No hace mucho descubrí a la artista Jacqueline Lou Skaggs, concretamente su serie de pinturas dibujadas sobre monedas de un centavo, y no llamó mi atención tanto su estilo o la temática de sus obras cuanto el detalle aparentemente baladí de elegir como lienzo esos singulares inquilinos. Se intuye que la intención de la artista no fue tanto crear una obra personal cuanto aprovechar la pintura como excusa para reflexionar sobre el arte. De hecho, las obras en sí mismas no aportan nada nuevo, simulan lugares comunes en la iconografía de cualquier espectador.
I
El ojo del espectador debe plegarse al formato, inclinarse si quiere siquiera apreciar las figuras que se esconden en lo que aparentemente solo es una mancha circular en el centro de su extenso marco circunscrito. La obra se revela así como una mirilla a la que el espectador, convertido en voyeur circunstancial (cualidad inherente a la cultura contemporánea), se asoma con la esperanza de encontrar aquello que desconoce, pero intuye como interesante, potencialmente deseable. El artista obliga al espectador a mirar más de cerca, a romper el espacio invisible que separa la obra del ojo que la observa. Solo la cercanía descubre el paisaje, el retrato.
El reducido espacio en el que se concentra la obra obliga a ser mirada de uno en uno, a convertir el acto en una experiencia personal no solo en un plano espiritual, sino también físico.
Esa inclinación de espalda, esa reverencia gestual subraya la potestad de la obra y nuestra subordinación a su imperio, pero también puede entenderse como una condición primordial para hacer de la experiencia estética un desvelamiento, un encuentro que solo es posible si el espectador se presta a olvidar su entorno circundante y centrar su mirada en esa mirilla prodigiosa. ¿Qué habrá tras ese círculo, qué realidad nos descubrirá si arqueamos la columna? Desde lejos, la obra no pasa de ser una especie de disco agujereado. Solo al acercarse la cotidianidad de lo real se convierte en arte. ¿Acaso no es éste uno de los rasgos esenciales de la experiencia estética? Mirar más cerca, obviar lo circundante, descubrir el punctum que torna lo obvio en trascendente.
II
Sobre la fría superficie de la moneda, objeto cuantificable y cuantificador, unidad material del valor de las cosas, se impone la pintura. Metáfora reveladora de la ambivalente naturaleza del arte. Huye de la numeración, del precio, de ser valorada por su cotización, pero a su vez no puede evitar ser objeto, quedar presa de su contingencia, esclava de su tiempo, susceptible de tasación y pesaje. Skaggs refleja en esta serie de pinturas la contradicción implícita en toda obra artística. Pese a querer imponerse sobre el vil metal, el relieve de su osamenta se trasluce (ONE CENT), pasa a ser una parte más del conjunto. No vemos solo el retrato de una niña o campo segado; la rúbrica indeleble de la moneda sobresale, insiste en dejar constancia de la presencia del lienzo y su prosaico mensaje.
Cuando una religión se impone sobre otra, lo primero que hace el poder espiritual no es demoler sus templos, sino situar los suyos propios sobre las ruinas del anterior, con la seguridad de haber destruido todo rastro que evidencie que allí hubo en tiempos pasados una religión que pueda rivalizar con la actual. El tiempo, ese cruel artesano, acaba tarde o temprano revelando la cara multiforme y compleja que caracteriza toda realidad. El arte no queda inmune a esta mecánica natural.
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