Una historia de violencia
Al salir de la sala de cine, un espectador replicó: ¡menos mal que ha terminado, qué peñazo! Apostaría que este usuario decepcionado esperaba al comprar su entrada un producto similar a la saga Bourne y se encontró con un producto de ritmo lento y sin suficientes escenas con las que saciar su hambre de acción. Sirva esta anécdota a navegantes sin conocimientos previos. La noche más oscura no es una película de acción, no es un thriller, tampoco un documental, ni siquiera podríamos encuadrarla en el género de ficción política. Sin embargo, mirada en conjunto es todo esto y más.
Ya en su anterior propuesta, En tierra hostil (2008), demostraba esta excelente realizadora su capacidad para la entomología fílmica, su ritmo seco y detallado, su tendencia a alejarse de los resortes convencionales del género, acercándolos al formato documental. El único sustento dramático que aporta Bigelow en esta cinta se resume en la tenacidad con la que su protagonista acomete la empresa de atrapar al líder de Al Qaeda. El resto es documento audiovisual; la cámara juega con el espectador, haciéndonos creer que estamos ante una mera reproducción de unos hechos reales. Y es precisamente en esta apuesta formal en donde reside el potencial político de la cinta. Posee tal voluntad de verosimilitud que la convierte, especialmente ante el espectador estadounidense, en una especie de reality en vivo acerca de las vicisitudes que llevaron a los servicios de inteligencia al asesinato de su enemigo público número uno. No se cuestiona en ningún momento las decisiones de los personajes, ni se pone al espectador ante dilemas morales que deba resolver. Sin embargo, no nos engañemos, la perseverancia de la protagonista opera a como de alter ego de la sociedad estadounidense, de catarsis nacional, de explosión reivindicativa de una venganza merecida (eje esencial del ciclo de la violencia en el cine norteamericano). El primer plano final de la película es la cara de América, podría haber dicho Obama; por fin podemos volver a casa, satisfechos de haber vengado a los caídos. Es en esta perspectiva en donde Bigelow toma partido, vendiendo bajo una falsa ataraxia formal un producto complaciente con el público a quien inicialmente va encaminado: el ciudadano estadounidense. Fuera de este contexto cultural, las lecturas pueden ser todo menos amables.
Quizá lo que más pueda sorprender al espectador sea la forma fría y aparentemente desafectada con la que Bigelow describe en la primera parte de la película las torturas en Guantánamo. Tan solo existe una escena en la que podemos entrever una lectura crítica de los hechos (más bien, para despistar a los crédulos): mientras el equipo de la CIA encargado de las torturas está reunido, en el televisor se oye a Obama afirmar con rotundidad que en Estados Unidos no se tortura a ningún preso. Los agentes se miran en silencio, en un gesto que más que expresar disensión, otorga legitimidad al aforismo según el cual para que la calle esté limpia, alguien tiene primero que asear las cloacas. El hieratismo formal de Bigelow imprime a la trama un tono justificativo, que solo puede entenderse en el contexto del determinismo (y triunfalismo) moral que vertebra la cultura estadounidense. Hicimos lo que teníamos que hacer, y lo hicimos bien. Y punto. Dios está de nuestra parte. Quien la hace, la paga. América es una nación superior. Nadie puede tocar las narices a América. Solo podremos honrar a nuestros caídos a través de la firme determinación de ver algún día a Osama Bin Laden muerto y olvidado.
¿Puede visionarse La noche más oscura sin ceder a lecturas políticas? Por supuesto, faltaría más. Estamos de hecho ante un ejercicio técnico, artístico y narrativo de una calidad extraordinaria (pese a que para espectadores alérgicos al ritmo pausado y la acción contenida no presente especial interés). Bigelow no inventa la ficción documental, pero sí la enriquece con resortes de indudable fuerza visual y dramática. Lo que sí hace es añadir al thriller político de estilo setentero -tan tendente al puntillismo narrativo y la frialdad formal- un ritmo ágil y vigoroso. La única pega que podríamos ponerle es que la elección de un documentalismo narrativo omnipresente hace perder fuerza a las emociones de los personajes, absorvidos estos por la descripción minuciosa de los hechos en los que se insertan. No parece que le importe mucho a Bigelow trazar superficialmente las motivaciones de la protagonista; basta con perfilar un par de rasgos distintivos con los que sostener la base dramática del personaje: obstinación y desafección emocional. Queda clara la elección de Bigelow; no pretendía tanto crear un personaje vulnerable o no a las contingencias vitales, cuanto un arquetipo que sostuviera su comodín principal: la empatía con estados emocionales colectivos del ciudadano estadounidense en relación a la tragedia del World Trade Center. Esto la aleja de su anterior propuesta, En tierra hostil, en la que las emociones del personaje protagonista -pese a tener cierta similitud con el carácter obsesivo de la protagonista de La noche más oscura- sí vertebraban el núcleo del relato, otorgándole consistencia y haciendo posible que los espectadores empatizaran con más facilidad con sus motivaciones. Aquí, sin embargo, el personaje que interpreta Jessica Chastain funciona a modo de alegoría de una justicia inquietante que debe ser a toda costa restituida. Poco importa quién es, de dónde viene, cuáles son sus gustos o aficiones. En La noche más oscura, Bin Laden no es un mero macguffin; condiciona sustancialmente el trasunto narrativo, convirtiendo su captura (dead, no alive) en un fin en sí mismo, sin redenciones ni concesiones morales.
¿Puede visionarse La noche más oscura sin ceder a lecturas políticas? Por supuesto, faltaría más. Estamos de hecho ante un ejercicio técnico, artístico y narrativo de una calidad extraordinaria (pese a que para espectadores alérgicos al ritmo pausado y la acción contenida no presente especial interés). Bigelow no inventa la ficción documental, pero sí la enriquece con resortes de indudable fuerza visual y dramática. Lo que sí hace es añadir al thriller político de estilo setentero -tan tendente al puntillismo narrativo y la frialdad formal- un ritmo ágil y vigoroso. La única pega que podríamos ponerle es que la elección de un documentalismo narrativo omnipresente hace perder fuerza a las emociones de los personajes, absorvidos estos por la descripción minuciosa de los hechos en los que se insertan. No parece que le importe mucho a Bigelow trazar superficialmente las motivaciones de la protagonista; basta con perfilar un par de rasgos distintivos con los que sostener la base dramática del personaje: obstinación y desafección emocional. Queda clara la elección de Bigelow; no pretendía tanto crear un personaje vulnerable o no a las contingencias vitales, cuanto un arquetipo que sostuviera su comodín principal: la empatía con estados emocionales colectivos del ciudadano estadounidense en relación a la tragedia del World Trade Center. Esto la aleja de su anterior propuesta, En tierra hostil, en la que las emociones del personaje protagonista -pese a tener cierta similitud con el carácter obsesivo de la protagonista de La noche más oscura- sí vertebraban el núcleo del relato, otorgándole consistencia y haciendo posible que los espectadores empatizaran con más facilidad con sus motivaciones. Aquí, sin embargo, el personaje que interpreta Jessica Chastain funciona a modo de alegoría de una justicia inquietante que debe ser a toda costa restituida. Poco importa quién es, de dónde viene, cuáles son sus gustos o aficiones. En La noche más oscura, Bin Laden no es un mero macguffin; condiciona sustancialmente el trasunto narrativo, convirtiendo su captura (dead, no alive) en un fin en sí mismo, sin redenciones ni concesiones morales.
Los americanos saben convertir sus dramas internos en materia narrativa y cinematográfica que termina siendo también parte de nuestra historia y de nuestro modo de ver y entender las cosas. El otro día veía The master, otra película extremadamente lenta y difícil para el espectador normal (la proyectaron en una sala muy pequeña) en la que se disecciona al fundador de la Cienciología Ron Hubbard en su relación con uno de sus adeptos con el que mantiene un duelo vital e interpretativo colosal. Me asombra esta capacidad americana de transformar su realidad y su historia en la historia de todos, merced a su potente industria cinematográfica que hace muchas veces auténtico arte con lo que los demás hacemos cine de barrio. Iré a ver esta película en cuanto tenga ocasión. Gracias por advertirme de su ritmo cinematográfico. Es un criterio para saber si tengo que irla a ver solo o acompañado.
ResponderEliminar'La noche más oscura' me ha dejado desconcertado. La peli se ve bien pero tras todo lo escuchado resulta decepcionante, dubitativa, irreal? Bigelow nos pretende convencer de un acontecimiento, basado en una gran mentira, de primera con una historia de tercer orden. Van a intentar borrar 'la gran mentira americana', con una mera demostración de fe sobre una cuestión de suerte, de meras estadísticas? Un saludo!
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