remiendos de entretiempo. Incluso los progresistas se ven obligados por fuerza mayor a ceder ante Europa con medidas laborales que hace unos años hubieran llevado las manos a la cabeza a más de un socialista. La dialéctica maniquea de siempre preside los debates públicos y no parece que vayamos a ser sorprendidos con giros de guión que alienten la esperanza. Rubalcaba ha prometido una campaña del optimismo, evitar confrontaciones con su oponente y solo hablar de propuestas. Comienzan las rebajas.

Ramón Besonías Román

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