Sonría, por favor


Saber sonreír es la clave de todo merchandising político. No en vano la actividad política es una de las formas modernas de vender un producto, el más amado de todos: la tranquilidad. No se preocupe usted, nosotros nos ocupamos de todo. Usted tan sólo trabaje y diviértase, por supuesto.

El político nunca se presta en público a mostrar la realidad en toda su extensión. No importa que las evidencias le salpiquen. A mal tiempo, buena cara. Confiemos que a costa de repetir la sonrisa, una sensación de optimismo popular acabe convenciéndonos de que todo anda bien o no tan mal como parece. La boca del pueblo es respondona y deslenguada, pero su memoria estrecha. La borrasca pasará, pero la foto queda.

Sin embargo, el ferreo compromiso del político con el lenguaje publicitario acaba condenándolo al inevitable efecto perverso del descrédito y la ridícula sensación del ciudadano de estar ante un teatro que desvela sin pudor una verosimilitud forzada. Disfrutaremos de la farsa, pero pronto asumimos su carácter vanal y repetitivo. Nos acostumbraremos a soportarlo en cada telediario, incluso participartemos con pasión de su guión folletinesco en nuestras charlas de bar, encendiendo nuestro natural sentido de la indignación o defendiendo con ardor la gregaria fidelidad a ideas que no sabemos muy bien de dónde nos vienen pero que ahí están.

Aún así el telón acaba cayendo y todos sabemos que tarde o temprano hay que volver a casa. Y la realidad no nos tenderá esa sonrisa eterna que el político compró un día al diablo a cambio de que la función nunca acabase para él y el público siguiera aplaudiendo su actuación.


Si la miramos bien, no es de extrañar que esa sonrisa almidonada y teatral acabe revelándose como la máscara que es, esa llamada insistente a tranquilizar las almas y recrear los cuerpos con placebos maquillados de pregón de iglesia.

Pero usted no llore,
por favor, y sonría. Siempre trae más cuenta.

Ramón Besonías Román

1 comentario:

  1. Máscara era persona en el principio. ZP y todos los políticos llevan máscaras semánticas, máscaras fonéticas, máscaras visuales. Dicen palabras con máscara, hacen inflexiones de voz que distraen, que convierten el texto en una declamación, en una impostura y, por último, hacen gestos, tics, variables que también colaboran en la actuación general. La verosimilitud forzada de la que hablas está ahí, en el contrato (no escrito) que firmamos. El administrador. El administrado. El engañador. El engañado. Consentido. Sin sentido. Un abrazo, amigo.

    addenda: tú ya sabes... ¿y ese quentin, cómo va?

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