Carne fresca



Incluso un país tan complaciente con las libertades individuales como Reino Unido parece tener sus límites a la hora de digerir su casquería mediática. Hasta ahora la prensa británica estaba muy orgullosa de ser la más tolerante, en aplicar sin disimulo y con orgullo imperial la filosofía del laissez faire en lo que respecta a su libertad de prensa. A su opinión pública nunca le importó mucho que el emporio de Murdoch urgara en la vida privada de los famosillos o los políticos; a fin de cuentas, estos son personajes públicos, carecen de entidad privada, sabían al aceptar su cargo que pasarían a ser patrimonio nacional. Otra cuestión muy diferente es pinchar el teléfono de los ciudadanos, más aún si se trata de un menor y, como agravante, un menor asesinado. ¡Hasta ahí podiamos llegar!

No creo que a los lectores les importara mucho leer acerca de la vida privada de la familia de la niña asesinada. Pero una vez publicada la noticia acerca de cómo Murdoch obtenía esta información, la opinión pública se rasga las vestiduras y pide la cabeza de los responsables. En el fondo, poco importa que la inmoralidad acampe a sus anchas por el universo mediático con tal de que la mierda no salga a la superficie. Muy victoriano, muy humano, muy universal, separar la moral pública de la privada a conveniencia.

El mismo perfil de lector de prensa que alimentó durante décadas el feudo del señor Murdoch ahora lo decapita, a mayor gloria de sus competidores, que salivan al ver despejado su camino hacia el monopolio del mercado audiovisual en la red. Muerto el rey, que viva el nuevo monarca. Otros traerán a nuestros televisores 2.0, IPads, BlackBerrys y demás gadgets de última generación, carne fresca con la que solazar nuestra morbosidad.

Ramón Besonías Román

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